El deporte y la política transcurren por caminos destinados a cruzarse, sería de necios pensar lo contrario. Hace demasiado tiempo que el deporte dejó de ser deporte como tal. E incluso negocio. Es muchísimo más. El deporte es también una herramienta política que utilizan los países para promocionarse, regenerarse y lavar su imagen internacional.
El ejemplo más claro lo estamos viendo estos días con la Copa del Mundo de fútbol en Catar. El mayor acontecimiento deportivo del mundo, tras los Juegos Olímpicos, celebrándose en un país donde los derechos humanos brillan por su ausencia y el sistema laboral kafala permite impunemente a los empresarios tratar a los trabajadores inmigrantes como esclavos.
Además del Mundial de fútbol, el emirato ya acoge el gran premio que suele abrir la temporada de motociclismo y ha sido sede de importantes eventos deportivos como el Campeonato del Mundo de pádel en 2021, el de atletismo en 2019 o el de balonmano en 2015… más los que están por celebrarse (Mundiales de judo en 2023 y de natación en 2024).
La apuesta de Catar por el deporte es innegable. Ya hace más de una década (mayo de 2011) que el emirato empezó a asomarse por Occidente a nivel deportivo con la compra del 70% de las acciones del París Saint-Germain (PSG), por un montante cercano a los 60 millones de euros, a través de Qatar Sports Investment (QSI), firma subsidiaria de Qatar Investment Authority (QIA), el fondo soberano de Catar, especializado en inversión local e internacional, cuyo director ejecutivo es el emir Tamim bin Hamad Al Thani.
Once años y medio después, el PSG, un habitual en los últimos años en las rondas finales de la Liga de Campeones, es el sexto club con más ingresos de Europa y está valorado en unos 4.000 millones de euros, después de que QSI haya desembolsado unos 1.600 millones en comprar a los mejores jugadores del mundo y sus elevadísimas fichas, como David Beckham, Zlatan Ibrahimovic, Neymar, Kylian Mbappé y Leo Messi. Sin duda alguna, un negocio redondo. Además, QSI ha entrado recientemente en el accionariado del Sporting de Braga portugués (21,67 % de las acciones) y del KAS Eupen belga.
Catar también está presente en el deporte español con la compra de la Cultural Leonesa —actualmente en Primera RFEF— a través de Aspire Academy, una institución fundada en 2004 dedicada al desarrollo del fútbol y que cuenta con un centro de alto rendimiento en Doha en el que entrenan algunos de los principales equipos del mundo.
El poderío del fondo soberano de Catar
El deporte es sólo un juguete más de Qatar Investment Authority. Fundado en 2005, el fondo soberano de Catar es uno de los más importantes del mundo con unos activos valorados en unos 450.000 millones de dólares. Aunque se proclama a sí mismo como un fondo de inversión de orientación profesional, la mayoría de decisiones son controladas por el jeque Hamad bin Jassem bin Jabr Al Thani —que abdicó en junio de 2013, permitiendo la llegada al poder de su hijo, Tamim bin Hamad Al Thani— y no está nada claro si mezcla o no inversiones personales de miembros de la casa real con fondos del estado de Catar.
Lo que sí es evidente es el poderío económico de QIA, que no sigue la sharia islámica debido a sus inversiones en el sector de la banca y otros activos no permitidos en todo el mundo. Para hacernos una idea del poderío del fondo soberano de Catar, basta decir que es dueño del 15,1% de las acciones de la bolsa de Londres y del 17% del Grupo Volkswagen.
Medio Londres también es suyo: en 2010 adquirió los míticos almacenes Harrod’s y tres años después el rascacielos The Shard —el más alto de Reino Unido—, además de ser dueño de edificios icónicos de la capital británica como el One Hyde Park y The Ritz Hotel y tener acciones en el metro de Londres y en la cadena de supermercados Sainsbury’s. De hecho, se dice de la dinastía catarí que tiene más posesiones en Reino Unido que la propia corona británica.
Nueva York y Washington tampoco escapan a los tentáculos de QIA, que en agosto de 2016 compró acciones del Empire State Building —uno de los edificios más conocidos del mundo— por valor de 622 millones de dólares.
Más allá del deporte, Catar también está muy presente en la economía española, especialmente en sectores como la energía, las finanzas, la construcción o la aviación civil. Hace tres años, en diciembre de 2019, el stock de inversión del país árabe en España era de 2.679 millones de euros, pero el emir anunció en mayo pasado, durante una visita a Madrid, que su país aumentará las inversiones en nuestro país en 4.720 millones de euros en los próximos años.
La joya de la corona de esas inversiones es Iberdrola, compañía de la que Catar controla el 8,57% de las acciones tras su entrada en la multinacional en 2011. Fuera del ámbito energético, el emirato también tiene inversiones en sectores como el turismo, gracias a su participación en empresas como Marina Port Tarraco, los hoteles W de Barcelona o Intercontinental de Madrid o el grupo IAG, al que pertenecen Iberia y Vueling. También está presente en sectores como los medios de comunicación (Prisa), el comercio (El Corte Inglés) o el inmobiliario (Colonial).
En definitiva, una forma más de tratar de comprar el silencio de muchos países, mientras prosigue la sistemática violación de los derechos humanos en Catar, uno de los países con mayor renta per cápita del mundo y donde sus dirigentes más poderosos tienen el dinero por castigo.