A esta alturas, todo el mundo sabe que tras la ruina y caĆda estrepitosa del Muro de BerlĆn a finales de los 80, el socialismo pasó a ser una ideologĆa muerta sin significado alguno. Pero tambiĆ©n sabemos, y esto es rigor histórico, que, en simultĆ”neo a la caĆda del Ćŗltimo cascote y con la colaboración del moderantismo siempre cobarde, comenzó un proceso de reconstrucción que llevó al socialismo a reinventarse abanderando ciertas bioideologĆas como el ecologismo y el feminismo de segunda y tercera generación cuyos efectos perversos āhoy aprobarĆ”n la desquiciada Ley Trans en EspaƱaā aceleran la incuestionable decadencia de Occidente.
Sin embargo, la realidad, que es refractaria a la manipulación antihumanista de las bioideologĆas, nos ofrece todos los dĆas pruebas de que estas son sólo herramientas para alcanzar el poder. Herramientas poderosas, sin duda, que movilizan los sentimientos atolondrados de buena parte de la población que por miedo, ignorancia o un indecente buenismo, encuentran en estas bioideologĆas una justificación transversal para entregar su voto, su dinero y la renuncia a su identidad a la izquierda woke globalista.
Tomemos el caso del ecologismo como un ejemplo fĆ”cil de manipulación sentimental con fines polĆticos. No es sólo, que tambiĆ©n, que las proclamas catastrofistas y antropocĆ©ntricas sobre un apocalipsis climĆ”tico āque ya tarda segĆŗn predijo Al Goreā las hagan lĆderes que no se bajan del avión o del coche blindado de seis toneladas ni asĆ los maten (expresión alegórica). Las pruebas irrefutables de que su ecologismo (y no un sano conservacionismo) es una enorme mentira las podemos encontrar, sin ir mucho mĆ”s lejos que en los Ćŗltimos meses e incluso dĆas, en dos verdaderas catĆ”strofes ambientales por las que los apóstoles de las crisis climĆ”ticas, la izquierda ecopuritana y sus moderados aliados, no han movido un solo dedo.
El sabotaje del gaseoducto ruso Nord Stream en septiembre del aƱo pasado es la primera evidencia. Su voladura provocó una fuga catastrófica de metano a la atmósfera y al mar que afectarĆ” por igual al efecto de calentamiento que estĆ” en la base de las predicciones apocalĆpticas y a la flora y a la fauna marina de la zona. La sola idea de provocar una catĆ”strofe medioambiental āy a estas alturas pocas dudas hay de la autorĆaā con fines estratĆ©gicos, deberĆa haber causado una reacción furibunda de la muy ecologista y gretathunberiana Unión Europea. Bruselas, sin embargo, ha decidido mirar para otro lado y concentrar sus esfuerzos en perseguir a la clase media y trabajadora europea que posea un automóvil de combustión. Nosotros, los preconocidos delincuentes del futuro.
La segunda prueba de que la pasión ecologista del consenso progre āde Biden a Macron, pasando por SĆ”nchezā es una milonga la encontramos estos dĆas, trece despuĆ©s del accidente ferroviario en el estado de Ohio que soltó a la atmósfera una cantidad de cloruro de vinilo (un gas tóxico que se usa para fabricar pvc, carcinogĆ©nico en extremo en el ser humano), equivalente a la que resultarĆa del naufragio de cinco superpetroleros.
Esta es, muy por encima del vertido de crudo de la plataforma de la BP en el Golfo de MĆ©xico en 2010, la mayor catĆ”strofe medioambiental no natural de la historia de los Estados Unidos y los efectos sobre la salud y la vida de cientos de miles de personas y ningĆŗn pelĆcano serĆ”n reales. Si el lector apenas ha logrado saber de este asunto, pero conoce al dedillo el tamaƱo de los supuestos globos chinos o extraterrestres derribados por la heroica Administración Biden, entenderĆ” el alcance de la patraƱa.