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27 de junio de 2022

Marruecos debe explicaciones

Inmigrantes subsaharianos amontonados tras los enfrentamientos con la Gendarmería marroquí durante un intento de salto de la valla de Melilla (AMDH- Nador)

A propósito de la entrevista a Pedro Sánchez publicada en La Vanguardia, y aparte de otras consideraciones sobre cómo es posible que todavía no le hayamos levantado un monumento en cada plaza de España por lo bueno que es y lo bien que lo hace todo —aparte de su porte y su atractivo, que diría el tiralevitas al mando del CIS, José Félix Tezanos—, debemos detenernos y prestar atención a las palabras del presidente sobre Marruecos.

Los elogios del presidente del Gobierno español al reino alauí, al que denomina socio estratégico y del que resalta su importancia en el control de la inmigración ilegal «como hemos visto en Melilla» (sic), se contradicen no sólo con la actualidad sino, lo que es más relevante, con la verdad de lo que ocurre extramuros de nuestra Frontera Sur.

La verdad es que Marruecos tiene un régimen desleal, no sólo con España, que eso es un hecho histórico, sino con el resto de los países africanos. El abuso que Mohammed VI hace de la condición de Marruecos como país de paso de la inmigración ilegal africana lo constatan las cifras. En las últimas tres décadas, desde 1990 a 2020, la población extranjera en Marruecos ha pasado del 0,22 por ciento al 0,29. En el mismo periodo, y para poner un ejemplo cercano, España ha pasado de tener una población extranjera del 2,11 por ciento a un 13,30 por ciento.

Estos son los datos que el presidente Sánchez no quiere ver, no denuncia y que nos hablan —a gritos— de que Marruecos, socio preferente de los Estados Unidos y uno de los más grandes inversores en Defensa de la región del Magreb, es inflexible con la inmigración de aquellos que abandonan sus países africanos y llegan a Marruecos, pero extraordinariamente generoso (nótese el sarcasmo) con la emigración desde su territorio.

A esta hora todavía no sabemos cuántas personas murieron en la actuación de la Gendarmería marroquí en el asalto masivo a la valla de Melilla del pasado viernes. Esto de no conocer las cifras reales de muertos en una tragedia es propio de los regímenes totalitarios, pero, por desgracia, tampoco es lo más importante ahora.

Lo más importante es que Marruecos, por decisión propia, se ha convertido en una gran patera de la inmigración ilegal con destino a España. Es muy evidente que Rabat, que alista, equipa y entrena más del doble de soldados que nuestro país, no debería tener problema en defender dos pequeños pasos fronterizos que salvaguardan la última frontera sureña de Europa. Eso ya sólo bastaría para que cualquier presidente español, incluso el Consejo Europeo, pudiera hacer en voz alta unas cuantas preguntas incómodas sobre el grado de lealtad de nuestro socio. Pero si le sumáramos que Marruecos tiene el control absoluto de los campamentos de ilegales instalados en su territorio (como por ejemplo, en las laderas del monte Gurugú, de donde bajaron —por lo general, en fila de a uno— los ilegales que asaltaron la valla de Melilla), las preguntas incómodas que debería responder Rabat llenarían un libro de agravios.

En la misma entrevista, Sánchez asegura que todas sus decisiones de los últimos meses responden a «una situación de crisis bilateral» con Marruecos. El atractivo galán que nos desgobierna debe de referirse al conflicto diplomático que supuso su incompetencia al aceptar la entrada en España de un criminal del Frente Polisario en busca y captura por orden de la Audiencia Nacional. Y escribimos «debe de», que equivale a una duda, porque no sabemos (todavía) qué información sensible fue sustraída del su teléfono móvil del presidente (aparte de cien mil selfies) en esa operación de espionaje ordenada desde desiertos no tan lejanos.

Sea como sea, la actuación de Marruecos en el último asalto a la valla de Melilla, en esta trágica invasión, como en todas las anteriores; en sus causas y en sus consecuencias, exigen que España pida explicaciones. A Putin, no, presidente. Eso, en esta ocasión, no cuela. Pidale cuentas el Rey (de Marruecos). Si es que se atreve, claro.

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