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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Pozo de Serretes, jugar al escondite con las víctimas del comunismo

En el kilómetro 13 de la carretera que une los municipios de Morella y Vinarós, en el término municipal de Traiguera, hay un pozo, hoy clausurado y con un monumento que recuerda a las víctimas que fueron arrojadas a su interior.

Es el Pouet de les Serretes, donde se acumulan casi un centenar de cuerpos de víctimas de la represión realizada por el Frente Popular en los municipios de la zona.
La Causa General reconoce la imposibilidad de cuantificar el número de cuerpos que fueron allí arrojados. Pero estudios posteriores elevan el número a más de noventa. En los documentos que hacen referencia a Traiguera podemos leer lo siguiente: “el número de las víctimas no se puede relacionar por ignorarse, siendo público que en dicho pozo fueron echados vivos o muertos en la cuneta lo menos sesenta”.

Poco después esboza una primera lista de víctimas cuyos restos se encuentran en el pozo de Serretes: “sabemos que en el fondo yacen los siguientes: Ramón Compte Queralt vecino de La Jana. Miguel Vericat Meseguer, vecino de Canet lo Roig. Bautista Pedra Borrás, de Célig. Vicente Cifre Arnau, de San Jorge, Sacerdote. Magdalena Esteller Tolos, de San Jorge…”
El mismo documento también informa de lo siguiente: “No se ha practicado ninguna exhumación de los cadáveres echados al referido pozo, el cual tiene lo menos cuarenta metros de profundidad, no habiendo solicitado nadie la exhumación…”
Gracias a los trabajos realizados posteriormente, podemos saber algunos de los asesinados cuyos restos terminaron en ese pozo de Taiguera. Ninguno de ellos tenía responsabilidad política alguna, ni se habían posicionado a favor del alzamiento del 18 de julio. Allí fueron arrojados los cuerpos de aquellos cuyos credos -religiosos y políticos- pretendían ser borrados por los milicianos socialistas, comunistas y anarquistas.

Documentos correspondientes a Causa General del A.H.N.

 
El primer cuerpo arrojado al pozo fue el de Bautista Pedra Borrás. Tenía 19 años y era carpintero mecánico. Militante carlista, se encontraba trabajando el 14 de agosto de 1936 intentando arreglar una trilladora en el municipio de Alcanar. Sin juicio, aquel día por la tarde fue llevado al kilómetro 13 de la carretera de Morella a Vinarós. Allí fue asesinado a disparos y su cuerpo quedó abandonado en la cuneta hasta que unas horas después decidieron tirarlo al pozo que había a unos metros.
Era el comienzo del uso del pozo de Serretes para deshacerse de los cuerpos de la represión. Algo que ya hemos visto en Camuñas, en plena Mancha. Y que fue habitual en la España controlada por el terror rojo: Paracuellos, Vaciamadrid, Aravaca,….
Tras el asesinato del joven militante carlista, aquel mismo día, el sacerdote José Vicente Cifre Arnau y Magdalena Esteller Tolós -también carlista- fueron asesinados en las inmediaciones del pozo y sus cuerpos arrojados allí. Eran los primeros de una larga lista. Después vendrían Agustín Vilás Abás y Domingo Farnós Bel, ambos vecinos de Calaceite.
Documentos correspondientes a Causa General del A.H.N.

 
Ya en octubre, cuando más de una docena de cuerpos habían sido arrojados al pozo, fue asesinado allí Ramón Compte Querol. Poco después ocurría lo mismo con el labrador de 75 años Miguel Vericat Meseguer.
El 20 de octubre fueron asesinados en el pozo cuatro vecinos de La Jana: Ramón Vallés Gargallo, Tomás Gilabert Vea, Juan Tomás Gargallo Vea y Roque Vea Balaguer. Dos días después, también de la misma localidad, fue arrojado Serretes Ramón María Compte Querol, al que dispararon a la barriga y fue arrojado vivo al pozo.
Así siguieron asesinando a personas de la localidad. Tras la Guerra Civil se levantó un monumento en recuerdo a las decenas de víctimas asesinadas allí. Y en los municipios de los alrededores quedó claro que quienes habían sido arrojados al pozo de Serretes no eran ni responsables políticos, ni grandes propietarios. Eran víctimas de rencores personales a los que se había asesinado amparándose en los comités revolucionarios creados en todas las localidades.
El pozo no era, según los vecinos de la zona, sino un lugar en el que intentar deshacerse de los cadáveres para que fueran difíciles de encontrar por sus familiares mientras seguían con los asesinatos en la retaguardia republicana.
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