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NUNCA COMBATIÓ AL CAPITALISMO

De la campaña de Igualdad ‘El verano también es nuestro’ al verano sin Irene Montero: el fin de la ministra ‘performance’

Campaña del Ministerio de Igualdad "El verano también es nuestro". Twitter

La labor de Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad parece haber llegado a su fin, dejando tras de sí un reguero de polémicas. Una de las más características tuvo lugar hace exactamente un año, en las pasadas vacaciones estivales, con el lanzamiento de la campaña «El verano también es nuestro». De entre las muchas polémicas del Ministerio, esta fue de las más gordas (con perdón) y, además, seguramente es la que mejor ha reunido y resumido las características fundamentales del feminismo hegemónico.

Born in the USA

La campaña robó fotos de varias modelos de la anglosfera, con cuyo derecho a la imagen se hizo la vista gorda (con perdón). El propio tema de la campaña fue copiado de los marcos políticos anglosajones, obsesionados con la «identity» (identidad) y los «hate speech» (discursos de odio). De entre las muchas “fobias» que se diagnostican entre la sociedad, una de las que más dan que hablar es la «gordofobia», que ha generado a su alrededor una serie de nichos de mercado: la «fat fashion», las agencias de «curvy models» y el merchandising de «body positive». 

¿Por qué tanto anglicismo? Porque la obesidad tiene su capital global en la América del Burger y la cocacola, no en la Europa del aceite de oliva. En EEUU muere más gente al año por enfermedades relacionadas con el sobrepeso que por causa de arma de fuego. Y, como han perdido completamente la batalla social contra la obesidad, el nuevo giro es una «batalla cultural» de trazo grueso (con perdón) para hacer del sobrepeso un motivo de orgullo. Desde luego no ha de ser un motivo para que nadie avergüence a nadie, pero lo característico de esta moda es que pretende convertirlo en una identidad.

No es país para hombres

Como es habitual, la «perspectiva de género» consiste en ver sólo los problemas que afectan a las mujeres. Las «gafas moradas» son más bien una venda. En esta campaña de concienciación no hay lugar para el sexo masculino, en el que más ha crecido la depresión y el suicidio, cuestiones tantas veces relacionadas con la auto-aceptación.

Es más, se convierte en un tópico del humor feminista burlarse de «el cuerpo que tienen Manolo y Juan Antonio» (arquetipos de hombre blanco heterosexual caricaturizados por la secretaria de Estado Ángela Rodríguez —Pam—). El hombre de mediana edad le cae gordo (con perdón) al feminismo: es un ser detestable que se sienta despatarrado en el transporte público, al que se le ve la barriga, al que le asoma mucho pelo en el pecho o poco en la cabeza. Y, más allá del entorno feminista, en la escena LGTB incluso se clasifican y descartan parejas según criterios de musculación o vello corporal. No parece que el prejuicio o el estereotipo físico sea una cosa exclusivamente ejercida contra la mujer por el «hombre blanco cis-hetero-sexual». 

Para poner los datos sobre la mesa, la Encuesta Europea de Salud en España indica que hay más hombres que mujeres padeciendo de sobrepeso: un 44,9% de hombres frente a un 30,6% de mujeres. La diferencia, además, crece en los grupos de edad de 35 a 74 años. Aun con todas las cifras en contra, el feminismo hegemónico ha intentado constantemente hacer ver que la mujer es la principal víctima de casi cualquier factor, desde la pobreza hasta la guerra.

Todo por la ciencia pero sin la ciencia

El feminismo se ha configurado como una ideología profundamente negacionista de la ciencia: se enfrenta a la biología, a la psicología, a la antropología, a la estadística, a la genética y a lo evolutivo, etc. Cuando se enfoca la obesidad como una opción legítima entre otras, o incluso como una opción preferencial en tanto que subversiva y trasgresora, la ideología está yendo en contra de la ciencia.

El feminismo de Irene Montero acaba chocando con Alberto Garzón, otro al que también le tocó el gordo (con perdón) en la lotería de los ministerios. Desde su Ministerio de Consumo dedicó parte de su legislatura a alertar contra lo nocivo de la obesidad («aumento de enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor e incluso algunos tipos de cáncer»). Garzón ofrecía una teoría mucho más satisfactoria que la de Montero: la obesidad avanza de la mano de un capitalismo que abarata las grasas y los azúcares, cebándose especialmente con las clases bajas de Occidente. El problema no es, señora ministra, que a un gordófobo no le guste ver estrías en la playa; el problema es un sistema económico contra el cual el feminismo no tiene capacidad de combatir.

Capitalismo Rosa

La mayor parte de manías de la «nueva izquierda» son luchas sustitutorias que camuflan su incapacidad para acabar con la desigualdad económica real. El pasado verano aparecía este cartel en plena escalada del combustible (lo cual hacía muy difícil para las familias trabajadoras pensar en viajar o desplazarse a la playa), se habían disparado los precios de alimentos en el mercado agrícola -incluyendo clásicos veraniegos como la sandía- y arreciaba además una escasez de cubitos de hielo en buena parte del territorio nacional. «El verano también es nuestro» hubiese sido un buen lema de la clase obrera reivindicando su incapacidad de disfrutar unas vacaciones dignas.

Sin embargo, se fabricó una distracción menos molesta para los mercados. De hecho, el Ministerio dedicó parte de su presupuesto a una promoción con modelos «alternativas» gestionadas por el director de la revista FHM, un pez gordo (con perdón) que se dedica a la explotación de “cuerpos femeninos normativos” y a la promoción de injertos capilares para «cuerpos masculinos normativos». Queda claro que toda la industria de la moda «diversa» es una cara más de un mismo mercado deshumanizador.

También es funcional a la economía liberal el criterio del feminismo a la hora de decidir qué «diversidades» deben ser reivindicadas y cuáles son menos favorables. A una de las modelos a las que se le robó la imagen se le borró su pierna protésica. No interesa marear esta cuestión, pues en la sanidad española sólo se cubre el 15% del precio de las ortopedias. La izquierda se ha dejado hasta el último de sus esfuerzos para aprobar la ley trans, pero no para mejorar estas condiciones de la seguridad social, ni para incluir el dentista, el oculista y otros recursos que atienden a diversidades menos asumibles. A las modelos de las fotos se les ha añadido celulitis, un tatuaje, se les ha cambiado de color el pelo y a una le han puesto pelo en el sobaco. Estas sí son diversidades que es gratis celebrar para las que no hace falta ninguna conquista social-material. El legado del feminismo del Ministerio de Igualdad de Irene Montero es este tipo de hazañas, simbólicas y performativas, que no combaten al capitalismo, sino que le hacen el caldo gordo (con perdón).

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