Durante cuatro décadas y pico, los grandes partidos de lo establecido han apelado al «voto útil» para concentrar el sufragio mayoritario de los españoles en torno a dos y sólo dos formaciones que han ido alternándose en un pacto tácito por el cual el partido moderado asumía las leyes ideológicas —lo que podríamos denominar la agenda social— del partido progresista y este, a su vez, asumía los postulados económicos del otro.
Partía esta apelación al voto útil de la desinformación crónica de los españoles en lo que se refiere al conteo de los votos y la asignación de diputados en función de la aplicación del Sistema D’Hont. Este sistema, mal llamado «ley», favorece siempre —siempre— a los grandes partidos, de una manera cercana a lo escandaloso en circunscripciones pequeñas que ponen en juego pocos diputados.
Por eso, cuando los dos partidos de lo establecido apelan al «voto útil», en realidad no buscan sólo favorecerse a sí mismos, sino también al bipartidismo. Sin duda alguna, para cualquiera de los dos grandes partidos es preferible que el voto se concentre en ellos y sólo en ellos, antes que dar entrada en el sistema parlamentario español a otra formación que pueda desafiar ese pacto tácito de reparto del poder.
Por eso, de nuevo, esa apelación al falso «voto útil» no sólo sirve para que ellos ganen, sino que sirve para que ambos refuercen sus estructuras de poder.
Pero aún hay más. Y peor. La definición clásica de voto útil, es decir, la decisión de aceptar el llamamiento y votar a un partido que no es el preferido del elector sólo para derribar al otro o para impedir que el otro llegue al Gobierno, normaliza algo tan grave en democracia como la falta de representatividad, que es un mal crónico en el sistema parlamentario español. Esa falta de compromiso de los grandes partidos receptores del «voto útil» con sus votantes, a los que mienten sin rubor alguno y llenan de promesas que luego quedan en nada o en todo lo contrario, genera a medio y largo plazo frustración y desafección.
Hay decenas de ejemplos que están en la mente del lector de La Gaceta de la inutilidad del «voto útil» a cualquiera de los dos grandes, por ahora, partidos españoles. No en cuanto a su futilidad para llevarlos al poder, sino como herramienta de representación fiel de las ideas del votante. Que haya españoles que, después de haber sido engañados con reiterada obstinación, continúen votándolos, sólo puede explicarse por una mezcla de clientelismo, agotamiento y del pernicioso reacomodo de nuestras ideas para relativizar el engaño sufrido.
Por todo lo anterior, en La Gaceta de la Iberosfera aconsejamos el voto en conciencia, que es el único que aleja el insomnio y la frustración, frente a la farsa demostrada y perniciosa del «voto útil». Vote convencido de que entrega la mayoría absoluta de sí mismo al partido que mejor represente sus ideas, aspiraciones, intereses y necesidades. Sea al partido que sea. Eso, y sólo eso, es lo útil.