Decir la verdad o, si lo prefieren, argumentar con razones objetivas, incluso científicas, para poner en evidencia la manipulación de nuestro pensamiento a la que nos somete la dictadura de la corrección política, es la tarea diaria que desde hace años lleva a cabo el psicólogo canadiense Jordan B. Peterson, más conocido en España por su libro 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos (Planeta).
Que sea canadiense, es decir, nacional del país que ha llevado la imposición de la corrección política y el positivismo jurídico a un extremo tiránico, lo ha convertido en uno de los líderes más influyentes y originales de la resistencia frente al wokismo, lo que le señala como uno de los pensadores más detestados por la progresía, que ha tratado en innumerables ocasiones de cancelarlo, es decir, de provocar su muerte civil para silenciarlo.
No es objeto de este editorial repasar el pensamiento del doctor Peterson. Baste decir que es un referente obligado para todos aquellos que, desde posiciones ideológicas diversas, entendemos que sólo de la libertad total de expresión que subsigue a la libertad absoluta de pensamiento puede nacer el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura sin los cuales no puede haber una sociedad democrática. La dictadura de los ofendidos que exigen que la ley castigue la disidencia, es, sin duda, el signo más visible de la decadencia de Occidente.
Hace unos días, y como hemos informado en La Gaceta de la Iberosfera, el Colegio de Psicólogos de Ontario, la institución que otorga las licencias para la práctica de la Psicología, ordenó al doctor Peterson que se sometiera, so pena de perder la licencia para ejercer su profesión, a un curso de reeducación «a fin de que mejorara su profesionalidad en sus declaraciones públicas». Esta es la medida disciplinaria tomada después de que Peterson fuera denunciado por haber llamado «tonto incendiario» a un ex asesor del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, que había acusado sin prueba alguna al convoy de la libertad de los camioneros canadienses de estar financiado por el movimiento MAGA ligado a Trump.
Tampoco es objeto de este editorial entrar en la contienda entre dos canadienses, sino la de señalar y advertir que hemos llegado hasta el punto de que, cuando sus leyes injustas no sirven para acallar la expresión de un pensamiento libre, y la crítica política es parte esencial de la libertad de expresión, el consenso wokista no tiene reparos en recurrir a métodos extraordinarios —y usar una institución como un colegio profesional es torticero— para tratar de acallar la voz de la disidencia.
Este ejemplo nos debe servir para comprender cómo los partidarios de la libertad perdemos cada día terreno en la batalla contra un enemigo al que no le importa usar injustos métodos legales y alegales para imponer un pensamiento y un discurso público únicos con desprecio de la verdad.
Hasta este extremo vil y peligroso han llegado ya en Canadá y hasta ese extremo vil llegaremos pronto en España si en nombre de la moderación, que es la ausencia de pensamiento, renunciamos a la crítica y al debate y nos plegamos a la dictadura de la corrección política. Que a lo que se niega el doctor Peterson y con él, nosotros.