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TODO VALE CON TAL DE ABRIRLE LA PUERTA A CATAR

El lavado de imagen de Catar llega a España: nuestros hijos acabarán aprendiendo árabe

El Emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Europa Press

Además de la promesa de una potente inversión en nuestro país de 5.000 millones de dólares ―4.720 millones de euros― en los próximos años, la histórica visita a España del emir de Catar, Tamim bin Hamad Al Thani, el pasado mayo, dejó también una alianza estratégica entre ambos países que trasciende los lazos económicos.

En total, se firmaron 12 acuerdos y memorándum de entendimiento ―MoU, por sus siglas en inglés―, en materias de economía, comercio, cooperación militar y judicial, salud, ciencia, innovación y educación. Conviene detenerse en este último punto, el de la educación: España y Catar se comprometen a «fomentar diversas formas de intercambio», como visitas de especialistas «en todos los campos» o de delegaciones de estudiantes. Asimismo, en el acuerdo se incluye la organización de exposiciones de arte ―español en Catar y catarí en España―, el intercambio de experiencias, de información y de planes de estudio.

Pero, sin duda alguna, el punto más controvertido es que el obliga a los dos países a «fomentar el aprendizaje de las lenguas respectivas»; es decir, nuestros hijos podrían acabar aprendiendo árabe, cuando no dejamos de asistir a la caída en picado del nivel educativo en España. Los jóvenes de hoy conocen al cantante Quevedo, pero desconocen quién fue el escritor Quevedo. Con estas generaciones de tiktokers, instagramers e influencers, el Gobierno de Pedro Sánchez parece estar más preocupado en fomentar la enseñanza de una lengua casi residual como el árabe en vez de que nuestros jóvenes se desempeñen con soltura en el idioma más hablado del mundo, el inglés. Que los niños aprendan qué es el niqab o el shay, pero no tengan ni la más remota idea de la Reconquista o la Guerra Civil. Increíble pero cierto, así nos va…

Es la consecuencia del servilismo sanchista al mejor postor, en este caso el emir de Catar. Un acuerdo que, después de forjarse en mayo pasado, ha tardado siete meses en ver la luz definitiva, a pesar de que no ha requerido de trámite parlamentario pese a la seriedad del asunto. Todo vale con abrirle las puertas de España —y dejar que se meta hasta la cocina— a la familia real catarí.

Un «intercambio de experiencias», como lo define Moncloa, que llega en plena polémica por las sistemáticas violaciones de derechos humanos que se cometen en Catar, pese a que las autoridades del país intentan lavar su imagen a través del fútbol con la disputa de una Copa del Mundo, la más polémica y sucia de la historia tras 22 ediciones, que está a punto de finalizar.

Muchas de las voces más autorizadas en el mundo del fútbol, como dirigentes, entrenadores, exjugadores y periodistas especializados, predican a los cuatro vientos las virtudes de Qatar 2022, especialmente a nivel organizativo, calificándolo como uno de los mejores Mundiales de la historia en este sentido. Muchos no hemos podido comprobarlo in situ. Puede que la organización sea impecable, pero ello ha supuesto ―y sigue suponiendo― un alto coste, con víctimas que quieren ocultar a los ojos del mundo. Que le pregunten, si no, a los más de 6.500 trabajadores migrantes muertos, a las mujeres o al colectivo LGTBI…

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