No le fueron bien las cosas a Morante el pasado Domingo de Resurrección. El poco juego de los toros de Núñez del Cuvillo condicionó de raíz su comparecencia y la de sus compañeros. Su suerte cambió en la corrida del Lunes de Farolillos, con dos faenas merecedoras de un mayor reconocimiento por parte del público y la presidencia. Pero quizá todo eso era lo que hacía falta para que el cigarrero se volcase en su tercera comparecencia, en la que no solo ha logrado un triunfo inapelable, sino que directamente ha hecho historia.
Hace 52 años, Ruiz Miguel logró cortarle las dos orejas y el rabo a un fiero toro de la ganadería de Miura. Desde 1971 hasta nuestros días, ninguna faena había recibido tales honores. Ni siquiera las faenas que propiciaron los indultos de algunos toros que han pasado a la historia fueron premiados con los máximos trofeos. Hasta que llegó Morante y se topó con Ligerito, un gran toro de Domingo Hernández, la ganadería hermana del hierro salmantino de Garcigrande.
Gustaron sus verónicas en el saludo capotero, también la variedad capotera con la que esbozó chicuelinas, tafalleras o gaoneras llenas de gracia y rebosantes de inspiración. Con semejante preludio como incentivo, apostó todo en una faena de muleta que fue pura imaginación: redondos, naturales, kikirikís, cambios de mano, trincherazos, pases de pecho… Como remate, hundió la espada y tocó la gloria. Ligerito fue honrado con la vuelta al ruedo.
En Sevilla hacía 38 grados, pero lo que sucedió en el ruedo supuso mucho más, un incendio de toreo, una hoguera de creatividad y genialidad. El toreo profundo y entregado del maestro conectó con el alma de los miles de asistentes que casi llenaron el coso. La salida a hombros fue apoteósica, hasta el punto de que Morante fue llevado a hombros desde la Puerta del Príncipe hasta el Hotel Colón, en medio de una multitud enfervorecida y entregada.