«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Paracuellos, 1936: así mataron al rey del regate

“Monchín” Triana, celebridad futbolística de la época, protagonizó el primer trasvase sonado entre colchoneros y merengues. Por ser católico, le fusilaron junto a sus dos hermanos.

Cuando comenzaba el verano de 1902, Ramón Triana y del Arroyo vino al mundo en el seno de una familia bien posicionada. Como destacó enseguida por sus llamativas condiciones para la práctica del fútbol, el Athletic de Madrid lo incorporó a filas con sólo diecisiete años y después de que el joven mostrara enorme calidad defendiendo los colores de equipos más humildes: Marianistas del Pilar y Jesuitas de Areneros. A lo largo de una década, Monchín iba a sobresalir por una sorprendente capacidad para regatear al rival hasta el punto de que pasado mucho tiempo, a título póstumo, le bautizarían con el apodo de “el Kopa de los años veinte”. En rigor, y por simple lógica cronológica, tal vez fuera el francés quien debiera ser llamado “el Triana de los cincuenta”.

Aunque el fútbol le iba a convertir en figura celebérrima de la sociedad madrileña, este inteligente y hábil interior derecho cultivó con éxito otros deportes, compaginó la actividad balompédica con oposiciones a notaría, fue joven de gran formación y llegó a ser pieza básica de aquel conjunto rojiblanco conocido como “el equipo de los caballeros”. Representaba a esos hombres de entonces: voluntad inquebrantable y madurez precoz, tan lejos de lamentos o pretextos.

Con el Athletic, Ramón logró tres campeonatos regionales, disputó dos finales de Copa, anotó el primer gol en la historia del mítico Metropolitano y demostró tal limpieza que dieciséis años después de su muerte, entre 1952 y 1968, el diario Marca instauraría un trofeo a la deportividad con el nombre del gran driblador. Lo ganaron jugadores de tanto renombre como Puchades, Basora, Gaínza, Escudero o Paco Gento. Aun así, Triana perdió la compostura durante un partido jugado en el azulgrana campo de Les Corts, año 1925, cuando propinó una rotunda bofetada al espectador que insultaba a su compañero De miguel. El árbitro le expulsó sin dilación.

Todavía jugador del Athletic, su club le permitió unirse a la expedición con la que el Real Madrid realizó una gira de cuatro meses por varios países de América. Y no sólo él, también acudieron integrantes de otros equipos españoles en circunstancia observada entonces con absoluta normalidad. Los madridistas jugaron y ganaron seis partidos por tierras de Uruguay, Argentina, Perú, Cuba, México y Estados Unidos. Fue el primer contacto serio de Ramón con la entidad blanca. En 1928, una grave crisis económica azotó a los rojiblancos, el presidente Luciano Urquijo le comunicó que era imposible pagarle salario alguno y el Real Madrid, casi siempre con potencial económico muy superior, le ofreció un sueldo suculento. Monchín arriba a su nuevo equipo siendo ya notario.

Los primeros goles del Triana merengue acontecieron precisamente ante el Athletic madrileño. Logró la titularidad durante aquella temporada 1928/29, aunque en las tres siguientes iba a ocupar un papel secundario, más bien de suplente, ante la llegada de nuevos valores. Formó parte de la plantilla que logró el primer campeonato de liga para el Madrid (1931/32), jugó con la selección española un partido frente a Portugal (victoria cinco-cero) y disputó sin triunfo dos finales de Copa. Una de ellas, año 1929, pasaría a la historia como “la final del agua”: los de blanco y el Real Club Deportivo Español se enfrentaron bajo un apocalíptico aguacero y en césped impracticable, el árbitro expulsó a cinco futbolistas (tres pericos, dos merengues), vencieron los blanquiazules y los testimonios fotográficos dejan sin palabras. Más que un partido, se trató de una guerra sobre terreno imposible. Con el transcurrir del tiempo, Santiago Bernabéu aseguró no haber visto otro pelotero mejor que Triana. Siempre fue su debilidad.

A partir de julio del 36, Madrid se convirtió en territorio de checas, delaciones y represión salvaje contra el disidente, hasta el punto de que fue necesario crear un servicio de recogida de cadáveres. El padre de Ramón gestionaba la Cofradía de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón, la familia era conocida por su declarado catolicismo y estas circunstancias constituían motivo suficiente para situarla en el punto de mira. Milicianos quisieron detener a los cuatro varones Triana -Monchín, sus dos hermanos, su padre-, pero ellos lograron esconderse en otros rincones de aquella ciudad de pesadilla. Los represores registraban sin cesar el domicilio del futbolista y un día, cansados de verse burlados, advirtieron: si ellos no se entregaban, trasladarían hasta a una checa a las tres mujeres de la familia. Ellas también huyeron y bárbaros rabiosos arrasaron la casa.

Alguien aconsejó que los hijos cedieran y, pese a la brutalidad con que estaba reprimiéndose a tantos católicos, los tres hermanos llegaron a confiar en la fama de Monchín como probable salvoconducto. El exfutbolista aún era una celebridad, acudía a tertulias literarias de prestigio, despertaba enorme admiración y tal vez no se atrevieran a encarcelarlos, a torturarlos, a asesinarlos. Los Triana comparecieron ante las autoridades y fueron de inmediato trasladados a prisión. Nunca supieron qué cargo pesaba sobre ellos. El padre, la madre y las dos chicas pudieron abandonar Madrid gracias a la ayuda de la embajada cubana.

Monchín fue separado de sus hermanos, pero a todos les aguardaba la misma suerte. El que fuera estrella de Athletic y Real Madrid tendría como destino la Modelo, junto a la plaza de Moncloa, y allí coincidiría con uno de los más grandes porteros de todos los tiempos. Ricardo Zamora sufría prisión por católico, monárquico y columnista del Diario Ya; el catalán era personaje popularísimo: intervino en películas, llegó al Madrid procedente del Español por la mareante cifra -cifra galáctica- de cien mil pesetas, creó un despeje con denominación de origen (la “Zamorana”), fue considerado mejor guardameta del campeonato mundial de 1934 y además practicaba boxeo, atletismo o natación. Correría mejor fortuna que Triana porque la intercesión del Gobierno argentino le permitió trasladarse a Niza, donde prosiguió su carrera deportiva. En la Modelo, los presos observaban el desarrollo de algunos combates y aún les quedaba ánimo para organizar tremendos partidos de fútbol.

Rafael Luca de Tena sufrió prisión en esta cárcel y dio valiosísimo testimonio de algunos hechos que allí sucedieron. Llegó al macabro lugar justo después de una matanza y su primer trabajo consistió en limpiar la abundantísima sangre. Vio con ojos estupefactos cómo milicianos apiñaban cadáveres sobre un camión y uno de los verdugos lanzaba el cuerpo de Melquiades Álvarez con tanta fuerza que sobrepasó el vehículo y cayó encima de otro soldado. A Melquiades lo mataron con setenta y dos años porque los hijos del odio no parecían distinguir edad, sexo o motivo por el que sus víctimas eran represaliadas. Un día, estos matarifes abrieron los ficheros por la M -cuestión de suerte, de abecedario- y aquello supuso la condena de los Triana. Sería fusilado todo preso cuyo primer apellido comenzara a partir de esa letra. Los hermanos Luca de Tena también vieron partir al escritor Pedro Muñoz Seca hacia el lugar de su asesinato.

En la madrugada del 7 de noviembre, año 1936, un camión lleno de presos buscaba las inmediaciones de Paracuellos del Jarama. Entre otros, viajaban en él Monchín, Manuel Delgado Barreto (director del diario La Nación) y Juan Canalejo, jefe de la Falange gallega. Los Triana fueron acribillados sin acusación oficial, algo muy propio de las sacas. A menudo, padres, hijos y hermanos morían juntos.

Tras el exterminio casi total de los varones de la familia, una de las hermanas decidió ingresar en un convento. La otra retornó al domicilio de Serrano cuando finalizó la contienda pero, al encontrar dentro a personas que lo utilizaban como refugio, prefirió instalarse en lugar diferente por no dejarles sin cobijo. Muchos años después, un sobrino de Ramón Triana y del Arroyo fue activista de la extrema izquierda, huyó de España y llegó a formar parte de la guerrilla nicaragüense.

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