La negativa de la comunidad educativa del colegio público parisino Les Eucalyptus, (el cien por cien de los profesores, el 89 por ciento de los padres y el 69 por ciento de los alumnos), a rebautizar el centro para honrar la memoria de Samuel Paty, el profesor de secundaria decapitado en octubre del año pasado por un joven francés de origen checheno —uno más de ese 57 por ciento de estudiantes musulmanes franceses que aseguran que la ley islámica está por encima de la Ley del Estado—, es una señal nítida de hasta qué punto el miedo ha infectado Europa, sobrecogida la pasada década por la crueldad de 56 ataques islamistas que dejaron cerca de 300 víctimas mortales.
El miedo, como bien saben en muchos países de la Iberosfera y en ciertas regiones norteñas españolas, es el mayor enemigo de la libertad. Ahora mismo, el 50 por ciento de los docentes franceses confiesa que se autocensura al impartir clase sin que los encendidos discursos en defensa de los valores republicanos de un presidente de la República rodeado de guardaespaldas consigan el efecto necesario de infundir el valor perdido en una sociedad frágil.
Décadas de relativismo, de corrección política, de exaltación de la paz a cualquier precio, de aliento subvencionado del multiculturalismo y de la globalización, han acobardado a este Occidente que se muestra incapaz de encarar de frente la realidad del separatismo islamista e incapaz de comenzar la tarea inaplazable de defensa, promoción y elogio de nuestra Civilización por donde deben comenzar todas las tareas: en las aulas.
Que el cien por cien de los educadores y el 89 por ciento de los padres se opongan a que un profesor que fue decapitado por su defensa firme de la libertad de expresión honre con su nombre a un colegio público de un suburbio multicultural parisino, es lamentable. Que un 69 por ciento de los alumnos estén dominados ya por el miedo o por ideas fanatizadas, es un mal augurio.
Pero que haya un 31 por ciento de alumnos que tenga el coraje que no conserva ninguno de los profesores y sólo uno de cada diez padres, nos da una esperanza. Uno de cada tres jóvenes no está dispuesto a rendirse. Por ellos, por los jóvenes, es por debe empezar la inaplazable reacción de la que parecen incapaces otras generaciones adocenadas por décadas de cobardía subvencionada.