«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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10 de febrero de 2022

Ayuso se vuelve a equivocar

Isabel Díaz Ayuso (foto: A. Ortega / Europa Press)

En Madrid, como en la mayoría de las capitales y regiones europeas que soportan una inmigración desordenada, hay un problema de inseguridad creciente. Esto no es debatible. Como no es debatible el hartazgo de los vecinos de determinados barrios capitalinos que ven cómo sus calles se convierten, cada fin de semana, en un territorio comanche por la violencia de bandas nacidas allende los mares e importadas a España. Lo único que se debería debatir es cómo se encara el problema a despecho de la inútil corrección política.

Que los que tienen que defender la seguridad, sin la que no hay libertad ni paz social, crean que la inclusión de los inmigrantes es una responsabilidad del país de acogida, se equivocan. La responsabilidad es siempre, en primer lugar y casi de manera exclusiva, de los inmigrantes. Ellos son los que deben esforzarse, adaptarse y respetar el Estado de Derecho. Este esfuerzo podrá ser mayor o menor dependiendo de su nación de origen, su idioma materno, su etnia y su religión; es decir, de su cultura; pero el esfuerzo, como diría el entrenador argentino del Atlético de Madrid, es innegociable. Los inmigrantes deben esforzarse por integrarse por completo en la sociedad que los acoge y las autoridades políticas (que lo son en cuanto han recibido el mandato de los gobernados), deben exigírselo.

Por lo que parece, eso último es los que la mayoría de los políticos madrileños, a excepción de VOX, se niega a hacer con excusas identitarias como el respeto a la multiculturalidad, a la diversidad y a otra serie de memeces importadas de lo peor del wokismo universitario estadounidense. Entre esa serie de anomias intelectuales destaca el eslogan —una frase publicitaria por lo general mentirosa destinada a convencer a los consumidores de que, por ejemplo, un refresco de cola puede ser la chispa de la vida— de que los pandilleros de las bandas que actúan en Madrid, en su condición de supuestos inmigrantes de segunda generación, «son tan españoles como Santiago Abascal».

Esta frase, pronunciada hoy por Isabel Díaz Ayuso en la sede del parlamento regional, es parte de la respuesta de la líder (más o menos) del PP madrileño a la rigurosa intervención de la líder de VOX en Madrid (tal cual), Rocío Monasterio, que le había señalado al Gobierno del Partido Popular su responsabilidad por el incremento de la inseguridad en las calles fruto de la acción de las bandas. Esa frase sobre la españolidad absoluta de los pandilleros, que despertó una ovación de la bancada izquierdista, es, desde un punto de vista racional, una equivocación.

Hay cientos de estudios imparciales y objetivos que debaten la idea de que los llamados «inmigrantes de segunda generación» sean —y se sientan— tan nacionales como los propios nacionales. Desde luego, esto no es así en Europa, en donde desde tiempo inmemorial se ha buscado una virtuosa homogeneidad de las sociedades que la conforman. En este sentido, sólo podrá ser tan español como un español viejo aquel inmigrante nacionalizado que acepte sin reserva alguna que es su deber integrarse, garantizar los derechos y las libertades que los españoles se han dado, abandonar cualquier costumbre importada perniciosa, educar a sus hijos en la españolidad y aceptar los deberes ineludibles que contribuyen al crecimiento de España.

Pensar que los miembros de las bandas —latinas o magrebíes—, por su condición de inmigrantes de segunda generación (un término que abomina la izquierda, menos la madrileña, que no tiene ni idea), son tan españoles como cualquier español de raíz, es un pensamiento vacío. Decirlo en voz alta, una temeridad. Decirlo en voz alta para buscar al aplauso de la izquierda y marcar distancias con un partido como VOX que sólo busca soluciones para mejorar la vida de las personas normales y trabajadoras —españoles e inmigrantes—, es un error de manual. 

Debería creernos Isabel Díaz Ayuso cuando le advertimos de que buscar el aplauso fácil de la bancada de la izquierda y, lo que es peor, encontrarlo, es una mala idea que le aleja de una parte sustancial de su electorado. A la izquierda, a esta izquierda que hace de las políticas identitarias el motor que compensa su absoluta indigencia intelectual y la pérdida abrupta de sus referentes desde que el Muro de Berlín fue derribado, no se le debe dar ni la mano porque lo que la izquierda quiere, de verdad, es clavarle el diente.

Recuerde (o lea, por Dios, lea) la presidenta Ayuso la fábula samaniega del cocodrilo y el perro y no siga del enemigo el consejo. Su enemigo, que lo es de los españoles y de cualquier inmigrante que venga a integrarse y contribuir, es esta izquierda que abraza el multiculturalismo porque ya no puede abrazar el estalinismo. Por ahora, claro. Todo se andará. Como en Chile, donde ya se escuchan discursos que harían derramar lágrimas de felicidad al padrecito Stalin.

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