«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

La curva de ‘lawfare’

26 de abril de 2024

Si a un presidente español le apoyan los etarras y Picardo, el de Gibraltar, cabe dudar legítimamente de que esté velando por eso que se llamaba bien común. Tras su carta a «la ciudadanía», muy comentada ya, Sánchez recibió además una solidaridad más precisa de ERC y Bildu, que arremetieron contra lo que llaman «lawfare»: ese «ataque» de jueces (sobre noticia periodística) que ellos padecen lo estaría sufriendo ahora el presidente.

Esto lo redondeó Zapatero, y aquí la cosa se pone interesante. En una entrevista en la SER con Àngels Barceló (esto no puede pillarle a uno en ayunas…), Zapatero dijo entender al presidente y se propuso, en estos días de «reflexión», conseguir que cambie de idea. Para esto pidió la «movilización» de la gente del PSOE, y es esto lo que se ha destacado, pero más interesante que esa «movilización» de desagravio era que la hacía extensible a los amantes de la democracia, los «demócratas». Zapatero revistió de «poesía» el frentismo, y le dio a la coalición sanchista (que él prefiguró) un nuevo concepto: «La democracia del respeto» frente a la «democracia del odio». Considerar odio a toda manifestación política del otro es lo que ha venido sufriendo Vox (con colaboración del centrismo biodegradable) y ahora la extiende a la oposición toda. Barceló apuntaba un colmo: «A Sánchez le han llegado a llamar inmaduro». Tremendo. Esto es un «límite». Se repitió la palabra. Hay que actuar. Zapatero llegó a decir que este nivel de ira no lo había conocido nunca la democracia española (el olvido de ETA es total).

Zapatero daba un giro patocrático, enloquecedor, a su retórica. Su solemnidad sentimental resultaba cómica: «Pierdo mi capacidad para conciliarme, para reconciliarme con quienes así actúan ¡y no quiero perderla!».

Frente a Sánchez está la «democracia del odio» y odio es lo que no merece estar en el sistema, (como tampoco en el estadio de fútbol).

Todo era bastante zapaterino e inconcreto hasta que Barceló preguntó por los jueces. Y aquí Zapatero estuvo revelador: «En nuestra democracia la independencia de los jueces está garantizada pero… todo es perfeccionable». Y anunció dos avances (avance es paso legislativo irrevocable): que la instrucción pase a la fiscalía y que el gobierno de los jueces emane del parlamento, «no que los jueces elijan a los jueces, ¡no, no, no!» (sonó como el «no hija, no» de Ozores). Lo explicó: igual que los médicos no son gobernados por los médicos, los jueces tampoco. «Las fuerzas conservadoras en todo el mundo encuentran en la justicia la forma de intentar frenar las reformas».  No le gusta lo que se ha visto a raíz de  la Amnistía: «La democracia es el imperio de la Ley que obliga a todos con el único límite de la constitucionalidad, y el único tribunal es el Constitucional».

De repente, las palabras de Sánchez importaban menos. Él será el míster, pero Zapatero es el director deportivo. O de otra forma: si Sánchez es Guardiola, Zapatero es Cruyff.

Sánchez había proclamado el amor a su mujer y en el mundo de la pareja hay algo que se llama «montar una escena». Sánchez montó una escena. Maestro en el relato, montó una escena, y esa escena era aprovechada de inmediato para aglutinar su frente político en torno a algo muy concreto: la persecución judicial. Esto, que ha sido una queja habitual de Podemos y de los separatistas, la haría suya el PSOE por la vía personalísima de Sánchez, afectado en lo más íntimo de las entretelas maritales por ese combo que forman la «desinformación ultraderechista» y los «jueces conservadores». Si hubiera que intervenir en lo judicial, arrasarlo hasta que no haya más que un tribunal político, no sería descabellado pensar que la escena ya está montada. Este paso conjunto, y todo apunta a que coordinado, se dio ayer. Puede significar algo o no significar nada, los sanchólogos sabrán. Pero se dio.

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