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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Pedro Sánchez o cómo evitar las urnas

A lo largo del régimen del 78 se han producido varias mociones de censura, que jamás habían prosperado en lo que se supone era su fin esencial; derrocar al gobierno vigente y sustituirlo por otro de diferente orientación.


Ha habido cuatro desde 1980, y la de 2018 es la primera que obtiene el éxito. Las anteriores estaban más diseñadas para desgastar al gobierno (excepto la de 2017, un absurdo fiasco por todos los conceptos, a mayor gloria de Podemos) que para una sustitución: la de 1980 incidió en la figura de Adolfo Suárez, por entonces universalmente reprobada – aunque hoy se pretenda otra cosa – atizándole sin desmayo. No lo descabalgó del poder, pero Suárez salió muy tocado y ya no volvió a ser el mismo.

Poder con o sin urnas

Desde su re-nacimiento en Suresnes en 1974, el PSOE había sido diseñado como un partido de poder por quienes lo auspiciaban, los de fuera y los de dentro. Los jóvenes que pilotaban el proyecto tenían sus prisas, y no se resignaban a aguardar lo que a todos parecía como un tiempo prudencial.
La moción que presentó el PSOE en 1980 mostraba la urgencia que tenían los socialistas por alcanzar el poder. Las elecciones de marzo de 1979 apenas habían producido cambios en el mapa electoral: UCD, el partido del gobierno, incluso había incrementado en dos su número de escaños y el PSOE, que esperaba alcanzar la mayoría, apenas había sumado tres más que los que tenía en 1977. La frustración socialista ante los resultados la condensó Alfonso Guerra en aquella declaración “El pueblo español se ha equivocado”, – toda una exhibición de principios democráticos – en la cadena SER.
Esa frustración hallaría su corolario en el 23-F, que – como todo el mundo sabe a estas alturas – tuvo también mucho que ver con los atajos socialistas para hacerse con el gobierno.

Hoy como ayer

A la luz de lo anterior, quizá no parezca tan contradictorio que esa izquierda que hace de la democracia su núcleo teórico, se oponga a la convocatoria electoral, como de hecho muestra el que nadie de entre quienes han cooperado con el golpe parlamentario del 1 de junio haya siquiera insinuado tal posibilidad: saben que los españoles les temen más a ellos que a la corrupción del PP, de la que sin duda están hartos.
Lo que el CIS y el resto de encuestas señalan con contundencia es que la suma del centro-derecha es cada día más amplia, y que el trasvase de votos del PP a Ciudadanos, lejos de restar votos al espectro en su conjunto los está incrementando; la irrupción de VOX en las encuestas, además, está teniendo un efecto multiplicador, ya que parece extraer sus apoyos en caladeros abstencionistas y desmovilizados que difícilmente darían su voto ni a Ciudadanos ni al Partido Popular y también del derrumbe del propio PP, de sectores que ya no optarían ni por uno ni por otro.
Y cada día que pasa este panorama parece asentarse con más fuerza.

Objetivo: evitar las urnas

Esta es la razón última de la moción de censura. Una izquierda exasperada sabe que está ante su última oportunidad, y que esta no pasa por las urnas; es más, sabe que las urnas son justamente lo que debe evitar.
Por supuesto, Pedro Sánchez tiene el casi insalvable inconveniente de gobernar con el apoyo de una caterva como la que le ha domiciliado en la Moncloa. Su consigna será resistir, enrocado en una cerrada falange de hoplitas socialistas, pactando a diestro y, sobre todo a siniestro,
Entre tanto, el objetivo será movilizar a los propios. Se centrará en leyes ideológicas que sirvan de argamasa al conglomerado de los enemigos de la nación, independentistas y comunistas, leyes ideológicas que servirán, funcionalmente, para exhibir, impúdicos, los complejos de C´s y PP.
Sánchez, sin duda, confía en que, a través del control político y mediático, pueda darle el vuelco a la situación. Sabe que esta es su última oportunidad, y está dispuesto a lo que sea. Literalmente.

¿Dignidad? ¿Qué dignidad?

Lo que ha sucedido con motivo de la moción de censura no es más que una mascarada para camuflar las ansias del grupo comandado por un ambicioso Pedro Sánchez: la de Gurtel es una excusa tan pobre que no merece perder el tiempo refutando el argumento.
Pero Pedro Sánchez se ha henchido de pretendida indignación arguyendo que lo que trata, con su moción de censura, es de salvar la dignidad de las instituciones, un discurso poco creíble en el PSOE, más que nada porque mal puede apelar a la dignidad quien exhibe tan larga trayectoria desdiciendo lo que afirma: en este momento el PSOE tiene 77 causas abiertas por corrupción, y más allá de la cuestión numérica, está inmerso en el fraude de los ERE´s andaluces, corrupción a costa de los parados (no hará falta que recordemos el antecedente de los dineros de los huérfanos de la Guardia Civil).
Por si fuera poco, la moción de censura es apoyada por la que, junto al PSOE, probablemente sea la formación más corrupta de Europa, el PdCAT.

Compañeros de viaje

Pero, por supuesto, la dignidad no se mide solo en términos de corrupción: lo más grave es que Sánchez se ha alzado hasta la presidencia con el apoyo de aquellos que tienen por objetivo expreso la destrucción de la nación, entre ellos ETA en forma de Bildu (que, según el Tribunal Supremo, son lo mismo).
Democráticamente hablando, la dignidad también presenta una cierta correlación con los escaños de que se dispone, y sumar 84 – la peor marca en la historia del PSOE en 40 años; y de cualquier otro gobierno, sea o no socialista – no parece una tarjeta de presentación mínimamente decente para pretenderse legitimado. Más bien parece una verdadera estafa.
De hecho, los grandes vencedores están siendo los partidos separatistas; los partidos del régimen se están mostrando incapaces de sostener el propio régimen. Pues si no queda duda de que Sánchez poner su interés personal por encima del general, qué podemos decir de Rajoy: exactamente lo mismo.
Ni el PP ni el PSOE creen en la nación y, por tanto, la supervivencia de esta – que es lo que está en juego – les trae sin cuidado. Durante décadas, han jugado con lo más sagrado para asegurar sus intereses personales, de partido o de grupo, postergando de la nación incluso el nombre. Esto de ahora tenía que llegar: es la consecuencia lógica de la sectarización de la política española.

En manos del enemigo

Con Pedro Sánchez, España está – literalmente -, en manos de sus enemigos; y de los peores de sus enemigos: los internos, los que la odian con esa intensidad solo explicable como pasión fraternal.
El PSOE, maldición bíblica que arrostra España desde hace siglo y medio, es capaz de cualquier cosa con tal de alcanzar el gobierno. Es capaz de un 23-F, de desencadenar una revolución y provocar una guerra civil, de dividir un país reconciliado, de envenenar a unos españoles contra otros y, por supuesto, de poner el país en manos de quienes quieren destruir la nación.
En una deriva de creciente degradación, Zapatero nos hizo añorar a González, y Sánchez nos hará añorar a Zapatero, por imposible que ahora parezca.

Sin duda Mariano Rajoy merecía salir del gobierno; pero los españoles tampoco se merecen a Pedro Sánchez. Un Pedro Sánchez que ha cosechado los peores resultados de la historia del PSOE hasta donde recuerda el último de los españoles vivos.
Y, en último extremo, los españoles merecen ser consultados en las urnas. Algo que Sánchez tratará de evitar a toda costa.
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