«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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6 de diciembre de 2022

Otra Constitución es posible, pero todavía no

Daoiz y Velarde, los leones que guardan las puertas de la sede de la soberanía nacional en España (EP)

La Constitución española cumple hoy 44 años de desprecio constante, pésimas interpretaciones seudojudiciales y episodios cada vez más numerosos de franca rebelión contra una Carta que, por desgracia, tiene más de otorgada que de Magna.

Todo lo que tenemos que decir de aquellos que la desprecian cada día del año, pero que al llegar el 6 de diciembre se visten con sus mejores galas hipócritas, ya lo escribimos el año pasado. Y no quitamos ni una coma. Si acaso, ampliemos el último párrafo para que se entienda que no hay contradicción alguna entre defender la Constitución y querer modificarla

No hay contradicción si entendemos que España, como nación histórica, como cosa en sí y como unión moral, es metaconstitucional y por lo tanto, previa a cualquier ley. Si se entiende esto, se entiende que la Carta Magna de 1978 sólo es una herramienta de convivencia que merece ser defendida en estos tiempos de ataque permanente a España, pero al mismo tiempo es necesario avanzar en el convencimiento de que algún día, cuando se den las condiciones necesarias para ello, la Constitución de 1978 deberá ser reformada para corregir sus descuidos y errores —de buena fe la mayoría— y redactar una nueva herramienta mejorada de convivencia que refuerce el Estado Nacional y la igualdad entre españoles frente a sus enemigos interiores y exteriores, que son legión.

Hemos escrito que todo eso sólo será posible cuando se den las condiciones necesarias que hoy no se dan. Hay que empezar a construirlas con trabajo honrado, ingenio, audacia y sin complejos de tipo alguno.

La primera de estas condiciones, y sin lugar a dudas esencial, es la de dar la batalla cultural que destierre la profunda desmoralización en la que malvive —pero al menos vive— la nación histórica. Debemos reanimar, sobre todo en los jóvenes, el sentimiento patriótico y enseñarles, educándolos a través de todos los medios, no sólo en las aulas, que España no es el nombre de una confederación de territorios, sino una nación milenaria que trasciende las fronteras geográficas, y que la soberanía nacional no reside en las partes autónomas que hoy la componen, sino en el pueblo español. Empecemos por ahí, por crear cultura nacional en todos los medios y plataformas. Sabemos que hay sed de ello. Llevemos el agua allí donde se necesita. Que partamos con 44 años de retraso no es excusa.

Otra de las condiciones necesarias es la de dar la batalla legal, que también es constitucional, contra la imprudencia política que significó conceder a las fuerzas nacionalistas secesionistas —minúsculas hace 44 años, monstruosas hoy— la posibilidad de ser decisivos en la política nacional. Necesitamos un Parlamento soberano, nacional y libre de independentismos. Hay muchas maneras, legales y constitucionales, de acorralar a los enemigos de España y de reducir su influencia perniciosa en aquello que afecta a todos los españoles: derechos lingüísticos, educación, Defensa, política de natalidad, identidad, seguridad de nuestras fronteras, inmigración, residencia, nacionalidad, aconfesionalidad efectiva, acceso a la función pública, soberanía energética, unidad económica y fiscal y un largo etcétera.

Como se ve, las condiciones son duras y difíciles, pero deben darse para poder abrir el famoso melón constitucional y no transformarlo en un pepino constituyente republicano, inclusivo, globalista y sostenible que no rectifique lo malo y que acabe por destruir todo lo bueno, que lo hay y es mucho, de la Constitución que los españoles no nos dimos, pero sí que aprobamos con cierto entusiasmo en 1978.

Marchemos con honradez por la senda de la reforma constitucional y trabajemos con determinación para que se den las condiciones necesarias que permitan revivir un entusiasmo por España que dé legitimidad a una nueva Carta Magna. El camino será largo y difícil. sin duda. Es mucho lo que hay que demoler de la política del consenso progre de los partidos que desde hace 44 años han trabajado para que al Estado y a ese entusiasmo por la nación no lo reconozca ni la madre que lo parió.

Hasta entonces, mientras peleamos y ganamos las largas batallas culturales, legales, judiciales y políticas, no dejemos de exprimir hasta la última gota de la vigente Constitución en todo lo que nos sirva para defender a España, que es lo único que importa.

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