España es el mejor ejemplo de que, contra la enfermedad del nacionalismo, la receta no puede ser la negación de esa identidad colectiva.
Ciudadanos, voto Ćŗtil
A nadie se le escapa la pugna que existe en estos momentos entre un Partido Popular en claro descenso, y unos Ciudadanos en claro ascenso ā al menos segĆŗn las encuestas – por un mismo electorado. De modo soterrado, esa pugna lleva produciĆ©ndose desde hace ya un tiempoĀ pero, hasta ahora, se trataba de mantener confinado en un espacio relativamente marginal al partido de Rivera, en el sobrentendido de que echarĆa una mano cuando el PP lo necesitase.
Pero Ciudadanos ya no es el partido naĆÆf y sin estructura que antes o despuĆ©s terminarĆa absorbido por la urgencia del voto Ćŗtil, sino que se ha transformado en un competidor que amenaza con convertirse, justamente, en el destino de ese voto Ćŗtil. De momento, ya lo es en CataluƱa.
El PP, de los nervios
ConscientesĀ de cuĆ”les son los consensos esenciales sobre los que pivota el rĆ©gimen,Ā en CiudadanosĀ sabenĀ que hay ciertos temas que no son objeto de debate, y tampoco ignoranĀ queĀ una parte sustancial del electorado que vota al PPĀ no se siente representado por muchas de las polĆticas del actual gobierno.
En los Ćŗltimos dĆas, y a cuenta del cupo vasco, Ciudadanos ā en un Ć©xito sin igual – ha logrado suscitar el nerviosismo del conjunto de los partidos. Sabedor de que este tema le hace daƱo, la hueste pepera se ha lanzado a la yugular de los de Rivera, con el acompaƱamiento del resto deĀ fuerzas polĆticasĀ del arco parlamentario.
Abundando en la ofensiva, el ex-portavoz pepero Alfonso Alonso ha asegurado que estamos ante un nacionalismo inverso que busca culpabilizar al PaĆs Vasco de los males generales con un mensaje que apela a las emociones, dado que es muy fĆ”cil generar un sentimiento de agravio. El corolario, previsible, de su discurso, ha sido queĀ Ā«el nacionalismo nunca es bueno, da igual que sea catalĆ”n, vasco o espaƱolĀ».
Ciudadanos estarĆa promoviendo el nacionalismo espaƱol contra el PaĆs Vasco, algo que jamĆ”s habĆa pasado antes, segĆŗn Alonso, y que realiza por mero cĆ”lculo electoral.
Ciudadanos y el nacionalismo espaƱol
La acusación es ridĆcula y, por supuesto, Alonso lo sabe. Un partido que propone mĆ”s cesiones de soberanĆa a Bruselas ā como reiteradamente ha venido haciendo Ciudadanos -, incluyendo la de la defensa nacional, difĆcilmente puede ser considerado nacionalista.
Pero ademÔs, lo que defiende en este caso Ciudadanos no es el nacionalismo; es, sencillamente, la nación. Estar en contra de los privilegios territoriales nada tiene que ver con ningún nacionalismo, pero la acusación de que eso es nacionalismo pone de relieve el temor que este argumento despierta.
ĀæSabrĆ” verdaderamente Alfonso Alonso en lo que consiste el nacionalismo?
Todo parece indicar que Alfonso Alonso, o no tiene la mĆ”s mĆnima idea de lo que es el nacionalismo o, lo que es peor, sacrifica su honestidad intelectual a las consignas de partido.
Nadie puede ignorar que la nación-estado se ha erigido sobre la unidad jurĆdica y la unidad de mercado de un territorio (territorio que presenta una previa homogeneidad, generalmente histórica, en sentido amplio).
De otro modo, surgen las dudas sobre la existencia de la nación; en el caso que nos ocupa, el de EspaƱa, no consideramos que la nación polĆtica exista, como pronto, hasta Felipe V, precisamente por causa de la pluralidad de códigos vigentes en el territorio peninsular de la monarquĆa hispĆ”nica y por la inexistencia de la unidad de mercado. Aprovechando tal circunstancia, los liberales mĆ”s ortodoxos llevan la fecha hasta las cortes de CĆ”diz, en lo que quizĆ” constituya un abuso de interpretación legalista, aunque no sin cierta base real.
Cosa distinta es la existencia de la nación histórica, sin duda muy anterior, y que puede rastrearse hasta Leovigildo y Recaredo, en el siglo VI, nada menos.
Pero no se lo vamos a poner mĆ”s difĆcil a Alfonso Alonso.
La unidad como fuente de poder
Que la división y fragmentación de un estado o sociedadĀ sonĀ causa de debilidad no deberĆa resultar materia de discusión. Son innumerables los ejemplos de las unidades polĆticas que se dividen internamente antes de desaparecer;Ā casi siempre,Ā la fragmentación ā resultadoĀ de la decadencia ā prologa laĀ desaparición de las unidades polĆticas.
Que la división es un estadio degenerativo parece claro. Y no cabe duda de que es sinónimo de debilidad. Incluso en periodos ascensionales, quien se resiste a la unificación tiene las de perder frente a las unidades homogéneas. Ya lo vio el conde duque de Olivares cuando planteó su Unión de Armas en 1626, alarmado ante la amenaza de la crecientemente cohesionada Francia de Luis XIII.
Si incluso la mejor EspaƱa -o, al menos, la mĆ”s poderosa ā sintió en sus carnes la debilidad de la fragmentación territorial, jurĆdica y económica, quĆ© no podrĆamos decir de esta triste EspaƱa del siglo XXI.
El estado de las autonomĆas,Ā tal y como ha sido desarrollado, conduce al paĆs a la destrucción. Enfatizando todo lo que nos diferencia y obviando aquello que nos une, hemos querido construir un Estado que es imposible. Pues todo Estado necesita reforzar los elementos unificadores que lo articulan. Lo contrario equivale a su suicidio; probablemente antes que despuĆ©s.
¿Un nacionalismo español?
AdemĆ”s, en EspaƱa no ha habido un nacionalismo digno de ese nombre; quienes afirman lo contrario, ante la inexistencia histórica de fuerzas nacionalistas espaƱolas, se apresuran a seƱalar la existencia de una especie de nacionalismo espaƱol difuso, que abarcarĆa a distintas organizaciones polĆticas, sin limitarse a ninguna en concreto. La verdad es que pueden aportarse pocos ejemplos que quepa asimilar a algo parecido a un nacionalismo espaƱol.
De hecho,Ā apenas cabe rastrear el nacionalismo ni siquiera en las fuerzas mĆ”s liberales del siglo XIX.Ā Un simple vistazo a la polĆtica económica deĀ esa centuria, con toda su subordinación a los intereses extranjeros, sin desarrollo de una industria propia y sin la generación de una burguesĆa nacional, desmiente cualquier intento de clasificar como nacionalista nada de lo que por entonces sucedió. Acaso lo mĆ”s parecido a un nacionalismo espaƱol fuese la dictadura de Primo de Rivera, pero la brevedad de su duración tampocoĀ permite una mayor teorización.
En el siglo XX, lasĀ fuerzas mĆ”sĀ declaradamenteĀ patrióticas,Ā falangistas y carlistas, no fueron en absoluto nacionalistas; el carlismo tradicionalista es enemigo declarado del nacionalismo, fruto de su archienemigo liberal, y se opone al Estado homogĆ©neo, rechazando expresamente la Modernidad; mientras que JosĆ© Antonio dedica al nacionalismo algunas de sus mĆ”s duras palabras, concluyendo en que es āel egoĆsmo de los pueblosā.
Ambos, falangistas y carlistas, comparten la idea de la Hispanidad, universalista y contraria a toda concepción nacionalista.
Patriotismo y nacionalismo
El patriotismo es pre-polĆtico, es una virtud humana, no sujeta al tiempo ni al espacio, y no estĆ” limitado a una cultura determinada. Es el natural amor por lo propio, por lo mĆ”s cercano, por la tierra de los padres, y no presupone el rechazo de quienes profesan idĆ©nticos ideales en otras latitudes.
El nacionalismo,Ā en cambio,Ā es una ideologĆa, un producto de la Europa delĀ XVIII-XIX, del romanticismo, y es, por tanto, inexistente antes de la edad contemporĆ”nea. Hunde sus raĆces en formulacionesĀ historicistas, y se formula a travĆ©s de apelaciones emotivas; el nacionalismoĀ no puede ser comprendidoĀ en su totalidadĀ por la razón.
Con toda probabilidad no es casual que el rebrote nacionalista en nuestros dĆas se haya producido en un tiempo en el que se priva a los europeos de toda dimensión colectiva nacional, y en el que se sacrifica su identidad tradicional en el altar de la impostura globalista.
España es el mejor ejemplo de que, contra la enfermedad del nacionalismo, la receta no puede ser la negación de esa identidad colectiva. España es el mejor ejemplo de que, contra la enfermedad del nacionalismo, no hay mÔs cura que el patriotismo.
Millones de espaƱoles lo vienen gritando desde hace meses en las calles de nuestras ciudades y en los pliegues de las enseƱas que cuelgan de nuestros balcones.