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su vinculación a españa es aún más antigua que la de ceuta

Melilla: más de 500 años de españolidad

Monumento a los Héroes y Mártires de las Campañas en Melilla. Wikimmedia Comons
Monumento a los Héroes y Mártires de las Campañas en Melilla. Wikimmedia Comons

El anhelo de la dinastía alauita del Gran Marruecos volvió a tener su manifestación pública —y política— cuando Enaam Mayra, presidente del Senado de Marruecos, insistió de nuevo, con un —cuando menos— falso discurso, en que Ceuta y Melilla eran territorios «ocupados» y que serían recuperados «sin recurrir a las armas». Si Ceuta, conquistada por Portugal en 1415, pasó a formar parte en 1668 de forma definitiva de Castilla, la vinculación de Melilla a España es aún más antigua, pues fue anexionada en 1497 mediante una empresa patrocinada por los Reyes Católicos y encabezada por el duque de Medina Sidonia. 

Esto prueba, de nuevo, que la política expansionista y colonial llevada por Mohammed VI y sus predecesores se caracteriza por una manipulación y un falseamiento de la historia que muchos han aceptado, pero que va en contra de la españolidad, que no se debe poner en duda, de una Melilla unida a España desde hace más de medio milenio.

La Monarquía Hispánica en el Mediterráneo

Desde el último tercio del siglo XV, Castilla buscó posicionarse en el Mediterráneo, quizá por la propia motivación que la Corona de Aragón, con un amplio bagaje allí, pudo ejercer en la Corte castellana. Los aragoneses se habían lanzado hacia el Mare Nostrum romano a finales del siglo XIII con Pedro III el Grande cuando ya habían alcanzado los límites de su expansión meridional frente a los musulmanes en la Península Ibérica. 

Los soberanos aragoneses se valieron de la experiencia obtenida en la conquista de Mallorca por Jaime I entre 1229 y 1231 y emprendieron toda una política marítima expansiva. Sus sucesores en el trono de Aragón continuaron dicha tarea. Se produjeron entonces hitos como el envío de la Gran Compañía Catalana de almogávares a Bizancio al mando de Roger de Flor y de Corberán de Alet bajo el reinado de Jaime II. Incluso cabe mencionar la política reintegracionista en el Mediterráneo de Pedro IV el Ceremonioso y que situó a Aragón como una de las principales potencias mediterráneas.

Por su parte, Castilla, una vez finalizada la Reconquista en enero de 1492, centró sus esfuerzos en fomentar toda una serie de empresas navales destinadas, en especial, a la exploración atlántica y a establecer una serie de enclaves en la costa norteafricana. Las motivaciones de los Reyes Católicos eran de diferente índole: desde la ya mencionada influencia de Aragón, la expansión del cristianismo, intereses geopolíticos que pasaban por acabar con la piratería berberisca, la conquista de plazas que sirvieran de puntos defensivos frente a las posibles invasiones, como el asentamiento y aseguración de rutas comerciales y de abastecimientos de los puertos peninsulares frente a la creciente amenaza otomana.

En este aspecto, dos cuestiones son seguras. La primera es que, sin la creación de esta barrera defensiva, España e Italia habrían sufrido con mayor intensidad el hostigamiento de la piratería. La otra es la importancia que los propios Reyes Católicos dieron a la demanda del norte de África, llegando a instar la propia Reina Isabel a su hija Juana y a Felipe el Hermoso en una de las clausulas de su testamento «que no cesen en la conquista de África e de puñar por la fe contra los infieles«. 

El caso de Melilla: plaza castellana desde 1497

Los sucesores de Isabel en el trono de Castilla debieron seguir con firmeza las consignas dadas por la reina, ya que, tras su muerte, fueron sucediéndose toda una serie de éxitos en el norte de África. Aunque no fueron empresas fáciles, pues la Monarquía Hispánica tenía repartidos sus objetivos también entre América, Italia y la Europa continental, se conquistó Mazalquivir (1505), Cazaza (1506), Vélez de la Gomera (1508), Orán (1509) y Bugía, Trípoli, Argel, Túnez, Mostagan y Tremecén (1510).

No obstante, Isabel, a su muerte en el año 1504, ya había legado importantes conquistas en la costa africana. En la zona atlántica, Alonso Fernández de Lugo había tomado La Palma y se había impuesto en la segunda batalla de Acentejo para poner bajo la enseña castellana Tenerife, cerrando la conquista de las islas Canarias en 1496. Además, con el objetivo de proteger las costas de Nápoles y Sicilia, Fernando de Aragón organizó una expedición terrestre-naval para tomar la isla de los Gelves el 7 de septiembre de 1497, base de piratas berberiscos situada en la costa de Túnez. 

La otra plaza que fue tomada en este periodo es la que se ha mantenido bajo soberanía española durante más de cinco siglos y que supone una de las dos ciudades patrias en la costa norteafricana: Melilla. Dicho emplazamiento tenía una vinculación con la Península que se remontaba a la Hispana romana, siendo territorio de la diócesis de la Mauritania tingitana durante el periodo del Bajo Imperio. También fue parte del Califato de Córdoba hasta su desmembramiento en el segundo tercio del siglo XI. 

El duque de Medina Sidonia se lanza a la conquista de Melilla

Siguiendo el modelo que se aplicaría en América, los Reyes Católicos promovieron para la toma de Melilla la alternancia de la iniciativa regia combinada con la privada. Conocedores de que la ciudad se encontraba casi despoblada a causa de las continuas disputas allí sostenidas entre los reyes de Fez y Tremecén, Isabel y Fernando, asesorados por Hernando de Zafra, encargaron a Juan Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia la ofensiva sobre Melilla. Éste delegó la empresa en su capitán de armas, Pedro de Estopiñán, quien acabó haciéndose con ella el 17 de septiembre de 1497. Los 500 soldados —Andrés Bernáldez afirma que fueron 5.000— que partieron a bordo de una escuadra desde Sanlúcar de Barrameda no encontraron grandes dificultades al llegar a la ciudad y, al llegar allí, iniciaron labores de fortificación y acondicionamiento para asegurar su posición, según relató Constantino Domínguez en su libro Melilla (Everest, 1984), basándose en la crónica de Gabriel de Morales.

Melilla pasó entonces a formar parte de los territorios de los duques de Medina Sidonia. De hecho, destacó pocos años después el alcaide de Melilla Marino de Rivera, nombrado por los duques de Medina Sidonia, quien colaboró en el mes de abril de 1506 en la toma de la ya mencionada Cazaza, que quedaría unida a Melilla hasta su pérdida en 1534.

Pese a que los Reyes Católicos negociaron con el duque de Medina Sidonia las condiciones para el mantenimiento de la plaza y de la guarnición, los excesivos gastos causaron que la Casa Ducal renunciara a sus derechos sobre Melilla ante Felipe II el 7 de junio de 1556, pasando a depender de la Corona en todos los aspectos.

Melilla hasta la actualidad

Si bien Ceuta no estuvo en un hostigamiento continuo que supusiera un grave riesgo para la soberanía española, Melilla sufrió situaciones de mayor amenaza. En la Edad Moderna tuvieron lugar varios intentos infructuosos por parte de los musulmanes de hacerse con la plaza. A finales del XVII fue el sultán Muley Ismaíl quien lo pretendió, entre 1774 y 1775, Muhammad III puso en sitio a la ciudad apoyado por los británicos, pero no lograron imponerse a los soldados españoles capitaneados por Juan Sherlock y a las escuadras comandadas por Antonio Barceló y José Hidalgo de Cisneros, quienes bloquearon el estrecho para evitar que los ingleses continuaran abasteciendo a los musulmanes.

La Guerra de África (1859-1860) fue otro de los momentos en los que Melilla estuvo involucrada en un conflicto armado. En ella, Leopoldo O’Donnell declaró la guerra al sultanato tras el continuo hostigamiento de rifeños a las ciudades españolas del norte de África. Ésta se saldó con el Tratado de Wad Ras después de la victoria del general Prim en la batalla de los Castillejos. Allí, el sultanato se comprometió a cesar las incursiones en Ceuta y Melilla, territorios que fueron también ampliados y reconocidos por el acuerdo de paz.

Las tribus rifeñas intentaron de nuevo tomar la plaza entre noviembre de 1893 y abril de 1894, en la Primera Guerra del Rif, donde murió el general Margallo, pero también destacaron el general Arsenio Martínez-Campos y un joven teniente al que se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando: Miguel Primo de Rivera. 

Ya en el siglo XX, los rifeños intensificaron los ataques sobre Melilla, desembocando la situación en la Guerra de Melilla entre julio y noviembre de 1909, donde se produjo el conocido Desastre del Barranco del Lobo, donde murieron más de un centenar de soldados españoles, pero que se saldó con victoria española y la consecuente expansión del territorio de la ciudad.

Melilla fue otro de los puntos importantes de confluencia militar durante la instauración del Protectorado Español de Marruecos, llegando a ser visitada por segunda vez por Alfonso XIII en 1911. Sin embargo, la ciudad fue testigo de una de las más duras e impopulares guerras de la Edad Contemporánea la Guerra del Rif (1911-1927), que dejó hechos tristes, pero heroicos, como la famosa carga del Regimiento de Cazadores de Alcántara en el río Igan. Aunque también asistió al célebre desembarco de Alhucemas del 8 de septiembre de 1925, que propició el inicio del fin de la Guerra del Rif.

Melilla es, al igual que Ceuta, un territorio cuya pertenencia a España es indiscutible. Son más de cinco siglos de historia los que vinculan a la España peninsular con Melilla, desde que los Reyes Católicos promovieran la expulsión del nido de piratas berberiscos que era en 1497 y la toma de la ciudad por parte del duque de Medina Sidonia y su lugarteniente Pedro de Estopiñán. En los años posteriores, fue derramada mucha sangre española para la defensa de la ciudad que, pese al anhelo de Mohammed VI y la pasividad de nuestras autoridades políticas, todavía luce orgullosa la enseña nacional en el Dique Sur, donde contempla, vigorosa, la ciudad y la mediterránea vista que le separa de sus compatriotas peninsulares.

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