La columnista británica de la revista The Spectator, Zoe Strimpel, ha publicado un artículo de opinión atacando todas las tradiciones y culturas de España con el objetivo de frenar el turismo masivo que suele acudir a la península cuando se acercan las vacaciones. Empieza señalando que España está en un proceso de «renovación», tratando de borrar su pasado «fascista y machista». «Ahora se venden como un país elegante, romántico, elegantemente izquierdista y devastadoramente cursi».
«Tomemos como ejemplo la reciente tendencia viral entre los jóvenes españoles: poner una piña en el carro del supermercado», comenta en relación a lo sucedido en los Mercadona en las últimas semanas, insinuando que es «adorable». Sin embargo, insinúa que todo se trata de una estrategia de marketing, y que de sus encuentros en España ninguno ha sido bueno: «Me atrevería a afirmar que España es el peor país, no del mundo, pero sí de Europa occidental».
Respecto a las ciudades, ataca tanto a las costeras (Magaluf, Marbella y Alicante) como a las más conocidas: Madrid y Barcelona. «Las avenidas de Madrid son áridas y aburridas, y se hace imposible encontrar un buen lugar para comer embutidos. Barcelona cuenta con la arquitectura más fea del mundo: la de Gaudí. Tiene una playa mediocre, edificios mediocres y comida demasiado cara. Ahora es una zona de guerra contra el turismo y, como extra, te robarán la cartera».
En relación a la clase política, critica tato a la izquierda como a la derecha, especificando que ambas tienen un «odio instintivo» a Israel: «Políticamente, España es repugnante. En diciembre, un político español levantó en el Parlamento un bebé muerto disecado envuelto en una mortaja para representar la sed de sangre israelí en Gaza. Fue macabro».
Si hay un asunto con el que trata de hacer sangre, es la economía y la historia del país: «Son la nación con mayor tasa de desempleo de Europa y su historia también es horrible si se empieza por la Inquisición, la manifestación más sangrienta, más sádica y más patológica del dogma católico en Europa, y se llega hasta Franco y su prolongado romance con el fascismo».
Por último, además de despreciar la literatura española e infravalorar a figuras como Cervantes, concluye criticando las corridas de toros: «Es una tortura lenta y cruel de animales por deporte ante la mirada de decenas de miles de espectadores que aúllan. No es una tradición propia de la era moderna, y mucho menos de Europa occidental».