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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Cataluña y los siete errores de la Moncloa

¿Todos? No, en absoluto. Hay una serie de personajes de nuestra vida política que, si bien no van a ser imputados ni probablemente puedan serlo.


 
Carles Puigdemont, el ex presidente de la Generalitat que convocó y organizó el referéndum ilegal del día 1 de octubre y proclamó la efímera República Catalana es un prófugo en Bruselas, de donde no se atreve a volver porque sabe que sería detenido y puesto a disposición judicial. Sus cómplices en el golpe, unos ya han pasado ante el juez, entre ellos algunos siguen en la cárcel, y para un futuro cercano se espera que pasen nuevos responsables políticos por los juzgados.
De todo esto podría deducirse que quien la hace, la paga, y que los responsables de la situación crítica creada en Cataluña van a responder de sus actos. ¿Todos? No, en absoluto. Hay una serie de personajes de nuestra vida política que, si bien no van a ser imputados ni probablemente puedan serlo, tienen una parte tan grande o mayor que todos los encausados en este estado de cosas: los sucesivos inquilinos de la Moncloa. Todos ellos.
Y estos son sus errores.
1. El régimen autonómico consagrado en la Constitución. La descentralización administrativa es una idea estupenda que se ajusta al principio de subsidiariedad y acerca el gobierno al ciudadano. Pero todos sabemos que no fue esa la principal razón de ser de la construcción de las autonomías, sino la de desactivar los separatismos vasco y catalán.
La idea era saciar las ansias de autogobierno de esas dos regiones para acabar con el problema, y a la vez diluir sus aspiraciones en un régimen que concedía el mismo régimen a zonas de España que nunca se habían gobernado a sí mismas o que no habían expresado el menor deseo de volver a hacerlo.
El resultado -perfectamente previsible y previsto en su día por un puñado reducidísimo de políticos y pensadores- fue crear un incentivo para azuzar esas ansias y dar a los caciques locales los medios para ‘hacer país’ y preparar la desconexión.
Hoy el sistema hace aguas por todos lados, es un dislate financiero, fomenta cosas como el intento de institucionalizar el ‘asturiano’ -variante del castellano que solo se emplea como primera lengua en aldeas- y, en general, duplicar administraciones con un costo inasumible.
2. La sobreponderación electoral de los partidos nacionalistas. El juego electoral ha convertido a los partidos que solo tienen implantación en sus respectivas regiones en verdaderos ‘hacedores de reyes’ esenciales para aprobar leyes y presupuestos.
El sistema electoral está pensado de forma que los nacionalistas necesitan menos votos para conseguir cada escaño. La consecuencia es que partidos que en su propio nombre proclaman la intención de ocuparse solo de su tierra chica adquieren un peso desproporcionado en la vida política nacional.
No ha habido partido en el poder que no haya entrado en oscuros cambalaches con los nacionalistas por un puñado de votos a cambio de más competencias, concesiones y, sobre todo, de hacer la vista gorda con una interpretación más que elástica de la legalidad en un sinfín de materias, desde el idioma a la educación o el uso de los símbolos nacionales.
3. La cesión ante la legalidad. Lo último que hemos citado ha sido uno de los más graves errores del gobierno de España -cualquiera- frente a lo separatismos catalán y vasco. El castellano, idioma oficial de la nación y el más hablado en Cataluña, lleva décadas marginado oficialmente, en los colegios se enseña una historia que llamar ‘sesgada’ es quedarse muy corto y, en general, se refuerza desde todas las instancias oficiales la idea de que España es una potencia ocupante que tiene sojuzgada a la ‘nación’ catalana.
4. La ceguera ante el evidente proceso secesionista. De esto peca especialmente el Partido Popular, ahora en el Gobierno, que ha cedido a sus enemigos la tres fuentes principales mediante las cuales se forma la opinión de la gente: educación, cultura y medios.
No es algo que suceda exclusivamente con el nacionalismo, como se ha podido observar con el extraordinario -y misericordiosamente fugaz- auge de un partido de ideas disparatadas y suicidas como es Podemos.
Han dejado en manos de los nacionalistas el guión, lo que se conoce como ‘construcción del relato’, y el daño de esa estupidez a largo plazo es difícil de medir.
5. La imprevisión. Todo lo que ha dado por supuesto el Gobierno en cuanto al ‘procés’ ha fallado. Confiaban en que el referéndum no se produciría, y se produjo; que los Mossos colaborarían con la policía para impedirlo, y ayudaron a garantizarlo; que Puigdemont no se atrevería a proclamar la independencia, y lo hizo.
Aunque llamar a eso ‘imprevisión’ es, una vez más, quedarse muy corto, porque los secesionistas no han sido especialmente discretos en sus declaraciones. Cataluña
6. La reacción policial. Por supuesto, nada que decir contra la acción de los agentes del orden el 1-O, policía y guardia civil. Hicieron lo que tenían que hacer y, pese al mito de los miles de heridos -de los que no se ha publicado un solo parte médico-, con profesionalidad.
Pero fue un error. Venidos en un barco con la efigie de Piolín masivamente, proporcionaban la foto perfecta de un ejército invasor, exactamente lo que ansiaban los independentistas. Fue un verdadero desastre de imagen fácil de evitar con la detención discreta de los verdaderos responsables de la astracanada, y el resultado hubiera sido mucho más eficaz.
7. El cero en comunicación del Gobierno. Ni entonces ni ahora ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy el menor esfuerzo por diseñar un relato alternativo, por comunicar un cuadro tan ilusionante y positivo, al menos, como el que han venido dibujando los nacionalistas catalanes durante décadas.
«Es ilegal» es, no lo negamos, una razón contundente, pero insuficiente. Limitarse a la demonizar los afectos naturales hacia la propia comunidad y la propia tierra, en lugar de ampliar ese cuadro a algo mayor como es España, es un error de libro.
A los propios vencedores (parciales) de las elecciones autonómicas, Ciudadanos, se les ve mucho más cómodos recurriendo a ‘Europa’ -en realidad, la UE, un espacio fundamentalmente económico aún- que a España, un concepto que se evita como si quemara.
Ahora bien, los seres humanos somos tribales y territoriales, y ese constante avergonzarse de España no nos va a convertir en desarraigados cosmopolitas de la noche a la mañana, sino que empuja a muchos a satisfacer ese deseo de pertenencia en quienes les ofrecen patria y orgullo colectivo, es decir, los nacionalistas.
 
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