Gustavo Petro, comunista, ex asesor económico del desastre chavista y terrorista convicto de la extinta y sanguinaria banda del M-19, se le ocurrió ayer mandar a buscar la espada de Simón BolĆvar, el libertador, para que fuera exhibida en su toma de posesión como nuevo presidente de Colombia. Fue, insistimos, una ocurrencia fuera de las reglas del protocolo de su investidura como jefe del Estado, igual que lo fue que la banda presidencial le fuera impuesta por la hija de otro terrorista comunista del M-19 en vez de por el presidente del Congreso, exhibiendo asĆ la idea de que su poder lo recibe de la izquierda dizque revolucionaria y no del Estado.
La ocurrencia de la exhibición mĆ”s o menos solemne de la espada de Simón BolĆvar tiene poco que ver con la exaltación de la figura del libertador, sino que es un sĆmbolo que reivindica el robo de la espada por parte del grupo terrorista del M-19 que la tuvo en su poder durante casi dos dĆ©cadas hasta que la devolvió al Estado. AsĆ es y de ninguna otra manera puede ser explicado. De ocurrencia en ocurrencia, la toma de posesión de Gustavo Petro se convirtió asĆ en una reivindicación completa de su pasado que la izquierda llama guerrillero, Zapatero llama Ā«la polĆtica del amorĀ» y que las decenas de miles de colombianos asesinados por esos grupos criminales castristas āel M-19 tenĆa su cuartel general en Cubaā llamarĆan terrorista.
Esta es, por desgracia, la verdad de lo que ayer quiso simbolizar el presidente Petro rompiendo el protocolo.
Pero imaginemos durante un instante que fuĆ©ramos tan, pero tan ingenuos, como para creer que el desfile de la espada de Simón BolĆvar por delante de la tribuna de invitados entre los que estaba el Rey de EspaƱa āhubo que retrasar la ceremonia mĆ”s de media hora para que diera tiempo a buscar el arma, lo que prueba que sólo fue una improvisaciónā buscaba la exaltación de la figura del criollo como sĆmbolo de la independencia de Colombia y, a mĆ”s, la reivindicación de la idea de Simón BolĆvar de la Gran Colombia, es decir, de la AmĆ©rica espaƱola desde RĆo Grande hasta Tierra de Fuego.
Si fuera asĆ, si eso fuera lo importante y no lo secundario, Felipe VI cumplió un magnĆfico servicio a EspaƱa al no levantarse al paso de la espada de BolĆvar y demostró la solida preparación histórica y moral de un Rey que no puede honrar ni siquiera con un gesto el paso de una espada con la que BolĆvar, un espaƱol criollo, educado en EspaƱa, casado y viudo de una espaƱola, ordenó la muerte de miles de espaƱoles. Muertes que no lo fueron sólo en el campo de batalla, es decir, no en buena lid, como en Carabobo, sino la de miles de prisioneros espaƱoles, cientos de ellos heridos como los del Hospital de La Guaira. La guerra a muerte de BolĆvar contra los espaƱoles de Ultramar, influida por el horror experimental de la revolución haitiana que Ć©l estudió en profundidad, fue una orden de eliminación sistemĆ”tica que partió de quien hoy serĆa, sin duda, un criminal de guerra.
Pero eso serĆa hoy. Y no caben presentismos absurdos. A pesar de sus villanĆas que pertenecen a otros siglos, BolĆvar tiene un notable lugar en la Historia como el gran libertador de SudamĆ©rica. Igual que tiene tres estatuas en EspaƱa āuna de ellas erigida en Madrid en 1968, en tiempos del alcalde franquista Arias Navarroā, que prueban la generosidad casi ilimitada de una nación como la espaƱola. Que nadie toque esas estatuas, sino que sirvan para recordar la Historia que, para desgracia de la izquierda, estĆ” en los libros que ellos no leen.
Pero la generosidad tiene lĆmites. Debe tenerlos. Que ayer, el Rey de EspaƱa, heredero de la misma Corona contra la que se rebeló BolĆvar mientras los espaƱoles luchaban por su propia independencia contra el francĆ©s, se quedara sentado al paso de la espada, no es un desdĆ©n a la figura de Simón BolĆvar, sino el silencioso homenaje del capitĆ”n general de nuestros EjĆ©rcitos a todos aquellos soldados espaƱoles que supieron morir, o fueron asesinados, por EspaƱa en tierras espaƱolas de Ultramar hace dos siglos. Gracias, SeƱor.
Para otro dĆa dejamos el abuso innoble que el socialismo del siglo XXI hace de la figura de BolĆvar. Que si levantara la cabeza de su tumba en Venezuela y mirara a su alrededorā¦