«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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2 de diciembre de 2022

Oposición nominal y oposición real

La portavoz del Grupo Parlamentario del PP, Cuca Gamarra, junto a otros diputados y senadores del PP (E. Parra / EP)

Sería fácil recurrir al llamamiento a la unidad de todas las fuerzas de oposición al Gobierno en estos momentos de grave perturbación de la situación política. Es cierto que si lo hiciéramos, si recurriéramos al tópico, cubriríamos el expediente de este editorial y nos podríamos retirar a descansar. Pero lo haríamos con la conciencia intranquila que antecede al insomnio por haber escrito una nadería simplona que no aporta solución alguna.

En vez de lo anterior, centremos (con perdón) el debate en qué debemos entender por oposición, que por lo que parece algunos creen que es sólo el hecho de no gobernar. La oposición debe ser una crítica permanente de la labor de un Gobierno y de los partidos que lo sustentan en función no ya de su ideología, sino de los resultados que consigue su acción de gobierno con los medios casi ilimitados de los que dispone. 

Pongamos un ejemplo sencillo como es la reacción al ataque que recibió anteayer el Partido Popular por boca de una ministra que vociferó con notable histerismo que los de Feijóo promueven la cultura de la violación de las mujeres. La reacción del PP, protestando a la mañana siguiente a las puertas del Congreso, no es hacer oposición real, sino defenderse del insulto, que es bien distinto. Oposición, incluso leal oposición, sería haberse negado desde el principio a hacer seguidismo de las leyes ideológicas de género impuestas por la izquierda y a las que el PP se ha adherido con un entusiasmo notable, como lo demuestra toda la normativa autonómica promulgada allí donde los moderados siguen mandando.

Los resultados de estas leyes ideológicas los conocemos: entre bajísima y nula prevención de los delitos, uso habitual de denuncias falsas en los procesos de divorcio y custodia de los hijos, abuso del dinero del contribuyente para chiringuitos feministas, rebaja de las penas a los agresores sexuales y a los pederastas y un largo etcétera que da como resultado final una fractura social incuestionable. Una oposición verdadera, como escribimos antes, debería criticar cada día estos resultados perversos de unas leyes ideológicas dañinas, sin equidistancias absurdas ni buenismos estériles, y no sólo movilizarse ante el insulto de una ministra acorralada por su inutilidad.

Hay muchos más ejemplos —el pasteleo y reparto del poder judicial, la adhesión multimillonaria con dinero de nuestros impuestos al histerismo climático, la negativa a pedir responsabilidades al Gobierno por la pésima gestión de la pandemia, el conchabeo con el fenómeno de la inmigración ilegal…— de lo que no debe ser una oposición. Todos esos ejemplos están en la mente del lector informado y crítico.

Podríamos seguir hasta el alba, pero no añadiremos más leña a la pira. En nuestro optimismo, a estas alturas más patológico que antropológico, todavía creemos que es posible la unidad de la oposición formal para derrotar al frentepopulismo que nos desgobierna. Pero, para eso, hace falta que el PP quiera ser una oposición no sólo nominal, sino real, crítica y permanente que no se limite a sofocarse y pedir las sales cuando la insulte una ministra indigna.

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