El Partido Popular ha roto de manera unilateral con Vox. Otra vez. En uno de los peores momentos para España, el PP retoma ese camino a la perdición que ya anduvo Pablo Casado. Esta vez será «para concertar un futuro Gobierno con el PSOE» (García Margallo, El Mundo, 26 de enero) basado en su sentimiento de estar «más lejos de Vox que del PSOE» (Cuca Gamarra, El Español, 11 de febrero), con el objetivo final de que «si yo gano sin mayoría, el PSOE no se oponga a mi investidura, como yo no me opondré a la investidura del PSOE si ellos ganan» (Alberto Núñez Feijoo, El Periódico, 12 de marzo).
Sin embargo, para hacer un Casado completo, las entrevistas en los medios desgastados no bastan. Hace falta una declaración con luz y taquígrafos en sede parlamentaria. Ese fue el encargo que recibió una obediente Isabel Díaz Ayuso, que ayer, en el último pleno de la legislatura madrileña, rompió con Vox con un sonoro «que cada uno siga su camino», que resonó igual que aquel «hasta aquí hemos llegado» de Pablo Casado, que en paz descanse.
El problema de esta ruptura es que, como toda ruptura unilateral, necesita una explicación y el PP tiene el vicio histórico de fallar en las explicaciones. Que no comunican bien, vamos. Sólo con ese vicio arraigado podemos entender que Feijoo acusara ayer a Vox de «practicar una política infantil», apenas un día después de que los de Abascal hubieran presentado a un candidato independiente que desde la autoridad de una vida casi entera al servicio de España, dio una lección de madurez a un Congreso tantas veces pueril, mitinero y sobreexcitado.
Sin duda, este vicio afectó también a la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ayer usó el término náutico que define el abatimiento de una nave que cambia de rumbo en una dirección equivocada para decir, sin sonrojarse, que la causa de la ruptura es «la deriva de Vox». ¿En serio? ¿Deriva, Vox? ¿El partido más previsible de la historia política española?
Hablemos de derivas, de las de verdad. Como la celebrar, como hizo Feijoo, la sentencia del Constitucional que tumbaba el recurso del PP a la ley zapaterista que convirtió un delito despenalizado como el aborto en un derecho. Deriva es jactarse, como ha hecho Feijoo, de haber impulsado desde Europa las leyes de paridad obligatoria que perjudican a las mujeres cuando crean sospechas sobre sus méritos y capacidades reales para ocupar cargos públicos.
Deriva es exaltar las leyes trans, como hizo Feijoo en sus recientes tiempos gallegos, Ayuso hasta anteayer (y ya veremos), y hoy, Moreno Bonilla. Una exaltación impropia cuando buena parte de Occidente da marcha atrás y a toda máquina por el daño irreversible que han causado esas leyes ideológicas sin base científica a miles de menores de edad confusos.
Más que deriva, derrota (cuando la nave cambia por completo de rumbo), es rendir, como ha hecho el PP, la lengua común de la Hispanidad permitiendo, e incluso alentando, inmersiones lingüísticas que llegan a impedir que un español estudie en español en España. Deriva en dirección a la escollera, es lo que le sucede a un partido que en tiempos del padre de la Constitución y fundador del PP, Manuel Fraga, montaba la mundial por la inclusión del término nacionalidades en el artículo 2 de la Carta Magna, pero que hoy afirma que «España es un estado plurinacional» (Feijoo, conferencia en el Círculo Ecuestre de Barcelona, mayo de 2022).
Tomar un rumbo equivocado es mandar una delegación del PP a la convención del Partido Demócrata estadounidense y no a la del Partido Republicano. Deriva, y de las gordas viniendo de quien descansaba sus pies en la mesa de café de George W. Bush, es decir que «si yo fuera estadounidense, habría votado por Joe Biden» (José María Aznar, en lo de Évole, febrero de 2021). Deriva es apoyar, como ha hecho el portavoz popular, Borja Sémper, a Lula da Silva, fundador de esa siniestra Internacional de Dictadores que es el Foro de Sao Paulo, mientras el eurodiputado popular Esteban González Pons encabezaba delegaciones para tumbar la soberanía de países democráticos y hartos de tiranías como Polonia y Hungría.
Deriva es decir, como hizo hace unos días el popular Margallo en televisión, que la Agenda 2030 de sumisión al globalismo y a la histeria climática y que tanto daño ha hecho y hará a nuestra soberanía energética, al campo español y a la identidad de España, «es el Evangelio». Es decir, la buena nueva. Palabra de Dios.
Hay más derivas y muchas más derrotas en un partido como el PP que hoy está más a la izquierda en lo social que el corrupto PSOE de Felipe González y que la última vez que tuvo la responsabilidad de gobernar la nación, no derogó la mezquina ley de manipulación de nuestro pasado que acabó con la profanación de una tumba que sólo le pertenecía a su familia y a la Historia.
Romper con Vox, un partido constante y previsible, y regresar al casadismo, es lo mismo que anteponer las ansias de poder a las necesidades de España. Es un error mayúsculo y una burla a sus simpatizantes. Que el Partido Popular, liderado por un ex votante felipista (Feijoo se jactó de ellos hace un año en el Congreso en Sevilla que lo aclamó como presidente), elija, muy por encima del interés de España, tratar de neutralizar a Vox para concertar con el PSOE, nos preocupa en extremo.
Nada hay del Partido Popular, el que hace unos días impidió con sus votos que la Eurocámara debatiera en pleno la corrupción socialista del Tito Berni o el que unos días antes se ausentó del Parlamento Europeo para no condenar la represión de la libertad de prensa en Marruecos, que no nos recuerde a aquel Casado que también demoró de manera consciente y perezosa su labor de oposición al Gobierno para centrarse en el trabajo de matar al partido de Santiago Abascal. Una formación con quien el PP parece haber olvidado que tiene un pacto de gobierno en Castilla y León que está dando unos extraordinarios resultados, tanto económicos como sociales y que hasta ayer, y mucho nos tememos que sólo hasta ayer, era el primer gran ejemplo de las posibilidades de una alianza para la recuperación de España frente al desastre izquierdista.
Para esta estrategia, el Partido Popular sólo cuenta con la ventaja de la prensa adicta al bipartidismo. Pero lo que hasta hace unos años hubiera sido una ventaja formidable, hoy es muy menor. Siete veces han tratado de matar a Vox, y siete veces han fracasado. Ocho si contamos la unanimidad de las portadas de los periódicos de ayer que, obcecados en sostener sus apriorismos, daban como perdedor a Vox en la moción de censura cuando las redes sociales, las sonadas rectificaciones de algunos periodistas honrados y las propias encuestas publicadas en esos medios, dicen otra cosa, y bien distinta.
El partido que lidera Abascal tiene una base fidelísima de votantes con una conciencia crítica y un recuerdo exacto de quién es aquí el partido que va de deriva en deriva hasta la derrota final. Pero sobre todo, y esto es un hecho, Vox tiene posibilidades de ensanchar sus bases y atraer electores que el PP no tiene. Si quieren un ejemplo, miren a Giorgia Meloni, primera ministra italiana y socia de Vox en el Grupo de los Conservadores y Reformistas europeos.
Aconsejamos al Partido Popular, ahora que todavía está a tiempo, que encuentre la racionalidad ayer perdida con la escenificación de su unilateral ruptura y que corrija el rumbo de su estrategia de concertación con la izquierda. No por su bien, sino por el de sus confusos votantes y, sobre todo, por el de España.
En caso de duda, llamen a Casado. Si es que acepta la llamada.