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EDITORIAL
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28 de junio de 2023

La claque y el veto

Pedro Sánchez, durante su participación en el programa "El Hormiguero" de Antena3 (C. López Álvarez / Ep)

A finales del siglo XIX y un buen trecho del siglo XX, los empresarios teatrales que arriesgaban sin subvenciones el estreno de una obra recurrían a la claque para tratar de asegurar el éxito. Consistía esta claque en un grupo de espectadores pagados por la empresa que, salpicados por el patio de butacas, entresuelo y gallinero, aplaudían y vitoreaban en momentos señalados para influir en el estado de ánimo del resto del público —críticos teatrales incluidos—, y que solían terminar exigiendo, para mayor gloria de la vanidad del autor, que este saliera a saludar al terminar la función.

Ayer, décadas después de que las subvenciones sustituyeran a las innecesarias claques, un programa de entretenimiento de una cadena privada de televisión —El Hormiguero, de Antena 3—, aceptó volver al pasado y alojó una considerable claque entre el público que asistió al intento de entrevista que el presentador del programa obsequió al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Sólo así podemos explicar que el público aplaudiera ciertas manifestaciones —que no contestaciones— del jefe del Ejecutivo, como la ovación que siguió a la frase «vamos a ganar las elecciones», o cuando exigió al presentador avasallado que no comparara el compromiso democrático de la líder del nuevo partido de extrema izquierda, Yolanda Díaz, con el de Santiago Abascal, a quien ese mismo programa retiró hace unos días la invitación cursada y que ya había sido aceptada por Vox.

Es previsible que hoy haya una nueva claque, diferente, pero también organizada, en la segunda y última entrevista electoral de El Hormiguero, que tendrá como protagonista al presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijoo. Y escribimos que es predecible porque lo contrario contradeciría la gran operación mediática de refuerzo del bipartidismo puesta en marcha desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación que tratan con desesperación de restringir a Vox, herramienta democrática de representación de millones de españoles, su presencia en la vida pública. 

El veto a Santiago Abascal, que hace menos de cuatro años regaló a ese mismo programa una de las mayores audiencias de su historia, junto a la aceptada presencia de una claque y ciertos teatrillos pactados a mayor gloria del presidente Sánchez, son contrarios a la ética periodística que debe presidir el trabajo diario de los medios de comunicación, máxime en periodo preelectoral y cuando, como es el caso del grupo Atresmedia, se define como una televisión abierta y libre.

Las claques a favor del bipartidismo y los vetos a la tercera fuerza nacional de España socavan nuestro sistema constitucional del gobierno representativo, que sólo puede funcionar cuando el valor de los votos se mide en el acceso de los votantes a información libre y veraz sobre los partidos y sus candidatos.

Por fortuna, y sobre todo para suerte de esta cadena de televisión, todavía hay tiempo para corregir el error. Sólo tienen que escuchar a su público, sin claques. Ese público que exige respeto por los principios democráticos de la libertad y el pluralismo político que hoy, si no lo solucionan (y deberían), quedarán sepultados en lo más profundo de un hormiguero, que es donde suele estar la despensa.

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