«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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26 de enero de 2023

La permanente amenaza islamista

Un marroquí que cometió el delito de entrar de manera ilegal en España y que, gracias a la permisividad de nuestras leyes dictadas por políticos del consenso multicultural, no fue devuelto a su país, asesinó ayer en Algeciras a don Diego Valencia, sacristán de la Iglesia Mayor Parroquial de Nuestra Señora de La Palma, hirió de gravedad a un sacerdote de la parroquia de San Isidro y amacheteó a otras tres personas antes de ser detenido. Todo, al grito de Alá es grande.

En esta España pequeña en principios y valores, don Diego Valencia, asesinado, que no fallecido, por un islamista, será olvidado pronto. Las autoridades y sus medios amaestrados taparán sus culpas y entre apelaciones hipócritas a la concordia y acusaciones de islamofobia a todo el que se atreva a disentir, dirán que su asesino era un enajenado mental, un lobo solitario o un caso aislado. Y no es así.

Por desgracia, el fanatismo religioso de corte islamista no anida en el cerebro de un musulmán por ciencia infusa, sino que es el resultado de la acción deliberada de determinados estados que satanizan a Occidente, que se aprovechan de nuestra extraordinaria debilidad fruto de un buenismo desesperante y que financian los discursos radicales de odio que, desde madrasas y mezquitas levantadas en Europa, prenden en la mente de miles de jóvenes que anhelan destruir a quienes los acogen.

El islamismo es una seria amenaza para nuestra identidad y nuestra seguridad. Sus valores chocan con estrépito con los nuestros o, al menos, con los que solíamos tener. Nuestros principios de libertad, tolerancia, igualdad, respeto y aconfesionalidad, entendida como una sana laicidad que no desdeña, sino que protege los sentimientos religiosos esenciales para la vida en sociedad de una mayoría de europeos, no son los suyos.

Esto no es islamofobia. No es aversión a los musulmanes, sino la visión objetiva de un proceso histórico de radicalización del Islam en beneficio de una ideología política que comenzó en Irán hace medio siglo y que se exportó a todo el mundo musulmán y de allí a las decadentes sociedades cristianas occidentales que mañana seguirán apoyando las suicidas dinámicas migratorias. Esas dinámicas que alientan la ilegalidad de asaltar las fronteras de nuestras naciones por parte de un número creciente de musulmanes que entienden que la sharía, la ley islámica, debería ser la única ley en la Tierra. Los datos están aquí.

Escribimos hace poco, como reacción al atentado a cuchilladas en la Gare du Nord parisina, que resulta ilógico que aceptemos la paradoja de que el consenso nos obligue a velar por la protección de un islamista que entra de manera ilegal en un país al mismo tiempo que nos obliga a asumir el riesgo que supone su presencia para nuestra seguridad y hasta para nuestra vida. La vida que, ayer, a don Diego Valencia, mártir cristiano, le fue arrebatada a machetazos al grito de Alá es grande.

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