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«No tendrás nada y serás feliz»

Un futuro sin coche: de orgullo de la clase media a lujo para la élite

Es difícil imaginar una medida más clasista que la de prohibir la circulación a quien no pueda permitirse un coche nuevo. El vehículo eléctrico, más caro y con menos autonomía, es aún minoritario excepto en la incesante propaganda gubernamental, filial de organismos supranacionales como la ONU o la UE, cuyo parlamento aprobó el martes la prohibición de vender vehículos de combustión, incluidos los de gasolina, diésel e híbridos, a partir de 2035.

Esta cruzada contra el coche no es sólo una medida arbitraria, sino un ataque frontal a la clase media y sus costumbres, verdadero signo de nuestros tiempos. El pueblo, cada vez más indefenso y fragmentado en sociedades atomizadas, es despojado de su principal medio de transporte, garantía de su independencia, libertad y prosperidad en las últimas seis o siete décadas.

Por supuesto que hay una coartada: todo es por nuestro bien. Las restricciones se hacen para reducir la contaminación del planeta y garantizar un futuro verde y sostenible. A ello se dedica con entusiasmo la agenda climática impulsada desde ONG, grandes empresas y gobiernos, que tratan de convencernos de que sin restricciones no hay mundo posible.

Lástima que 2020, año del confinamiento mundial por el virus, se batiera el récord de emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera. La Organización Meteorológica Mundial, dependiente de la ONU, publicó un informe que indicaba que el CO2 alcanzó 413 partes por millón en 2020, frente a las 410 registradas en 2019. Los cierres de fronteras, la drástica reducción de viajes en avión, coches y otros medios de transporte no redujeron la contaminación. La ciencia, comodín al que tanto se apela, deja en evidencia el relato oficial.

Otra de las lecciones de 2020 es el aumento de la brecha entre los de arriba y los de abajo. Mientras las restricciones a la movilidad eran moneda común para toda la población occidental, los viajes en jets privados se multiplicaron. De algún modo, eso nos anticipó un futuro -que es hoy- en que las élites disfrutan de las privaciones que imponen al resto. El coche, como el avión, será privilegio de unos pocos en los próximos años.

Ninguno de estos cambios trascendentales en nuestras vidas sería posible sin los Acuerdos de París, los Pactos Verdes y la Agenda 2030. Los tres tienen en común que sus efectos los sufre el ciudadano al que se acaba de prohibir usar su coche sin haberle consultado.

Quizá la expresión que mejor explica esta época es el «no tendrás nada y serás feliz», eslogan del Foro Económico Mundial reunido en Davos en 2021, uno de esos centros de poder donde se decide casi todo y nadie rinde cuentas. Esta dinámica, acelerada en los últimos años, ha colonizado los parlamentos y despojado de soberanía a las naciones.

Una de las imposiciones más recientes en España es la de Madrid Central. Impulsada por la izquierda y conservada y ampliada por el PP, se trata de un plan que limita la circulación hasta el punto que hoy ya no se puede entrar en el centro ni dentro de la M-30 si el coche tiene distintivo A (sin etiqueta). Por si fuera poco, hay que pagar impuestos verdes y la alternativa es circular en patinete.

No es una exageración: el fin del coche es el símbolo de la decadencia de nuestros días, supone toda una involución y una paradoja para quienes siguen manteniendo vivo el mito del progreso, o sea, que la humanidad, por inercia, siempre avanza a un mejor porvenir. Al paso que vamos ya se puede refutar con los años 60 y 70, caracterizados por la creación de la clase media y que millones de españoles accedieran por primera vez a una casa en propiedad y un coche.

Precisamente la añoranza de esos tiempos de trabajo, casa y coche seguros explica, en parte, el giro proteccionista de occidente desde 2016, año del Brexit y la victoria de Trump. La desindustrialización y la creciente brecha entre la gente corriente y la clase dominante ha consolidado el fenómeno en países de toda Europa. Los más cercanos son Francia, donde Le Pen se quedó a las puertas de ganar en las presidenciales 2017 y 2022, e Italia, con Giorgia Meloni como nueva presidenta.

Conviene detenerse en los grupos que han votado a favor de la prohibición de vender coches a partir de 2035: la izquierda, los verdes y los liberales. Aunque cueste repetirlo, el eje izquierda-derecha ha muerto en el terreno de las ideas, no así en nuestras mentes, pues aún manejamos esos parámetros para explicar la realidad. Y de ahí que escandalice que «la izquierda y los liberales» hayan propiciado una de las mayores puñaladas a la clase media y trabajadora que se recuerdan.

Desde los antiguos conceptos resulta una votación inexplicable, casi una contradicción. Sin embargo, los nuevos actores globalistas-nacionales sí explican con sencillez que izquierda y liberales, ambos en el primer grupo, reman en la misma dirección. Este es el motivo por el que tantos trabajadores –véase Ismael el del pladur– abandonan los partidos de izquierda, pues todo parece diseñado contra el ciudadano corriente que, viva en el campo o la ciudad, sólo puede defenderse de esta pinza refugiándose en opciones proteccionistas.

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