«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Realismo mágico vs realismo soviético

/span>

«Un automóvil de carreras lanzado a toda velocidad es más bello que la Victoria de Samotracia». Así se pronunciaba el futurista italiano Marinetti en los primeros años del siglo XX, tiempo en el cual las vanguardias artísticas corrían en paralelo a los movimientos políticos, llegando a mezclase con ellos en su dimensión propagandística. Los manifiestos, plásticos o ideológicos, buscaban confeccionar hombres nuevos, a veces incluso politécnicos. España no sería una excepción. Falange contó con una nutrida nómina de hombres de las flechas, mas también de la pluma. La II Guerra Mundial marcó el ocaso de la mayor parte de estas corrientes estéticas revolucionarias, si bien el arte seguiría siendo útil durante el nuclear tiempo de silencio abierto tras la caída del nazismo.

Por lo que a la lengua española se refiere, la posguerra mundial sirvió para que se produjera una sonora detonación: la del llamado boom de la literatura hispanoamericana, o latinoamericana si se admite el afrancesado credo dominante en muchos medios de comunicación. Bajo la exótica etiqueta del realismo mágico, rótulo que aunque cristalizó en los años veinte adquirió sus verdaderas dimensiones en los años 60, se arracimó un amplio número de escritores que coparon las listas de ventas y de premios.

De entre las obras marcadas por dicho denominador común, Rayuela, del argentino Julio Cortázar, es una de las más destacadas tanto por su estructura como por su contenido. A la exitosa Rayuela se le han buscado diversas influencias, entre las que destaca la ejercida por el surrealismo de un André Breton conmocionado por sus experiencias médicas en la I Guerra Mundial,pero también por el jazz, estilo libre que irrumpió con fuerza en Europa desde unos Estados Unidos que favorecieron el desembarco de artistas negros –recordemos a Louis Armstrong– tras la caída del racista régimen hitleriano.

Rayuela salió de la imprenta en junio de 1963. La plataforma encargada de prestar su tecnología al genio de Cortázar fue la Editorial Sudamericana. El lugar escogido, Buenos Aires. Editorial Sudamericana, de tan neutro como geográfico nombre, había puesto ya sus imprentas al servicio de autores como el filósofo anticomunista José Ferrater Mora, que vio de este modo reimpreso y reelaborado su famoso Diccionario. No sería, evidentemente, Ferrater, el único autor favorecido por dicha casa de libros, si bien su presencia nos conduce al Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC). Ferrater, a su vez, nos llevará al trotskista español Julián Gorkin, hombre designado por este organismo organizado por la CIA para armar todo un entramado de instituciones culturales dentro del orbe hispano. En efecto, Gorkin fue director de Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura, en cuyas páginas se fomentó a un Borges que constituía la contrafigura del políticamente comprometido Neruda.

Cuadernos no sería la única revista financiada por la Agencia de Inteligencia Americana. En Hispanoamérica Mundo Nuevo, dirigida por el uruguayo Emir Rodríguez Monegal y editada en París por el Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI), también tuvo detrás la financiación de la Fundación Ford, circunstancia que el propio Cortázar conocía, como puede comprobarse en su epistolario. En una carta a su admirado José Lezama Lima, el argentino mostraba el conocimiento de lo que había detrás de Mundo Nuevo, publicación que, sin embargo, no desdeñaba por su enorme difusión en América.

En tal contexto, Rayuela encajaba perfectamente por permitir una lectura no lineal, por ser, en boca de Cortázar, un libro que es muchos libros. Frente a la literatura realista marcada por las dificultades del vivir cotidiano, por las discontinuidades y fricciones entre las clases sociales, por las aspiraciones de ver cumplida la revolución, Rayuela desplegaba su laberíntica estructura en el apasionado Barrio Latino del París en el que se movía la Maga. La ciudad francesa, que en el siglo XIX sirvió con sus imprentas a los movimientos disolventes y transformadores del mundo hispano, fue la ciudad escogida por un nuevo imperialismo, el yanqui, mucho más sólido que el sedicente proyecto francés. Mundo Nuevo, en sintonía con todas las actividades del CLC, tan importante para la consolidación del realismo mágico, cerraba su presentación con esta declaración de intenciones:

«Al diálogo realmente internacional que tiene a París como centro, Mundo Nuevo aspira aportar un acento latinoamericano. Por eso, esta nueva revista quiere constituirse en lugar de encuentro de quienes componen, hoy, el concierto de una cultura viva y proyectada hacia el futuro, una cultura sin fronteras, libre de dogmas y fanáticas servidumbres

Pocos años después de la publicación de Rayuela, los crecientes rumores en relación con la financiación de tan libres iniciativas, se confirmaban, dejando a su paso una sensación de desencanto que no pareció afectar a un Cortázar menos ingenuo de lo que cabe prever. El realismo mágico, pese a todo, había cristalizado como un estilo que se alejaba nítidamente de ese otro realismo con capital en Moscú, siempre al servicio del dogma y con una frontera de acero como límite.

 

El paso de los años agregaría también trazos mágicos a la figura de Cortázar. Como en tantas otras ocasiones, el hombre sirvió como soporte sobre en la cual muchos trataron de proyectar su propia ideología: a finales de los 70 no pocos españoles creyeron ver en el argentino a un comunista. La atribución, no obstante, fue refutada por el propio escritor en las páginas del diario El País en una carta al director de elocuente título publicada el domingo 29 de mayo de 1977: Cortázar no es comunista

TEMAS |
.
Fondo newsletter