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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Milans del Bosch y Quintana Lacaci, la clave militar del golpe

El 23-F fracasó, no sabemos cuántas adhesiones hubiera sumado de resultar triunfante. Sólo nos consta la actuación de quienes más se significaron aquella noche.

Quintana, capitán general de Madrid, no quiso atender la petición de Milans para publicar un bando de guerra. Aquella noche, cada uno entendió su deber de forma diferente. Quintana acabaría asesinado por ETA. Milans conoció la noticia en la cárcel. El libro definitivo debería titularse Algunos hombres buenos.

Milans del Bosch

Se llevó a la tumba la verdad del 23-F. Tras el fracasado golpe de Estado muchos especularon con que participó para salvaguardar al Rey. Nacido en una familia de arraigada tradición aristocrática, nunca fue falangista sino más bien un convencido monárquico.
Todo empezó y acabó en el Alcázar de Toledo. Fue durante la Guerra Civil española, en aquel verano de 1936, cuando nació su mito al contarse entre los defensores de la Academia General de Infantería bajo el mando del coronel Moscardó. Con las dos Españas hablando a través de las bocas de los máuser, el cadete Milans del Bosch, nacido en una familia de arraigada tradición aristocrática y militar, dio sus primeras muestras de valor durante el asedio de las fuerzas republicanas. La imagen le muestra sonriente y barbudo, como todos sus camaradas de armas, mientras posa junto a su padre, capitán de las fuerzas del general Varela que levantaron el cerco al Alcázar. Era el otoño de 1936 y el vetusto edificio toledano se había convertido en todo un símbolo para el bando nacional. Por eso se convirtió en objetivo prioritario para los republicanos. pero Franco fue muy claro: Madrid podía esperar, Toledo no. El golpe, si Moscardó caía, no sólo era militar. El ferrolano sabía que en la guerra de los corazones y las mentes, la de la propaganda, la rendición del bastión a orillas del Tajo hubiera sido letal.
En 1936 Milans del Bosch no podía sospechar lo que le depararía el destino. Criado en un ambiente de patriotismo y lealtad monárquica, Milans se alistó, ya como oficial, en las filas de la Legión. De la campaña saldría con varios ángulos de herido y la preciada Medalla Militar Individual, la segunda condecoración más importante. Lallamada de las armas volvió a picarle en el verano de 1941, cuando Ramón Serrano, desde el balcón de la Secretaría General del Movimiento, en la madrileña calle de Alcalá, clamaba un “¡Rusia es culpable!” y miles de almas al rojo vivo daban un paso al frente para alistarse en la División Azul. Milans no era falangista, nunca lo fue, pero sí militar profesional. Con estrellas en la bocamanga, encuadrado en la novena compañía del III Batallón del Regimiento 262, Milans hizo una campaña durísima, la primera invernal rusa, que cogió desprevenido a todo el dispositivo militar alemán. En junio de 1942 cayó herido y en agosto de ese mismo año los alemanes le concedieron la Cruz de Hierro de segunda clase. Unos días más tarde, volvió a España y siguió su carrera. En 1974 fue designado general jefe de la División Acorazada Brunete, una de las joyas de la corona del Ejército español de la época. Durante tres años estuvo a su frente. Las fotografías de ese periodo muestran a Milans relajado junto a Don Juan Carlos. En una de ellas se les puede ver dando cuenta de sendos bocadillos o contemplando la evolución de las fuerzas con Milans pitillo en mano. Luego, la Capitanía General de Valencia, y el 23 de febrero de 1981, los bandos, la palabra Rey y los tanques. Y un golpe de Estado extraño, chusco incluso, su procesamiento, el mutismo, las dudas por su relación con Don Juan Carlos, la expulsión del Ejército, su salida de la cárcel y el silencio, en su chalé de La Moraleja, hasta su muerte el 26 de julio de 1997. Su participación en el 23-F le colocó frente a camaradas de armas en el frente ruso y miembros del generalato como Quintana Lacaci o Aramburu Topete. Sus restos reposan en la cripta del Alcázar de Toledo, donde comenzó a escribir su hoja de servicios. Y, con ellos, tal vez algunos de los secretos de la Historia reciente de España.

Quintana Lacaci

Su frase: “El Caudillo me ordenó obedecer a su sucesor” aclara muchas de las incógnitas del 23-F. Su intervención fue decisiva para que los militares no se hicieran con el control de la capital. “España nunca sabrá lo que te debe, Guillermo”, le dijo el Rey, emocionado, una vez que el capitán general de Madrid logró frenar la intentona.
Era un cadete cuando sí que se sumó a otro golpe, el del 18 de julio de 1936. Acabó la Guerra Civil como teniente y luego, ya capitán, se presentó voluntario para aquella aventura en Rusia que se llamaba División Azul. De allí regresaría con la Cruz de Hierro y la Medalla Militar Individual. En las condecoraciones del pecho, él y Milans estaban muy igualados. Guillermo Quintana Lacaci había nacido en El Ferrol, en 1916, y fue hijo, nieto (y luego padre) de militares. Después de Rusia continuó una brillante carrera: regulares, brigada de alta montaña, y varios años en la guardia de Franco, cuyo regimiento llegó a mandar como coronel, al igual que dirigió la Academia General Militar de Zaragoza. Era, en fin, el prototipo de un general de la época, quizá hasta más destacado en su adhesión y lealtad a Francisco Franco. También el dato será luego importante. Su trayectoria, el destino y la política hicieron que la noche del 23 de febrero estuviera al mando de la Capitanía General de Madrid, un puesto que podría inclinar la balanza hacia cualquiera de los muchos lados de aquel golpe poliédrico. Tras el asalto al Congreso de Tejero y sus guardias civiles, las primeras horas son de una absoluta confusión. La División Acorazada Brunete está en buena parte comprometida con el golpe, sus efectivos ya han ocupado RTVE y algunas emisoras de radio. Pero Quintana reacciona. Todavía no ha conseguido hablar con la Zarzuela; sin embargo recela de tanta irregularidad en la cadena de mando. Él mismo se la salta y empieza a llamar a las unidades para comprobar la situación. Sus órdenes –dictadas con vehemencia, no exentas de exabruptos– son decisivas para detener la ocupación militar de Madrid.
Algunos carros de combate ya están en marcha cuando llega la contraorden. Exige al general Torres Rojas que abandone el Cuartel General de la DAC y regrese a su destino, y hasta amenaza con acudir en persona a arrestarlo si desobedece. Al principio sólo pretende detener cualquier movimiento anormal. Más tarde, tras hablar con Milans y con Zarzuela, ya tiene claro dónde están sus lealtades, y se decide a desactivar cualquier acción de apoyo al capitán general de Valencia. Su postura es, para todos, decisiva, así lo entendieron Suárez y Gutiérrez Mellado. Don Juan Carlos quiso recibirle pocas horas después del fracaso de la intentona. Olvidando cualquier protocolo se abrazó a Quintana, verdaderamente emocionado, y le dijo: “España nunca sabrá lo que te debe, Guillermo”. Luego le tocó a Alberto Oliart gestionar desde el Ministerio de Defensa la complicada resaca del 23-F, una mezcla de caza de brujas y legalidad. Cuando llamó a Quintana a su despacho, el militar quiso dejar clara su actuación: “Ministro, antes de sentarme tengo que decir que soy un franquista, que admiro la memoria del general Franco, he sido ocho años coronel de su regimiento, llevo esta medalla militar que gané en Rusia, hice la Guerra Civil, por tanto, ya te puedes figurar lo que pienso. Pero el Caudillo me dio orden de obedecer a su sucesor, el Rey me ordenó parar el golpe del 23-F y lo paré; si me hubiera mandado asaltar las Cortes, las asalto”. Murió antes de que se cumplieran tres años de aquella jornada. ETA lo asesinó cuando regresaba a su casa. Su subordinado directo, el general Lago, también compartiría ese trágico final.

Frente a frente

El teniente general Milans del Bosch era monárquico hasta la médula. Guillermo Quintana Lacaci, por el contrario, se definía abiertamente franquista. El primero había tomado Valencia con su carros de combate; el segundo impidió in extremis que la División Acorazada llegara a Madrid, aun antes de hablar con Don Juan Carlos. En los primeros momentos de la intentona, todo era un ruido de teléfonos einformaciones contradictorias. Quintana llama a su compañero para preguntarle por qué las tropas están ocupando Valencia. Milans primero lo niega: “Pero, Jaime, ¡si lo estoy viendo por televisión!”. Después, ante la evidencia, trata de convencerle para que haga lo mismo y permita que la Brunete se haga con la capital. “Jaime –responde Quintana–, me estás pidiendo una guerra civil, y nosotros ya hemos hecho una”. No mucho más tarde otro divisionario, Aramburu Topete, entraba en el patio del Congreso para tratar de detener a Tejero. “Mi general, si lo intenta primero le mato y luego me pego un tiro”. Aramburu retrocede, y al salir le dice a uno de los guardias civiles: “Os van a matar a todos”, a lo que el guardia responde: “General, ya nos están matando uno a uno”.
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23-F: Quintana Lacaci y su promesa a Franco


https://gaceta.es/espana/misterios-del-23-f-rey-armada-20180223-0919/

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