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25 de enero de 2022

Con Trump esto no pasaba

El expresidente de EEUU, Donald Trump. Europa Press

La crisis provocada por los movimientos de tropas rusas y bielorrusas alrededor de Ucrania tiene alterado al presidente Joe Biden. Hasta el borde de la histeria, que es el único punto en el que se puede entender —jamás disculpar— que todo un presidente de los Estados Unidos pueda llegar a insultar a un periodista crítico («maldito hijo de puta») en la mismísima Casa Blanca.

Un nerviosismo al que se le suma la marcha menos que mediocre de la economía estadounidense, la inflación que no cesa, al fracaso de su plan de vacunación, la incapacidad federal de enfrentarse a la pandemia y la constatación de que se acercan a toda velocidad las elecciones de medio mandato que, ahora mismo, pronostican una corrección en el voto de los norteamericanos que retirarán la confianza en los demócratas y se la devolverán a los republicanos. En resumen: jamás se vio a un presidente estadounidense tan desnortado después de apenas un año de mandato. A su lado, hasta Jimmy Carter fue un strategos.

Es cierto que lo de Ucrania, socio de la Alianza Atlántica pero no aliado (es decir, sin defensa automática), no tiene un análisis fácil. Rusia tiene sus razones históricas (las menos) y las geoestratégicas (las más). La OTAN —en esta caso, los aliados más recientes de la Alianza en la Europa libre pero amenazada de Visegrado y las antiguas repúblicas soviéticas del Báltico—, tiene las suyas. Gran Bretaña, con un Boris Johnson que nos recuerda demasiado a un Bill Clinton acorralado por sus escándalos y dispuesto a lanzar tomahawks para alterar la percepción de la opinión pública de lo que es, y lo que no, una relación sexual, también tiene las suyas. Alemania, que por su decisión de ser ecoverde sostenible y antinuclear depende de las importaciones de energía rusa, también tiene razones que no pueden ser ignoradas.

Sean las razones, los intereses y las necesidades que sean, lo que todo el mundo tiene claro es que la Administración Biden, que es el jefe de la organización militar, tiene la obligación de incomodar a Vladimir Putin para que el presidente ruso medite al menos el coste y los beneficios de una invasión de Ucrania.

Sin embargo, Biden, que metió la pata hasta el corvejón la pasada semana al negar sanciones si Rusia realizaba una intervención mínima (?) de Ucrania, y que ayer demostró un nerviosismo lamentable, no parece un líder para tiempos complicados, mucho menos si recordamos su, ejem, liderazgo en el caos de la huida de las tropas de la Alianza en Afganistán. Con Donald Trump, sin duda, el mundo era un lugar más seguro. Esto no es debatible, sino observable.

En el otro lado de la Alianza, está el irrelevante Pedro Sánchez al frente del Gobierno del país europeo que junto a otros «gigantes» como Bélgica y Luxemburgo menos presupuesto dedica a Defensa y cuya aportación económica directa a la OTAN es residual. Es cierto que el PSOE comparte el hstórico menosprecio de todos los gobiernos democráticos por la capacidad de nuestras Fuerzas Armadas, pero también es verdad que el hecho de que Sánchez se haya prestado para una ridícula sesión de fotos haciendo como que está muy preocupado por la crisis en Ucrania, es risible. Que el más que nervioso Biden lo haya excluido de la ronda de conversaciones con los aliados europeos de la Alianza, sobre todo cuando España será la sede de la cumbre de la OTAN en junio, ratifica las risas.

España es, hoy, una nación irrelevante no sólo en la crisis ucraniana, sino en el nuevo modelo estatégico de la OTAN. La aportación de Madrid a la fuerza de disuasión báltica de la Alianza es pequeña y el Gobierno todavía no ha explicado cuáles son nuestros intereses permanentes para que hayamos enviado carros de combate, cazas y hasta una fragata a una zona de enorme tensión. Pero aunque Sánchez sea irrelevante para Biden, no lo es (por desgracia) para los españoles y está obligado -él, no su ministro de Exteriores- a dar explicaciones y buscar la aprobación de una mayoría parlamentaria. Por supuesto, en el Congreso, como manda la ley, y no en alucinantes e increíbles sesiones fotográficas.

Todo esto, por supuesto, si es que Sánchez —que contra Trump vivía mejor— se acuerda de qué es la legalidad y dónde está la sede de la representación de la soberanía nacional. Que después de tanto tiempo de pandemia, tanta mentira e ilegalidad, lo dudamos.

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