Todos los que, de mejor o peor manera, nos dedicamos desde hace ya tiempo a esto de la información y el análisis, nos hemos visto obligados desde haca décadas a interpretar la acción política de los partidos españoles, en especial la de las formaciones del bipartidismo, que llevan demasiado tiempo sin hablar claro. Cualquiera que haya entrevistado a un líder político, da igual si del PP o del PSOE, conoce lo difícil que es arrancarles lo que llamamos una declaración o que contesten a una pregunta directa. Nada como preguntarle a un socialista sobre política fiscal o reto demográfico o a un pepero sobre política de inmigración o pensiones, o a cualquiera de los dos por el abandono de la energía nuclear, para darse cuenta de que al poder no le gusta la claridad.
Esa oscuridad consciente de las formaciones del bipartidismo, en tantas ocasiones intercambiables, es la que nos obliga a los periodistas a interpretar sus palabras. De ahí el éxito desproporcionado que en España han tenido, y todavía tienen, las tertulias políticas que se dedican, con mejor o peor fortuna, a tratar de descifrar las motivaciones de tantas políticas que parecen disparatadas, a muchos años luz de lo que sería el mínimo sentido común… y que al final se demuestra que son las que nos han conducido al fallo estructural en el que malvivimos hoy. El mejor ejemplo de todo lo anterior: la penosa situación de nuestro sistema educativo.
Los políticos se han acostumbrado a hablar en politiqués. Usan palabras ampulosas y extraordinarios circunloquios para no decir nada. Cada vez que los periodistas escuchamos hablar de compromiso, moderación, serenidad, políticas progresistas, sostenibilidad, consolidación, derechos históricos, corresponsabilidad, transversalidad, perspectivas, innovación, capilaridad… ya sabemos que vamos a tener que descifrar jeroglíficos.
Por eso, algunos de nosotros, pocos entre los pocos, cansados de tanto interpretar —la mayoría de las veces desde la perspectiva del interés o la ideología del medio—, nos hemos alegrado tanto de la llegada de un partido como Vox que habla con claridad y no necesita que nadie lo interprete. Volvamos al ejemplo de la Educación. Todo el mundo sabe que Vox quiere que la enseñanza sea nacional, basada en criterios de esfuerzo y excelencia y en la que la ideología no tenga cabida en las aulas, y de ninguna manera sin el permiso de los padres. Háganse la pregunta de qué modelo educativo quieren los adalides de la moderación y la serenidad y entenderán lo de la oscuridad frente a la claridad.
Ayer, en el debate definitivo que apenas nadie vio en Andalucía, el candidato del PP, Juanma Moreno Bonilla, con su lenguaje desdoblado, decidió dejar que sean los periodistas —los de cámara, los de la cuerda y los otros—, los que interpretemos qué quiere decir cuando asegura, sabiendo que es imposible, que su objetivo es gobernar en solitario desde la moderación. Que no por la moderación —que se traduce como la ausencia de pensamiento y la compra masiva de material ideológico defectuoso de la izquierda—, sino porque los números no dan, ni siquiera el de la encuesta más alucinada. ¿Qué quiere decir Juanma Moreno con eso? ¿Pretende la abstención del PSOE o la de Vox? ¿Acaso quiere repetir el acuerdo de investidura con Vox para luego incumplirlo como hizo la pasada legislatura? ¿Amenaza con repetir elecciones? A esto nos referimos con lo de la falta de claridad y el «que interpreten ellos» que es marca de la casa del PP.
Al lado, Macarena Olona, la candidata de Vox, mirándolo de frente, le aseguró que «si el Partido Popular necesita un solo voto para llegar a la mayoría absoluta en Andalucía, sólo lo conseguirá de Vox si entramos en el Gobierno». Ya está. Punto. No hace falta interpretar nada.
La política debería ser siempre así de fácil y así de sincera. Por respeto a los votantes.
La prueba de que lo que Vox dice, Vox lo hace, lo vimos ayer, a cientos de kilómetros de distancia, en la Junta de Castilla y León, donde el vicepresidente Juan García-Gallardo, el único y de momento mayor cargo institucional de Vox, anunció ayer diez medidas para reducir el gasto político y el despilfarro y que, entre otros beneficios para los castellanos y los leoneses, recortarán un 50 por ciento el dinero de nuestros impuestos que reciben los incompetentes sindicatos y la patronal.
Este es el camino, y agradecemos, de nuevo, que no haga falta una tertulia política para debatir lo que está claro.