Cuando Alejandro Talavante anunció que regresaba a los ruedos, lo hizo con la convicción de quien había dicho adiós consciente de la innegable superioridad artística con la que venía barriendo tarde tras tarde al resto del escalafón. Sin embargo, el toro pone todo en su sitio y el extremeño no se encontró a gusto en su temporada de reaparición, convirtiendo la expectación en decepción.
Apoderado por Simón Casas desde la pasada temporada, Talavante ha tirado de orgullo y ha optado por multiplicar su presencia en los carteles, abriendo la tarde cuando así sea necesario y compartiendo no pocos festejos con el actual rey del escalafón, el peruano Andrés Roca Rey. La ultra actividad parece haberle sentado bien a Talavante a la hora de recuperar sensaciones. Así, desde hace algún tiempo, sus faenas están volviendo a ganarse el aplauso de público y crítica.
Tras una noche triunfal en Marbella, Talavante puso rumbo al norte y se reencontró con la afición gallega tras algunos años sin anunciarse en Pontevedra. Abrió cartel en la primera corrida de la Feria de La Peregrina, para la cual se reseñó un encierro de la ganadería salmantina de El Puerto de San Lorenzo, omnipresente en las ferias de 2024 merced a una camada muy larga que cuenta con el aval de las figuras.
Con su primero, Talavante pudo gustarse en el recibo capotero y también hubo lucimiento con la tela roja, especialmente al natural, pero la espada dejó todo en unas cariñosas palmas. En cambio, su actuación en el cuarto de la tarde prendió la mecha de la pasión en los tendidos del coso de San Roque, que prácticamente se llenaron por completo.
En la faena hubo de todo, desde muletazos hondos y despaciosos a suertes creativas y sorprendentes como los faroles, los pases floreados o las arrucinas. Toreó de pie, genuflexo y arrodillado y, después de pasaportar a su oponente, fue llevado en volandas por la afición pontevedresa. No dejó de sonreír y bromear a lo largo de toda la tarde, exhibiendo con transparencia el buen momento por el que pasa.
Roca Rey cortó una oreja a su primero tras una faena explosiva que se enfrió por la lenta muerte del animal. Toreó muy sentido y para sí mismo al cierraplaza, que se rajó y obligó al peruano a buscar suerte en terrenos muy comprometidos, donde fue capaz de ligar muletazos en redondo. Completaba el cartel Juan Ortega, que sorteó a un primer adversario muy complicado pero dejó muy buen regusto en su segunda actuación, siempre por el palo de un toreo tan clásico y templado como el suyo. Los molinetes duraron horas, los muletazos parecían deletrear cada fase de la embestida de la res y hasta los adornos tuvieron personalidad y buen gusto.