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EDITORIAL
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7 de septiembre de 2021

FP y libertad empresarial

La ministra de Educación y Formación Profesional, Pilar Alegría (E.Parra -Ep)

Una reforma de la Formación Profesional es necesaria. Que España necesita muchos más profesionales que peritos en lunas, es una verdad absoluta desde hace décadas. Garantizar su gratuidad, tal y como ha propuesto el Grupo de VOX en la Asamblea de Madrid, y crear las plazas necesarias —hoy muy por debajo de la demanda— es importante para dar una salida profesional que los títulos universitarios no ofrecen.

Pero de nada sirve fomentar la Formación Profesional si el Gobierno, con el beneplácito de los sindicatos de clase, los mismos que son incapaces de movilizarse por el expolio de la luz, y de ciertas paniaguadas organizaciones empresariales, se empeña en freír a impuestos y seguros sociales a los empresarios y a los trabajadores autónomos que son los que crean —y no el Gobierno— los puestos de trabajo necesarios para absorber la oferta de titulados en FP.

La reforma de la Formación Profesional anunciada por el Gobierno para hacerla más atractiva y ahondar en la dualidad alumno-empresa frente a la inundación de títulos universitarios que nos aqueja desde los años 80, pierde cualquier sentido si no va aneja a un plan de fomento, no del empleo, sino de la libertad empresarial que es al final la única que puede mejorar el precario mercado laboral. Por supuesto, sin recurrir al desastre absoluto que supone engordar una Administración mastodóntica muy por encima de las posibilidades de una nación en crisis como España.

Por lo tanto, y siguiendo el ejemplo clásico, nos preguntamos de qué sirve enseñar (promocionar, estimular…) a pescar si el Gobierno se empeña en alimentar al leviatán fiscal con más de la mitad del pez capturado. Nos creeremos esta reforma, cualquier reforma educativa, si se utilizan criterios racionales y sentido de Estado para que el mercado laboral pueda contratar y dar una oportunidad a cientos de miles de jóvenes profesionales que a medio plazo necesitarán un título, pero que también necesitarán una empresa que se pueda permitir contratarles por un sueldo justo y un futuro laboral estable. La clave, en la anterior frase, es la de «que se pueda permitir».

Todo lo demás será crear una (otra) generación de frustrados profesionales.

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