Lleno en el Coso de San Roque para la segunda corrida de la Feria de la Peregrina de 2023. Ni la pandemia, ni el separatismo, ni el antitaurinismo han podido debilitar la fortaleza de la tauromaquia en Pontevedra. El matrimonio perfecto entre la Casa Lozano y las peñas de la ciudad sigue haciendo de la ciudad del río Lérez un auténtico bastión de toreo en Galicia.
El cartel del 13 de agosto estaba compuesto por tres figuras de las que han marcado época. Morante de la Puebla comparecía en la plaza más atlántica de la geografía española apenas 72 horas de volver a los ruedos y poner fin a una ausencia de un mes motivada por los percances que sufrió en Badajoz y Vila Franca de Xira. Julián López «El Juli» se anunciaba por última vez en el coso propiedad de sus apoderados, en el marco de una temporada de despedida que rematará el próximo octubre en las plazas de Madrid y Sevilla. José María Manzanares hijo completaba el cartel, en busca de recuperar sus mejores sensaciones y de afianzar su recuperación tras una nueva operación en su maltrecha espalda.
La divisa elegida para la ocasión fue la de Santiago Domecq, que este año fue ampliamente reconocida como la mejor ganadería de San Isidro. Los toros no defraudaron: cinco de los seis astados reseñados para el festejo fueron aplaudidos en el arrastre, completando así un encierro casi perfecto que solamente empañó el parado cuarto, garbanzo negro con el que Morante tuvo que abreviar para el enfado de un público que disfrutó de lo lindo el resto del festejo.
Al cigarrero le dieron una oreja por su faena al abreplaza. Su actuación empezó a coger vuelo en el mismo recibo capotero, con verónicas de inconfundible sello y barroca composición. La faena de muleta, con la yema de los dedos, estuvo llena de esos detalles y adornos que han hecho de Morante un torero de culto. La espada hizo su propósito y el de La Puebla del Río cortó una oreja.
Julián López «El Juli» puso las cartas sobre la mesa recetando un quito por zapopinas a su primer oponente, que apretó con celo en el caballo propiciando una aplaudida suerte de varas. Con la tela roja le hizo de todo: pases pendulares por delante y detrás, tres pases de pecho en una misma serie, faroles, dosantinas, luquesinas y hasta muletazos de rodillas. En medio de toda esa variedad, dos preciosas tandas al natural y otras tantas por el pitón derecho. Volapié y dos orejas entre el griterío de un público enloquecido que gritaba «¡Juli, quédate!».
Volvió a gustarse el madrileño con el quinto de la tarde. Le recibo con el capote combinó verónicas, delantales, chicuelinas y una arrebatadora media. Construyó después la faena de muleta con muletazos por bajo, rodilla en tierra, que sirvieron como antesala para un verdadero recital de toreo al natural, muy torero en cada suerte y conectando con el tendido en todo momento. Después cambió de mano Julián y cuajó al toro por el derecho, poniendo nuevamente en pie a una plaza desbocada con el torero de San Blas. El segundo volapié fue suficiente para cortar una tercera oreja, mientras el público pedía con fuerza la cuarta.
A José María Manzanares le tocó en suerte el encastado tercero, que también se empeñó en el caballo y después hizo sudar al alicantino, que hizo todo lo posible para hilvanar un trasteo armónico en medio de tanta exigencia. Aprovechó las embestidas del bravo animal por el pitón derecho y fue ovacionado después de que el burel tardarse en echarse. Con el sexto, otro toro importante, Manzanares pudo torear más a placer, con dulces y templados muletazos. La ligazón hizo el resto y el público estaba preparado para pedirle la oreja, pero un inesperado pinchazo dejó su segunda actuación en una nueva ovación.
Juli salió en volandas de la plaza gallega, cerrando así uno de sus últimos compromisos. Se apagará próximamente la estrella de una verdadera leyenda del toreo, cuyo periplo en los ruedos ha sido simplemente magistral. Veintincinco años de mando en el ruedo, un tirón taquillero al alcance de pocos, un concepto propio inconfundible y una trayectoria repleta de triunfos en todo tipo de plazas. Le vamos a echar mucho de menos.