«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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27 de octubre de 2022

Enmienda al Orden Natural

"Rebaño de ovejas" por Bernard Spragg (CC)

Desde que el mundo es mundo el ser humano ha vivido en la permanente búsqueda de la claridad para superar la confusión entre lo natural inmanente y la construcción artificial. O lo que es lo mismo, para solucionar el conflicto entre naturaleza y convención.

Buena parte de lo mejor del pensamiento filosófico está dirigido a arrojar algo de luz en la oscuridad que genera esa confusión. Tras siglos de peregrinaje, la humanidad, de un modo u otro, con un Dios o con otro, aceptó que había un Derecho Natural primigenio y objetivo que era superior a cualquier convención humana y que debía ser respetado. Esa claridad de las ideas-creencia duró hasta la llegada de los tiempos modernos, cuando determinados movimientos sociales como el sociallismo o el comunismo, por intereses políticos, negaron cualquier fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral. El imperio del nihilismo, y sus derivadas conocidas: el subjetivismo, el relativismo y el constructivismo, se abrió camino en el mundo y la humanidad, aunque con alguna resistencia, volvió a los tiempos de la confusión. Para tratar de salir de ella el hombre adoptó un nueva religión: la Ciencia, que a pesar de todos los errores que comete en su búsqueda permanente de la verdad, sí entronca con el Derecho Natural.

Sin embargo, la Ciencia digamos Natural también ha caído.

El siglo XXI es el comienzo de la era de una nueva fe estatal en la mayoría de las naciones de Occidente: el sentimentalismo. Lo sentimental prescinde de la neutralidad y de la objetividad que solían acompañar a lo científico, igual que prescinde de cualquier tipo de Orden Natural. Las creencias, en esta nueva era, han sido sustituidas por las ocurrencias, que no sólo no aportan claridad  alguna para salir de la confusión, sino que han convertido a la confusión en desorientación.

Occidente está, hoy, más que confuso, desorientado, que es peor. A los hombres se nos exige sumisión absoluta al sentimentalismo y los legisladores usan el positivismo —es decir, la supremacía de su mera voluntad— para dar rango de ley a todo tipo de ocurrencias acientíficas, amorales y absurdas, sin olvidar jamás incorporar un régimen sancionador a las leyes para que nadie ose oponerse al sentimentalismo y para acabar con cualquier resistencia de los científicos y de los teólogos. O lo que es lo mismo, para doblar el pulso a la razón y a la fe. Y se lo están doblando con leyes injustas. Y cuando la ley no alcanza, con el empleo de la cultura de la cancelación, que es la muerte civil de cualquiera que se atreva a disentir.

Ejemplos hay muchos y, en España, campo de experimentos del wokismo sentimental, más. Ideologías sin base moral ni científica como el feminismo de tercera generación, la ideología de género, la autodeterminación sexual, el histerismo climático, la temible justicia racial, el indigenismo en Iberoamérica, la memoria democrática, el inmigracionismo y el globalismo, se imponen sin razón alguna y sin debate científico ni moral.

Esta enmienda a la totalidad de lo que queda del Orden Natural que realiza la izquierda y que se apoya en lo que el comunista (luego represaliado) Münzenberg llamaba el ejército de crédulos o los idiotas de buena voluntad, es un enemigo de una magnitud colosal y sólo una reacción de la misma magnitud podrá acabar con  la desorientación que padecemos.

El primer paso, sin duda, es sacudirnos el borreguismo que trae el sentimentalismo, abandonar el pensamiento débil y exigir, a los que podrán hacerlo, que si algún día alcanzan el poder, deroguen todas las leyes sentimentales, acientíficas y amorales que la izquierda nos impone para mantenernos sumisos, descontruidos y desorientados. Todas es todas.

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