El perfil del público asistente a los toros se ha rejuvenecido notablemente en los últimos años. Atrás han quedado las preocupaciones propias de la década pasada, cuando los más pesimistas alertaban de la falta de relevo generacional en los tendidos. La emergencia de nuevas figuras como Andrés Roca Rey o el crecimiento de las actividades de ocio y cultura tras la pandemia del coronavirus son algunos de los factores que han propiciado este vuelco tan prometedor.
Aunque el fenómeno resulta especialmente pronunciado en la madrileña plaza de Las Ventas, también se observa una elevada concurrencia de jóvenes en otros cosos de referencia, como la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, las plazas de Valencia o Pamplona, las Ferias de Santander o Pontevedra, los ciclos de Olivenza o Albacete…
El 7,3% de los jóvenes de entre 15 y 19 años declaran tener un interés medio, alto o muy alto por los toros. El porcentaje también es del 6,3% entre quienes tienen de 20 a 24 años, alcanzando el 6% para la franja de 25 a 34 años de edad. Estos resultados triplican los niveles de interés por los toros observados entre el conjunto de la población española.
De igual manera, el 10,5% de los jóvenes de entre 15 y 19 años acude a los toros, al igual que hace el 8,1% de quienes tienen de 20 a 24 años o el 8,4% de la población que se mueve entre los 25 y los 34 años. De nuevo, estos resultados se sitúan por encima de la media nacional y confirman el creciente gusto taurino de las nuevas generaciones.
El cambio también se aprecia en los carteles de las ferias. Si repasamos el escalafón de 2023 y lo comparamos con el de hace una década, podemos observar también una transformación progresiva en el elenco de toreros que copan los carteles de las principales ferias. Es el caso de matadores como Roca Rey, Juan Ortega, Pablo Aguado, Tomás Rufo o Ginés Marín, jóvenes figuras que no cumplen siquiera los treinta años de edad.
No todos los aficionados han entendido que este fenómeno tiene muchos más aspectos positivos que negativos. Se dice que los espectadores jóvenes «no son exigentes con las figuras» o que «consumen demasiado alcohol en la plaza» y se pretende que estos nuevos aficionados exhiban el mismo comportamiento que el de aquellos aficionados que llevan décadas acudiendo a la plaza.
Pero, ¿acaso todos los que hoy se consideran buenos conocedores de toreo fueron siempre unos eruditos? Es más, ¿la única forma legítima de experimentar, vivir, sentir o disfrutar la tauromaquia es la que nos transmiten estas luminarias? No, no, rotundamente no. Lo mejor que le puede pasar al toreo es que cada vez haya más público joven en las plazas, puesto que esa es la forma más segura de blindar la continuidad de esta milenaria cultura. Y, como es lógico, si esto exige buscar un nuevo equilibrio entre las distintas generaciones de espectadores, habrá que cultivarlo desde la educación, el respeto, el aprecio y el entendimiento mutuo.