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La ciudad condal, de nuevo en un callejón

Los resultados del 28M alejan a Barcelona del acuerdo y ahondan el declive producido por Colau

Candidatos a la alcaldía de Barcelona
Ada Colau, Jaume Collboni, Ernest Maragall y Xavier Trias. Europa Press

Los resultados electorales del pasado domingo en Barcelona arrojan el habitual batiburrillo de voto ciudadano. Una suerte de atomización de la voluntad que convierte la política barcelonesa en un asunto jeroglífico. También en un complicado juego de negociaciones secretas y, por extensión, en una entretenida labor para los periodistas, cabalistas a tiempo completo. La confusión, tras el vaciado de urnas, se veía venir. Una vez más, los electores se mostraron tan caprichosos como la oferta de papeletas a su disposición, ramillete de opciones que cubría todos los colores. 

Uno de los elementos llamativos del caso barcelonés sería la baja participación (un 60%). Esto hace pensar en varias posibilidades sociológicas: la apatía general, el empacho político y la vagancia dominante. Curioso panorama, cuando el intervencionismo del equipo municipal saliente ha puesto a la ciudad, con su plan de destrucción del urbanismo de Cerdà, en una situación caótica.

Siguiendo lo que se antoja ya una tradición, los comicios no dan un ganador sino más bien un puñado de perdedores con licencia para mandar. El doctor Trías ha conseguido un edil más que su seguidor, el socialista Collboni, quien, a su vez, supera en un concejal a Colau. Entre estos dos últimos, la diferencia de votos es inferior a 200. Merece la pena situar las preferencias del barcelonés que, siendo de naturaleza heterodoxo, se habría dejado seducir, desde el procés, por ciertas ortodoxias. 

Trías, maduro militante en el partido independentista heredero de CiU y que tiene a su fundador huido (Puigdemont), vence en barrios ricos como Sant Gervasi y en muy importantes como el Ensanche. La curiosidad es que también ha ganado en Gracia, predilecta de okupas, flautistas callejeros e independentistas. El barrio incluso ha abandonado a los muchachos ruidosos de la CUP, otrora avanzadilla insurreccional, que recoge una triste quinta plaza en su patria chica. Recordemos que el alcaldable representa al nacionalismo de derechas. 

El socialista y ex primer teniente alcalde de Colau, Jaume Collboni, triunfa por los pelos en distritos muy populosos de clases medias bajas, como en el antiguo caladero colauista Nou Barris. El desgaste de la activista que llegó a gobernar la segunda ciudad de España no parece tan acusado como se preveía. Tras ocho años de nepotismo (acumula un sinfín de denuncias), auge de la delincuencia e intervención anti-coche, no volverá a presidir el salón de plenos del ayuntamiento. Allí donde, en uno de esos números que tanto le gustan, se puso una mascarilla tricolor (republicana) tras obligarle el Tribunal Supremo a colgar una fotografía de Felipe VI que había mandado retirar. 

El gran batacazo se lo lleva Maragall, octogenario que paga la factura de un Gobierno inoperante y, además, señalado traidor españolista por la sensibilidad patriótica de estos lares. El nacionalismo tiene esas cosas, exige una pureza de difícil mantenimiento. Por su parte, las derechas no nacionalistas con representación, PP y VOX, cazan votos en los barrios de rentas altas, aunque también en otros de diferente estatus social: al partido de Abascal le apoya un 9% de los votantes del citado Nou Barris; y el popular Daniel Sirera vuelve a ser segunda fuerza en Sarrià-Sant Gervasi. 

Estamos muy lejos de recuperar aquella Barcelona del municipalismo razonable y los consensos necesarios para el desarrollo. Es decir, los momentos en que la ciudad contradijo su afición vanguardista por alterar un necesario orden. Los tripartitos o pactos de las izquierdas con el nacionalismo radical, que Sánchez ha impulsado como motor de la finada legislatura, fueron ensayados años ha por su marca catalana (PSC) en la ciudad condal. La urbe es una especie de laboratorio donde electores y representantes, algo enloquecidos por el exceso ideológico, han creado fórmulas disparatadas que, a pesar de saberse disparatadas, se materializan en excéntricas gobernanzas. No resulta baladí: Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno, considera modélico el empeño desintegrador de Colau.

En este sentido, el anuncio de elecciones generales para finales de julio hace muy complicadas las apuestas en la ciudad. Si la convocatoria de Sánchez se sospecha envenenada, de igual modo aplica al complicado tablero barcelonés. Los partidos podrán negociar (un probable futurible era, vistos los resultados del domingo pasado, la reedición del pacto entre izquierdas y ERC), pero lo harán bajo estrictos cálculos de política nacional. Temerosos de errar y pagarlo en las generales. 

Haciendo cábalas, Trías podría convertirse de nuevo en alcalde al ser el más votado, aun en minoría (la absoluta son 21 sillones). El doctor, que fue casi siempre un hombre de orden como sus antecesores, carga con la sombra del golpe indepe. E incluso con el 3% pujolista. Digamos que la finezza, cruel eufemismo con que Andreotti juzgó la capacidad española para pactar durante la Transición, no se presume en los actuales gestores de lo público, en permanente agitación. En guerra con ERC y rotas las relaciones madrileñas con el socialismo, Trías debe estar notando la soledad de la victoria. Al fondo, queda esta urbe tan abandonada como deseada. Barcelona, en los noventa, volvió a ser prodigiosa, un recuerdo de lo perdido, una melancolía que arrastra. Mas el único prodigio computable en lo que va de centuria nueva lo ciñe aquí la ideología; y no la urgencia por rescatarla del declive. 

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