Grupos de marroquíes ya han vuelto a organizarse a través de las redes sociales para llevar a cabo otro asalto a la valla de Ceuta el próximo 30 de septiembre. Su estrategia se basa en difundir vídeos en TikTok con erráticas promesas. Es el enganche perfecto para mover masas, y lo que llevó a que cientos de personas no solo se unieran para entrar en la ciudad, sino que además no tuvieran miedo a la hora de arremeter contra las fuerzas de seguridad lanzando piedras, destrozando bienes públicos en las calles, dañando autobuses o prendiendo hogueras.
«En España me van a ayudar porque soy menor», asegura este lunes en un monte cercano a Ceuta Adam, un joven de 17 años que se sumó al llamamiento viral en redes de entrada masiva a la ciudad española este domingo frustrado por las autoridades marroquíes.
Este marroquí es uno de los cientos que este domingo intentó entrar a la ciudad española por la zona de la valla fronteriza conocida como Finca Berrocal, pero se echó para atrás ante el férreo control marroquí, relata en su camino hacia una carretera para volver a su ciudad.
«Llegar a nado era imposible porque todo estaba cerrado, la única vía que quedaba era por el bosque», explica Adam, convencido de que, si consigue llegar a España, podrá estudiar y tendrá un trabajo mejor.
Procedente de Tánger, Adam —hermano mayor de una familia con cinco hijos— ha intentado siete veces cruzar a Ceuta. Una vez lo hizo a nado desde las costas del bosque Belyunech, pero lo devolvieron, y ahora regresará a su ciudad porque está convencido que es imposible atravesar ante el control fronterizo. Pero no descarta volverlo a intentar en el futuro.
«Me quiero ir. No es por mi país, pero el Gobierno se reparte la riqueza y no hay oportunidades de trabajo para los jóvenes. Aquí cobro 2.500 dirhams (230 euros). En España puedo trabajar y estudiar y conseguir cosas que no puedo hacer aquí aunque trabaje diez años. Allí, en dos años de trabajo puedo comprarme un coche, un terreno en mi ciudad y ayudar a mi familia», asegura Adam, que no cursó la secundaria y se puso a trabajar de carpintero de aluminio.
Adam y sus compañeros de viaje caminan por una de las carreteras que unen la ciudad marroquí fronteriza de Fnideq (Castillejos) y el puerto Tánger Med, buscando algo de comida, agua y un transporte que les lleve de vuelta a sus ciudades.
Son todos marroquíes y llegaron a la frontera desde ciudades cercanas como Azrú, Uchda o Meknés, pero otras como Tiznit o Agadir a casi 1.000 kilómetros de allí. La mayoría son menores que abandonaron la escuela pronto, algunos se dedican a pequeños oficios en panadería o carpintería y otros no trabajan.