Antes de que el beso de Rubiales sirviese para instrumentalizar todo el Mundial femenino, el Ministerio de Igualdad de Irene Montero ya intentaba (en pleno verano y sin mucha repercusión) politizar el deporte de mujeres, en provecho de su «causa feminista».
Al igual que el verano pasado, en que lanzó su famosa campaña de «El verano también es nuestro», el Ministerio de Igualdad presupuestó este verano una millonada para encargarle su propaganda a las agencias más granadas del capitalismo (en este caso, la angloamericana Ogilvy & Mather). La campaña se ha llamado «Ser LIBRE. Estar VIVA. ESPAÑA». Con esa curiosa elección de palabras y mayúsculas. Ante el crepúsculo de la mentalidad progre, es difícil psico-analizar si se trata de un intento de «re-significar» desde «la izquierda» el lema de «Viva España», o si es más bien algún tic subconsciente de su obsesión (anti)franquista con aquello de «ESPAÑA, una grande y LIBRE».
La elección de palabras ha causado un pequeño revuelo incluso entre gente de izquierdas. Al celebrar «estar viva», como si para la mujer fuese una conquista el mero hecho de «sobrevivir» a una especie de holocausto machista permanente, se rebaja y subvierte el objetivo que debe inspirar la justicia social desde tiempos de Aristóteles. No es «estar vivos», sino «poder vivir bien». El efecto del esfuerzo del feminismo por aterrorizar a la población es que, finalmente, aprendamos a estar agradecidos por respirar, y no pidamos más.
También ha molestado a sectores feministas la parte de «ser libre», en una campaña que destaca el logro (este sí, auténtico) de las casas de acogida para mujeres maltratadas. Medidas como esta para víctimas como estas no evocan, desde luego, la «libertad», sino la necesidad de «seguridad». Situar ir a una de estas casas de acogida en un listado junto con salir a comer paella sería algo más que una frivolidad. Revela la mentalidad de fondo tras el feminismo hegemónico: cualquier cosa es entendida meramente como un subproducto de la sacrosanta «libertad», como buen vástago del liberalismo. No se mira ninguna cuestión, desde el aborto hasta las denuncias, pasando por el cambio de sexo, en su dimensión problemática, trágica o médica, sino solamente como «actos de empoderamiento» o «emancipación» en nombre de la libertad del capitalismo posmoderno.
En todo caso, el producto incluye un vídeo y varios carteles, donde el objetivo es citar cosas «typical spanish» más o menos simplonas (el sol, la playa…), pero metiendo de por medio leyes y conceptos feministas, para hacer ver que tan español es la Alhambra como el Ministerio de Igualdad, y tan cultura patria es Gaudí como Pam. El resultado, en vez de ser una fusión orgánica, es un mejunje chirriante donde se alterna la «tortilla» con «llamar al 016» o «las folclóricas» con «la brecha salarial». Delata, además, una preocupación por «consolidar» una ideología en horas bajas, por reafirmarse como algo que llegó para quedarse y seguirá existiendo mientras siga existiendo el chorizo. Hay algo de temor, derrota y despedida en todo ello.
Desgraciadamente, no le falta razón al mensaje central de la españolidad del feminismo. España es uno de los países del marco europeo que más lejos va en los desvaríos feministas (es, por ejemplo, uno de los pocos países en hacer un enfoque de la violencia exclusivamente de género). También parece cierto que tan español es aquello de «llegar con décadas de retraso a las cosas» como lo de apuntarnos a leyes trans y teorías queer cuando parte de Europa ya está dando marcha atrás para huir de ello tras sus desastrosas consecuencias. Y tan español es, sin duda, el Callejón del Gato con sus espejos deformantes, como la mutilación de la realidad que hace la «perspectiva de género».
El vídeo es, por lo demás, malurrio. Como gallego no puedo evitar mencionar que cuando el narrador cita el «orballo» (una fina lluvia), la imagen muestra una nevada. Muy «plurinacionales», pero madrileños al fin y al cabo. También mencionan a Gaudí como «guiño catalanista», pero claro, Gaudí no era precisamente de las CUP, sino de la burguesía derechista catalana. De todas formas, no desentona con el papel de Podemos/Sumar como socio de la oligarquía reaccionaria de Puigdemont y el PdeCAT.
Sacan también en el video, como siempre, a Lorca, concretamente sus «Sonetos del amor oscuro». ¿Por qué? Merece la pena detenerse en ello. Desde la interpretación de Jean-Louis Schonberg se ha popularizado la idea de que el texto es un elogio del amor homosexual, lo «oscuro» quizás les suena a «cuarto oscuro», a lo sórdido y lo obsceno, a orificio. Nada más lejos de la realidad, el título de estos sonetos (que incluyen poemas sobre los hijos que no pudo tener) alude al amor espiritual de San Juan de la Cruz y su «noche oscura del alma». Como comentan Vicente Aleixandre e Ian Gibson, «no quiere decir específicamente amor homosexual, sino el amor de la difícil pasión, de la pasión maltrecha, de la pasión oscura y dolorosa, no correspondida o mal vivida». Los que hoy lo quieren como «icono pop» no lo quieren realmente como autor de obras que —si leyesen— calificarían de puritanas y romantizadoras.
La misma visión manipuladora y ramplona aplican al resto de elementos del vídeo. Pero destaca, entre los demás, un mensaje celebratorio del «feminismo hispano»: «contabilizar cada feminicidio». Es decir, la ley que prescribe la contabilización oficial en una misma lista de todas las mujeres que sean asesinadas, y no solamente de aquellas muertas a menos de sus parejas o exparejas. Celebrar esto como «gran avance» o «gran logro» del feminismo dice mucho sobre su espíritu Moderno en general y Capitalista en particular. La obsesión del contable, el «reino de la cantidad», el «medir todo lo medible» y la sensación de que numerar las cosas otorga algún tipo de control sobre ellas. Pero cuando la situación es que, desde que hay Ministerio de Igualdad, han aumentado la violencia machista y las agresiones sexuales, ¿dónde están los logros de dicho Ministerio?
Esta turbia celebración alcanza su grado máxima con la presentación de un cartel que muestra a nuestras selección femenina de fútbol, con el mensaje: «CAMPEONAS. Somos campeonas de Europa… y en contabilizar feminicidios, también«. Aquí la turbia celebración se vuelve completamente grotesca. En primer lugar, porque instrumentaliza y oscurece un logro auténtico de las mujeres: el avance real de las mujeres en el deporte. Antes de que Rubiales les «robase el protagonismo y el momento» a las jugadoras, el Ministerio de Igualdad ya estaba intentando hacerlo. En segundo lugar, lo que empezó siendo una exaltación inoportuna («recontar» antes que «impedir») acaba deslizándose directamente hacia una macabra exaltación del número de mujeres muertas. ¡Campeonas!
En un gesto insólito por parte de un feminismo exaltado que se crece ante sus errores, el Ministerio de Igualdad retiró el cartel. Quizás entiendan que esta vez han ido demasiado lejos. O quizás quieran esconder que realmente celebran (aunque sea de forma inconsciente) los datos abultados que perjudican a las mujeres. Porque «confeccionar» esas cifras es lo que les permite fundamentar su existencia: pedir nuevos presupuestos, elaborar nuevas estrategias inútiles, sacar adelante nuevas leyes ideológicas o jugar a sacar campañas polémicas. En este equilibrio se mueve el feminismo, como en general la partidocracia: configurar narrativas de problemas de forma suficientemente acuciante para justificar sus políticas, pero sin exagerar tanto que se vuelva en su contra dando la apariencia de que sus medidas son inútiles.