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21 de junio de 2022

Otegui, presidente de Colombia

El presidente electo de Colombia y antiguo terrorista marxista del M19, Gustavo Petro (C. Beltrán / Zuma Press)
El presidente de Colombia, Gustavo Petro

Para entender la gravedad de lo ocurrido en Colombia en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y en la que se impuso Gustavo Petro, hay que saber que el presidente electo de Colombia no es un izquierdista más. Petro no es uno de esos autodenominados socialdemócratas que sirven con la acostumbrada inutilidad socialista al poder establecido. Petro es un guerrillero marxista, un terrorista no arrepentido de su pasado criminal que persigue los mismos objetivos que antes, pero de otra manera. Que aprovecha las debilidades del sistema democrático liberal para destruirlo por dentro.

Los españoles que nos lean lo entenderán con más facilidad si decimos que Gustavo Petro es Arnaldo Otegui. Sin lugar a dudas y sin exageraciones. El nuevo presidente de Colombia es Arnaldo Otegui, con más estudios, con menos pendientes, pero con la misma desvergüenza.

Cuesta mucho explicar cómo Colombia, la joya de la Corona, la nación abierta a dos océanos y el país que de toda la Iberosfera más ha sufrido el dolor de la violencia socialista, ha llegado al punto de elegir a un otegui como presidente. Muchos errores de la derecha, muchos complejos sobrevenidos tras el indigno proceso de paz colombiano que llevó a los asesinos de las narcoguerrillas a las instituciones… Pero si tuviéramos que resaltar una causa sobre todas las demás, sería el inmoral blanqueamiento que el socialismo, con la ayuda de tantos, ha hecho de un terrorista.

En estos tiempos de cancelación, cuando una acusación de acoso sexual provoca la muerte civil de una persona, resulta increíble que la izquierda reunida en torno al malhadado Grupo de Puebla se haya permitido exaltar la bonhomía de un terrorista —insistimos, ni siquiera arrepentido—, su perfil de estadista, su religiosidad (el quinto, no matarás) y su preocupación dizque casi insomne por el medio ambiente. Que la escala de valores en las sociedades occidentales esté alterada por razones políticas, no impide nuestra estupefacción al contemplar los problemas que nuestro hemisferio (mental) tiene a la hora de combatir la amenaza del totalitarismo.

Hoy, al contrario que en otros tiempos, cuando el socialismo encontraba despejado su avance por el desastre de las oligarquías financieras, no son las penurias económicas ni las desigualdades sociales reales —no las artificiales— los principales motores de la toma de Iberoamérica por parte del socialismo. Ahí tienen a Chile, Perú o España como prueba de que los países prósperos, con un tejido empresarial fuerte y notables recursos, pueden elegir el mal mayor entre la indiferencia del resto. Hoy, también sin duda, es la cobardía de las elites —políticas, financieras, mediáticas— adormecidas por su rendición al globalismo y a la ideología woke, la que ha permitido que se le perdone todo a un terrorista, siempre que ese terrorista diga compartir los fines medioambientales, ecofeministas, justicialistas, indigenistas, inclusivos y sostenibles de las grandes agendas globalistas.

Todo esto es un disparate, una locura innoble, un esperpento… Que la medida de una persona no la den sus actos y sus crímenes, sino su presunto compromiso contra el fascismo —veáse Mónica Oltra como ejemplo—, es alucinante. Que afecte a una nación democrática, de una importancia geoestratégica capital como Colombia, es un nivel superior de demencia.

Contra todo lo anterior, sólo cabe reaccionar y luchar sin desánimo, no importa lo larga que sea la batalla. Pero no en soledad. Hoy, más que nunca, es necesaria una unión de todas las personas, formaciones políticas, medios y academias de toda la Iberosfera en torno a Foro Madrid. De todos aquellos que deseen trabajar para avanzar hacia el fin del socialismo (que viene acompañado de un marco mental de estupidez) y el comienzo de una nueva era en la que la escala de valores esté ordenada. De lo mayor a lo menor, de lo más importante para la vida a lo más superfluo. De la defensa de la vida humana a los derechos transpecies de un lenguado de roca. Y así lleguemos a entender que no hay nada peor que un terrorista. Nada. Y Gustavo Petro, que no se arrepiente de nada, lo es.

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