«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
RICARDO RUIZ DE LA SERNA
RICARDO RUIZ DE LA SERNA

‘La impunidad del genocidio armenio fue una injusticia’

22 de julio de 2022
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La Gaceta de la Iberosfera entrevista al abogado y escritor Ricardo Ruiz de la Serna tras la publicación de su último libro ‘El Genocidio Armenio’.

¿Por qué la inmensa mayoría lo ignora todo del genocidio armenio?

Hubo varias razones. La primera fue una política sistemática de negación del genocidio y que no se dio únicamente en la República de Turquía, sino que se dio también en países donde los armenios tenían una comunidad pero donde el genocidio de alguna manera podía suscitar conflictos. Quizá el caso más claro es el de la Unión Soviética, donde había una gran población armenia pero también había una población que había participado directa o indirectamente en el genocidio. Entonces en la Unión Soviética, donde el relato de la solidaridad proletaria de los pueblos y al internacionalismo eran doctrina de Estado, era muy incómodo plantear que había una parte de los habitantes de la Unión Soviética que había sufrido un genocidio en el que otros habían participado directa o indirectamente. Y luego, es cierto que las comunidades armenias de la diáspora no lo olvidaron, pero en ocasiones algunas de ellas no tenían la influencia o la capacidad de llevar la memoria del genocidio al discurso público.

-¿Cómo es posible que Turquía haya salido impune de un genocidio planeado?

En primer lugar, hubo juicios que tuvieron resultados muy insatisfactorios para las víctimas y además se dirigieron solamente contra algunos de los responsables que ni siquiera fueron castigados. Pero la mayor parte de los perpetradores que habían trabajado al servicio del Estado Otomano quedaron impunes. Después, el propio Imperio Otomano se descompuso y lo sustituyó la República de Turquía y esto también hizo que de alguna manera la República de Turquía tuviese que iniciar un relato político en el que no podía tener cabida. Pero al mismo tiempo, esa ruptura con el Estado Otomano no se produce condenando al Estado Otomano, sino tratando de rescatar la vocación de Estado poderoso y de potencia regional que el Imperio Otomano tenía. Al final, en esta lucha por el liderazgo y por la preminencia en el Oriente Medio, la cuestión del genocidio armenio se ha terminado convirtiendo en un tema que, por mucho que se trate de evitar, tarde o temprano hay que afrontar.

-¿Turquía sigue siendo culpable?

Yo no diría eso exactamente. Turquía debería reconocer el genocidio. Ahora bien, el pueblo turco, los turcos de hoy, no son culpables. El pueblo turco, al igual que los restantes pueblos de la humanidad, no son culpables colectivos de los crímenes. De hecho, en la sociedad turca, poco a poco, se va abriendo un debate sobre esto. De hecho, el propio presidente Recep Tayyip Erdogan ha tenido palabras de cierta condolencia, no un reconocimiento del genocidio, ni una condena del genocidio, pero ha tenido palabras de cierta condolencia, de cierta empatía, que décadas atrás hubieran sido difíciles de imaginar. Es verdad que no las ha tenido directamente hacia la República de Armenia o no las ha tenido directamente hacia los armenios de Armenia, sino hacia el patriarca armenio de los armenios que están en la República de Turquía, pero poco a poco ese debate también se va abriendo paso en la sociedad turca, con dificultades, a trompicones, con avances y retrocesos, pero se va abriendo.

-Mientras eran exterminados, los armenios se preguntaban cómo podía ocurrir aquello. ¿De verdad no lo sabían?

Algunas cosas las sabían y otras no. Las que sí sabían, eran muy difíciles de comprender. Es decir, sabían (los armenios) que habían llegado a un punto en el cual los querían matar. Lo que ocurre, es que no había una plena consciencia de hasta donde estaban dispuestos a llegar y hasta donde podían llegar. Por ejemplo, cuando llega la redada del 24 de abril de 1915, cuando comienzan las deportaciones, tienen la idea de que son medidas adoptadas contra ellos. Ahora bien, era difícil imaginar que lo que había era una voluntad de acabar con ellos (los armenios) y en este sentido de erradicar no únicamente la presencia física de los armenios, sino también de acabar con todo vestigio de la presencia de Armenia en determinados lugares. Y luego, había cosas que eran muy difíciles de imaginar. Es decir, que las personas, por ejemplo, a las que enviaban a marchas a los desiertos, a pie, sin agua, sin alimentos, expuestas a los elementos, expuestas a los ataques de bandas de irregulares, fueran conscientes de que en realidad todo era un plan para terminar acabando con todos ellos… es más difícil. Pero había cosas que ciertamente sabían y otras que les resultaba difícil imaginarlas.

-La pregunta del millón: ¿por qué?

En la pregunta hay que introducirle un matiz. Si cuando preguntamos por el porqué nos referimos a si los armenios habían hecho algo, la respuesta es que no hay un porqué. Los armenios no merecían un exterminio, ningún pueblo de la humanidad merece el exterminio, y desde esta perspectiva podríamos decir que no hay una razón. Ahora bien, hay unas circunstancias que concurren y que de alguna manera van jalonando el camino. Una ideología nacionalista que con una base étnica, racial, y hasta cierto punto religiosa y cultural excluye a los armenios del cuerpo social como si fueran un grupo extraño cuando estaban en su propia tierra. Luego, es verdad que entre los propios armenios, primero habían creído en que era posible una integración y una pertenencia plena a ese Estado Otomano moderno que los jóvenes turcos de alguna manera simbolizaban, pero después los movimientos políticos armenios estaban reivindicando la defensa de los derechos de los armenios en el seno del imperio y de hecho los soldados armenios que combatían en el Ejército Otomano combatieron al servicio del imperio y en ocasiones combatieron con valor y con coraje y fueron reconocidos. Con lo cual, también había un distanciamiento respecto de los armenios y un sentimiento creciente de alienación por parte de los armenios. Luego, había un temor infundado pero que en realidad se daba producto de la propaganda también nacionalista y de la sospecha permanente contra los armenios, había una sospecha de que los armenios podían servir como una quinta columna de las potencias occidentales en el seno del imperio. En realidad, esto era equivocado porque los armenios no tenían ninguna capacidad de desestabilización ni de derrocar al gobierno ni de impedir el esfuerzo otomano de guerra. Sin embargo, si vieron en ellos, por una parte un potencial enemigo y, después, una población a la que se podía despojar de todo lo que tenía y con la que finalmente era con los que podían acabar impunemente.

-¿Qué fue la Operación Némesis?

La Operación Némesis fue el intento de algunas organizaciones armenias, después de la Primera Guerra Mundial, a la vista no solo de la impunidad del genocidio, sino en cierto modo de la jactancia de haber acabado con los armenios y haber quedado impune, de tomarse la justicia por su mano. Fue un caso interesante por muchas razones. La primera de ellas es que nos demuestra que es imposible construir nada que perdure sobre la injusticia; y la impunidad del genocidio armenio fue una injusticia y de hecho, la herida de la Operación Némesis es la herida de ese intento de acabar con los perpetradores, matándolos y esa herida continúa abierta. Es decir, cuando uno se plantea por qué es tan importante el reconocimiento, por qué es tan importante la memoria, por qué es tan importante comprender que el hecho de reconocer que algo sucedió no implica cargar las culpas sobre los actuales ciudadanos o sobre los actuales habitantes de un territorio de un Estado es porque esa injusticia que se cometió perdura, no ha sido reparada, no ha sido corregida.

-¿Qué consecuencias tiene hoy el genocidio en la identidad de los armenios?

En primer lugar, la identidad de Armenia no está fundada sobre el genocidio, pero tiene uno de sus rasgos característicos en la supervivencia, en la capacidad de confiar en la vida y de sobreponerse y de avanzar y de construir. Hay una historia que a mí me gusta contar que fue la salvación de los libros armenios. Para salvar los libros que formaban parte de la cultura armenia, los trocearon, los separaron por páginas, los dividieron y cuando lograron ponerlos a salvo, escondiéndolos, los volvieron a restaurar y preservaron la historia y preservaron la cultura de Armenia, fundamentalmente en la República de Armenia y en las comunidades de la diáspora. Ahora bien, la memoria del genocidio es un elemento importante en las comunidades armenias. En primer lugar, porque quedó impune casi totalmente, hubo algunas condenas mínimas, y en segundo lugar, porque no se hizo justicia y porque realmente la cultura armenia y las comunidades armenias fueron alienadas y fueron despojadas en su propia tierra, en la tierra histórica de los territorios de la Armenia histórica, es decir, en Cilicia, en Armenia Occidental, y en parte de Armenia Oriental. Y estas sombras se sigue alzando sobre los conflictos que afrontan hoy, por ejemplo, la cuestión de Nagorno-Karabaj. El propio proceso de reparación de estas heridas históricas, si finalmente se produjese, tendría consecuencias directas sobre el presente. Es muy difícil una reconciliación cuando no se hace justicia. Es muy difícil construir la paz sin que se haga justicia.

-¿Qué enseñanza debe extraer un lector de la lectura de El Genocidio Armenio?

Que ningún pueblo va como oveja al matadero. Los armenios resistieron, combatieron allí donde pudieron y convirtieron pequeños actos de la vida cotidiana en formas de resistencia. El mantenimiento de la lengua, la salvación de la cultura, la salvación de los libros, la preservación de las canciones, del folklore, la transmisión de la memoria de padres a hijos, de abuelos a nietos, de tíos a sobrinos. Hay otra lección interesante que podemos aprender. El poder desmesurado del Estado. La necesidad de que a medida que el Estado va creciendo va ganando poder, va ganando fuerza a medida que el Estado va disponiendo de cada vez más recursos, burocráticos, tecnológicos, policiales, militares, administrativos, económicos, va habiendo un cuerpo de leyes efectivas que lo restringen, que lo reconducen, que lo limitan, que lo regulan. No hubo dispositivo del Estado que se ahorrase para acabar con los armenios. Se empleó todo, desde el telégrafo, los ferrocarriles, pasando por la Policía, la Gendarmería hasta los pregoneros. Desde esa perspectiva, una de las cosas que uno aprende del genocidio armenio es la importancia de que el Estado tenga límites, de que haya poderes. Otra lección interesante es que se puede perpetrar un genocidio a los ojos del mundo. Antes me decías que de esto se sabía poco, pero en la época en la que se estaba perpetrando no se sabía poco, en Constantinopla, en Esmirna, en Alepo, en Damasco, en las grandes ciudades del imperio había periodistas, había cónsules, había misioneros. En el Ejército Otomano servían militares alemanes y de otras nacionalidades que vieron lo que estaba ocurriendo, que informaron y que contaron lo que pasaba. Cuando tendemos a pensar que un genocidio no se puede producir porque el mundo va a intervenir, prácticamente nadie intervino para salvar a los armenios. Hubo algunas ocasiones memorables que deben recordarse, sí, los armenios que resistieron en el Musa Dagh es un episodio heroico de la resistencia Armenia en el verano de 1915 que fueron rescatados por navíos franceses. Pero hay que recordarlo porque esa es la prueba de que se podía intervenir, esa es la prueba de que la historia podría haber sido de otra manera. Nadie acudió al auxilio de los armenios y me parece que también es interesante verlo desde la perspectiva de la responsabilidad, de los estados que se dicen democráticos, liberales, de los estados que se dicen comprometidos con un conjunto de valores. No se puede consentir un exterminio.

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