«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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20 de abril de 2022

Netflix o el negocio de la ideología

A ningún abonado de Netflix que tenga ojos, una visión decente y cierta actividad cerebral compatible con estar despierto y orientado, se le escapa que la ideología progre domina los contenidos de entretenimiento producidos y, lo que es peor, recomendados en esa plataforma televisiva de pago y en alguna otra como Disney+.

Desde un punto de vista del negocio, Netflix es una empresa privada y si quiere introducir ideología de género en un documental de remonte de salmón, o incluso si quiere colocar a un actor negro queer haciendo de salmón o de reina Victoria de Inglaterra, está en su derecho. Igual que están en su derecho de darse de baja los cerca de dos millones de abonados que se estima que se desengancharán de Netflix en este segundo trimestre tras perder 200.000 usuarios en el primer trimestre de 2022, que fue la primera pérdida de la historia de éxito de la compañía. Igual, también, que están en su derecho los accionistas a desplomar en una sola sesión bursátil la cotización de Netflix un 25 por ciento de su valor, un 40 por ciento en lo que va de año. Todo un éxito.

El uso del cine y de la televisión para influir en los comportamientos de la sociedad es una herramienta conocida que, si se hace con inteligencia, puede suponer enormes beneficios sociales. Como ejemplo perfecto es conocida la intervención directa de los poderes públicos en la promoción de la película de 1968 «Adivina quién viene a cenar esta noche» que tanto y tan bien colaboró en la derogación de las leyes de segregación racial, incluida la prohibición de contraer matrimonio interracial, que todavía estaban vigentes en buena parte de los Estados Unidos.

Pero para ir cambiando las costumbres, si es que tal cosa es necesaria, hay que actuar con prudencia. Que es lo que no hace Netflix o Disney+. Saturar el mercado del entretenimiento con ideología progre que no aporta valor alguno a la película o a la serie de televisión, introducir papeles para determinadas razas, sexos y orientaciones sexuales sin venir a cuento, o renunciar, como confirmó un directivo de Disney, a magníficos guiones porque no cuentan con papeles específicos para homosexuales y transexuales, supone abusar del público.

Un público que, no lo olvidemos, paga por esos contenidos y que o bien se da de baja, o bien acaba refugiándose en series coreanas en las que Netflix no puede colocar sus contenidos de adoctrinamiento woke que son perniciosos y objetivamente dañinos porque no responden, ni mucho menos, a la realidad de las cosas. También porque destruyen el rigor histórico con un presentismo absurdo. Y también, y esto es importante, porque el efecto boomerang o de reacción contra esta avalancha de ideología progre en nuestros televisores puede causar un daño objetivo a las minorías que los ejecutivos de Netflix o de Disney dicen querer proteger y promocionar. Al tiempo.

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