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Barcelona goza estos días una paz política inusitada

Elecciones municipales: vuelve el «oasis» a Cataluña

Barcelona. Logan Armstrong / Unsplash

La campaña a las elecciones municipales en Cataluña tiene algo de sorprendente. Algo que no podía sospecharse atendiendo a los precedentes, a las sacudidas habituales desde los tiempos del procés. Quizás parezca un sueño, pero estas jornadas, salvo puntuales excepciones, transcurren por aquí con normalidad; excesiva normalidad, podría decirse.

El único asunto que ha alterado la paz reinante ha ocurrido en la plaza Bonanova, cuando la paciencia de los vecinos con los okupas se agotó y una manifestación popular llevó a los telediarios de toda España la penosa y peligrosa situación que allí se vive. Pero un juez con perspectiva política y, también, un inusual despliegue policial hicieron que las cosas tornaran a ese orden amable con el fenómeno de la ocupación ilegal y antipático con la propiedad privada. Se decidió, por tanto, posponer la legalidad hasta pasados los comicios.

Decíamos que la campaña marcha graciosamente, como si hubiera sido rescatada de los felices años noventa. Hagamos, pues, un repaso de los contrincantes y sus maneras.

Los partidos independentistas han aparcado (por un momento) la sempiterna liberación nacional, siempre a la vuelta de una esquina que no logra nunca superarse. El mundo indepe ha encontrado en la municipalidad un merecido descanso. Por una parte, Esquerra Republicana de Catalunya, con el octogenario Ernest Maragall de candidato a la capital y el charnego Gabriel Rufián presentándose en Santa Coloma de Gramanet, ofrece una imagen menos antipática de lo acostumbrado. El señor de Barcelona aparece en los carteles con chaqueta oscura, corbata y bajo un lema integrador: La Barcelona de todos. El alcalde de todos. Y, aunque en su video promocional surge Oriol Junqueras con la usual épica («llevaremos la transformación republicana a todos los lugares»), la música de fondo, una rumba, apoya y recalca el mensaje principal de campaña. Ya es conocido de todos, el voto de origen andaluz o extremeño es oro en las municipales. Vencedor de las pasadas, las últimas encuestas otorgan a Maragall un decepcionante tercer lugar. Promete expulsar a la Policía Nacional de la comisaría de Vía Layetana y al Ejército del cuartel del Bruc.

Por otra parte, reaparece el doctor Trías, ya alcalde de la Condal antes de Colau. No se ajusta tampoco la campaña de Junts a los parámetros del nacionalismo más desmelenado que el partido ha ofrecido en su reciente pugna con ERC. Tampoco el señor Trias, perfecto burgués, ha tenido nunca un perfil radical, más bien lo contrario. Su lema advierte una entrega denodada, sensual, por una Barcelona post-Colau: Fem-ho (hagámoslo). Según recientes encuestas, podría ganar, aunque en liza con el socialista Collboni.

Del archipiélago nacionalista no querría ignorar a la formación radical CUP, otrora dolor de cabeza de Artur Mas. Los sondeos no le dan representación en la capital, pero una ojeada a sus candidatos resulta del todo ilustrativa del estado de las cosas en esta apartada y ruidosa comunidad autónoma. Pretende la vara barcelonesa, cómo no, una activista. De nombre Basha Changue, es diputada en el Parlament y militante de una «cooperativa afrofeminista de economía social y solidaria». Las listas cuperas están sembradas de púberes estudiantes con currículum asambleario, rito de paso para acceder a cualquier poltrona que la formación antisistema detente.

Inmaculada Colau quiere repetir mandato y nadie puede asegurar que no lo consiga. Es esta una urbe curiosamente entregada a la pandemia woke, aun a costa de su destrucción formal, véase el desmantelamiento de la ejemplar cuadrícula Cerdà, la delincuencia rampante y el deterioro del dinamismo económico. La campaña de la señora, vieja activista, es naturalmente populista: La historia de Barcelona siempre la ha escrito su gente, proclama a la manera podemita.

Entre el radicalismo y sus contrarios se haya el PSC, territorio político de cierta ambigüedad que tantas alegrías ha dado al nacionalismo. Jaume Collboni, mano derecha necesaria de los desmanes de Colau en el ayuntamiento, podría vencer, lo que augura un futuro nuevo pacto de las izquierdas intervencionistas. Su eslogan De nuevo Barcelona es un tanto sorprendente, teniendo en cuenta la estrecha colaboración con los Comunes de la alcaldesa y la decadencia que todo eso ha traído. 

En el llamado constitucionalismo el panorama electoral se encuentra dividido. Son las voces de una Barcelona maltratada y azotada por el virus nacional-populista que, aunque pudieran ser mayoritarias, parecen huérfanas de una necesaria y urgente unidad. VOX presenta a Gonzalo de Oro-Pulido y clama por una ciudad abierta, moderna y cosmopolita, así como por instaurar un modelo basado en la ley, el orden, la libertad, la familia y la prosperidad. Daniel Sirera, viejo conocido en Barcelona, lidera la candidatura del Partido Popular con la consigna Recupera Barcelona. Tanto el partido de Abascal como el de Feijóo conseguirían concejales, si bien insuficientes para gobernar o para condicionar mayorías. Ciudadanos, con Anna Grau de candidata, pide la regeneración, la bajada de impuestos y la expulsión de okupas y delincuentes. Su cartel, de carnes liberadas de ropajes, rememora aquel desnudo electoral que hizo famoso a Albert Rivera. A la cabeza de Valents está otra mujer, Eva Parera, quien rescata el mítico lema de Ronald Reagan, reutilizado por Trump: Let’s Make America Great Again (Barcelona, grande otra vez).

La ciudad está sumida en un caos circulatorio y, digamos, un ánimo general entre decaído e irritado. Es el precio de las ensoñaciones patrioteras y el subdesarrollismo woke de Colau. A la espera de que el siempre pacífico y muy demócrata movimiento okupa no altere con algaradas la campaña (como ha anunciado recientemente en asamblea), Barcelona goza estos días una paz política inusitada. Ha vuelto el oasis a Cataluña, si bien uno podría temer que fuera sólo un espejismo.

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