«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los héroes de nuestros cuentos vivieron confinados… ¡y salieron adelante!

Estar mucho tiempo en casa da a veces para rememorar tiempos pasados, incluso para remontarse a la tierna infancia y descubrir ahora, hasta con cierta sorpresa, que muchos de los héroes y heroínas de los cuentos que nos explicaron vivieron en algún momento confinados o encerrados…¡y salieron adelante!

Unos cuentos aquellos no tan populares en estos tiempos y puestos ahora en cuarentena bajo la sospecha de perpetuar roles de género, pero que debidamente adaptados y contados de nuevo a los más pequeños pueden hacerles ver una luz al final del túnel, y apaciguar el estrés que les supone la permanente reclusión casera.

Cenicienta, Blancanieves, Caperucita Roja, Pinocho, Hansel y Gretel, Pulgarcito, Rapunzel, Los Tres Cerditos, entre otros, tuvieron que refugiarse de sus enemigos en pequeñas casas de dudosas condiciones o se vieron atrapados en reducidos habitáculos con la única perspectiva de ser devorados por brujas, ogros o fieras.

Si Rapunzel vivía enclaustrada en una angosta torre sin tan siquiera una puerta para salir de ella y lo único que podía hacer para matar el aburrimiento era cantar, lo de Cenicienta era aún peor, condenada como estaba a limpiar y hacer todas las tareas de una casa compartida con su malvada madrastra y sus repelentes hermanastras.

Era inevitable y cuestión de tiempo que dos príncipes las rescataran con la ayuda de los cabellos mágicos de la primera o mediante los hechizos temporales de una hada madrina con reloj más implacable que el vigilante de la zona azul.

Lo de tener que encargarse de las tareas hogareñas es recurrente en muchos de estos cuentos, como hacía de buen grado la ingenua Blancanieves en la exigua casita de los simpáticos y laboriosos enanitos, mientras la atrevida Caperucita era enviada a casa de su abuelita a proveerle de vituallas sin importar los peligros que la acecharían en su ruta.

De cómo Caperucita se zafó de las fauces del lobo, si tras refugiarse en un armario o después de ser rescatada sin sufrir daño alguno del vientre del feroz, y por qué sus padres ignoraron los riesgos de que se adentrara sola por un bosque, hay versiones para todos los gustos y hoy serían carnaza del más desenfrenado «reality».

El confinamiento familiar salvó también del virulento lobo a Los Tres Cerditos, que debieron compartir casa como buenos trillizos, mientras otros dos valerosos hermanos, Hansel y Gretel, engañados y encerrados por la malvada dueña de la Casita de Chocolate, pudieron escapar de su cruel destino gracias a su ingenio y determinación.

Pero si hubiera que elegir al ‘rey’ del escapismo en situaciones más que desesperadas, el trofeo se lo disputarían sin duda los entrañables Pinocho y Pulgarcito.

Del más famoso muñeco de madera sabemos que se fugó de una jaula donde fue apresado por un titiritero, que huyó de una isla donde los niños ignorantes se convertían en burros y que se las ingenió para ser expulsado del vientre de una ballena junto a su padre, el viejo carpintero Geppetto.

Otro «houdini» a la altura del personaje de la nariz creciente fue el diminuto Pulgarcito, tragado sucesivamente por una vaca y por un lobo, y pese a todo milagrosamente rescatado antes de sucumbir a una fatal digestión.

Aún así, el paradigma del confinamiento lo representa a todas luces el genio de la lámpara maravillosa, condenado a vivir largos años en los recovecos del mágico candil y ejemplo de que hasta los más poderosos personajes pueden verse recluidos en contra de su voluntad.

Una historia que para los más pequeños puede representar la alegoría de que la puerta que ahora les encierra se abrirá en su momento y los deseos que tengan estos días quizás se conviertan en realidad siempre que, claro está, se porten bien con sus hermanos y mayores.

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