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9 de agosto de 2022

Gracias, Señor

Su Majestad, el Rey Felipe VI, en la toma de posesión del presidente colombiano, Gustavo Petro (Luisa González / Reuters)

Gustavo Petro, comunista, ex asesor económico del desastre chavista y terrorista convicto de la extinta y sanguinaria banda del M-19, se le ocurrió ayer mandar a buscar la espada de Simón Bolívar, el libertador, para que fuera exhibida en su toma de posesión como nuevo presidente de Colombia. Fue, insistimos, una ocurrencia fuera de las reglas del protocolo de su investidura como jefe del Estado, igual que lo fue que la banda presidencial le fuera impuesta por la hija de otro terrorista comunista del M-19 en vez de por el presidente del Congreso, exhibiendo así la idea de que su poder lo recibe de la izquierda dizque revolucionaria y no del Estado.

La ocurrencia de la exhibición más o menos solemne de la espada de Simón Bolívar tiene poco que ver con la exaltación de la figura del libertador, sino que es un símbolo que reivindica el robo de la espada por parte del grupo terrorista del M-19 que la tuvo en su poder durante casi dos décadas hasta que la devolvió al Estado. Así es y de ninguna otra manera puede ser explicado. De ocurrencia en ocurrencia, la toma de posesión de Gustavo Petro se convirtió así en una reivindicación completa de su pasado que la izquierda llama guerrillero, Zapatero llama «la política del amor» y que las decenas de miles de colombianos asesinados por esos grupos criminales castristas —el M-19 tenía su cuartel general en Cuba— llamarían terrorista.

Esta es, por desgracia, la verdad de lo que ayer quiso simbolizar el presidente Petro rompiendo el protocolo.

Pero imaginemos durante un instante que fuéramos tan, pero tan ingenuos, como para creer que el desfile de la espada de Simón Bolívar por delante de la tribuna de invitados entre los que estaba el Rey de España —hubo que retrasar la ceremonia más de media hora para que diera tiempo a buscar el arma, lo que prueba que sólo fue una improvisación— buscaba la exaltación de la figura del criollo como símbolo de la independencia de Colombia y, a más, la reivindicación de la idea de Simón Bolívar de la Gran Colombia, es decir, de la América española desde Río Grande hasta Tierra de Fuego.

Si fuera así, si eso fuera lo importante y no lo secundario, Felipe VI cumplió un magnífico servicio a España al no levantarse al paso de la espada de Bolívar y demostró la solida preparación histórica y moral de un Rey que no puede honrar ni siquiera con un gesto el paso de una espada con la que Bolívar, un español criollo, educado en España, casado y viudo de una española, ordenó la muerte de miles de españoles. Muertes que no lo fueron sólo en el campo de batalla, es decir, no en buena lid, como en Carabobo, sino la de miles de prisioneros españoles, cientos de ellos heridos como los del Hospital de La Guaira. La guerra a muerte de Bolívar contra los españoles de Ultramar, influida por el horror experimental de la revolución haitiana que él estudió en profundidad, fue una orden de eliminación sistemática que partió de quien hoy sería, sin duda, un criminal de guerra.

Pero eso sería hoy. Y no caben presentismos absurdos. A pesar de sus villanías que pertenecen a otros siglos, Bolívar tiene un notable lugar en la Historia como el gran libertador de Sudamérica. Igual que tiene tres estatuas en España —una de ellas erigida en Madrid en 1968, en tiempos del alcalde franquista Arias Navarro—, que prueban la generosidad casi ilimitada de una nación como la española. Que nadie toque esas estatuas, sino que sirvan para recordar la Historia que, para desgracia de la izquierda, está en los libros que ellos no leen.

Pero la generosidad tiene límites. Debe tenerlos. Que ayer, el Rey de España, heredero de la misma Corona contra la que se rebeló Bolívar mientras los españoles luchaban por su propia independencia contra el francés, se quedara sentado al paso de la espada, no es un desdén a la figura de Simón Bolívar, sino el silencioso homenaje del capitán general de nuestros Ejércitos a todos aquellos soldados españoles que supieron morir, o fueron asesinados, por España en tierras españolas de Ultramar hace dos siglos. Gracias, Señor.

Para otro día dejamos el abuso innoble que el socialismo del siglo XXI hace de la figura de Bolívar. Que si levantara la cabeza de su tumba en Venezuela y mirara a su alrededor…

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