«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La pugna PP-CS y la inexistencia de un 'nacionalismo español'

España es el mejor ejemplo de que, contra la enfermedad del nacionalismo, la receta no puede ser la negación de esa identidad colectiva.

Ciudadanos, voto útil

A nadie se le escapa la pugna que existe en estos momentos entre un Partido Popular en claro descenso, y unos Ciudadanos en claro ascenso – al menos según las encuestas – por un mismo electorado. De modo soterrado, esa pugna lleva produciéndose desde hace ya un tiempo pero, hasta ahora, se trataba de mantener confinado en un espacio relativamente marginal al partido de Rivera, en el sobrentendido de que echaría una mano cuando el PP lo necesitase.
Pero Ciudadanos ya no es el partido naïf y sin estructura que antes o después terminaría absorbido por la urgencia del voto útil, sino que se ha transformado en un competidor que amenaza con convertirse, justamente, en el destino de ese voto útil. De momento, ya lo es en Cataluña.

El PP, de los nervios

Conscientes de cuáles son los consensos esenciales sobre los que pivota el régimen, en Ciudadanos saben que hay ciertos temas que no son objeto de debate, y tampoco ignoran que una parte sustancial del electorado que vota al PP no se siente representado por muchas de las políticas del actual gobierno.
En los últimos días, y a cuenta del cupo vasco, Ciudadanos – en un éxito sin igual – ha logrado suscitar el nerviosismo del conjunto de los partidos. Sabedor de que este tema le hace daño, la hueste pepera se ha lanzado a la yugular de los de Rivera, con el acompañamiento del resto de fuerzas políticas del arco parlamentario.
Abundando en la ofensiva, el ex-portavoz pepero Alfonso Alonso ha asegurado que estamos ante un nacionalismo inverso que busca culpabilizar al País Vasco de los males generales con un mensaje que apela a las emociones, dado que es muy fácil generar un sentimiento de agravio. El corolario, previsible, de su discurso, ha sido que «el nacionalismo nunca es bueno, da igual que sea catalán, vasco o español».
Ciudadanos estaría promoviendo el nacionalismo español contra el País Vasco, algo que jamás había pasado antes, según Alonso, y que realiza por mero cálculo electoral.

Ciudadanos y el nacionalismo español

La acusación es ridícula y, por supuesto, Alonso lo sabe. Un partido que propone más cesiones de soberanía a Bruselas – como reiteradamente ha venido haciendo Ciudadanos -, incluyendo la de la defensa nacional, difícilmente puede ser considerado nacionalista.
Pero además, lo que defiende en este caso Ciudadanos no es el nacionalismo; es, sencillamente, la nación. Estar en contra de los privilegios territoriales nada tiene que ver con ningún nacionalismo, pero la acusación de que eso es nacionalismo pone de relieve el temor que este argumento despierta.

¿Sabrá verdaderamente Alfonso Alonso en lo que consiste el nacionalismo?

Todo parece indicar que Alfonso Alonso, o no tiene la más mínima idea de lo que es el nacionalismo o, lo que es peor, sacrifica su honestidad intelectual a las consignas de partido.
Nadie puede ignorar que la nación-estado se ha erigido sobre la unidad jurídica y la unidad de mercado de un territorio (territorio que presenta una previa homogeneidad, generalmente histórica, en sentido amplio).
De otro modo, surgen las dudas sobre la existencia de la nación; en el caso que nos ocupa, el de España, no consideramos que la nación política exista, como pronto, hasta Felipe V, precisamente por causa de la pluralidad de códigos vigentes en el territorio peninsular de la monarquía hispánica y por la inexistencia de la unidad de mercado. Aprovechando tal circunstancia, los liberales más ortodoxos llevan la fecha hasta las cortes de Cádiz, en lo que quizá constituya un abuso de interpretación legalista, aunque no sin cierta base real.
Cosa distinta es la existencia de la nación histórica, sin duda muy anterior, y que puede rastrearse hasta Leovigildo y Recaredo, en el siglo VI, nada menos.
Pero no se lo vamos a poner más difícil a Alfonso Alonso.

La unidad como fuente de poder

Que la división y fragmentación de un estado o sociedad son causa de debilidad no debería resultar materia de discusión. Son innumerables los ejemplos de las unidades políticas que se dividen internamente antes de desaparecer; casi siempre, la fragmentación – resultado de la decadencia – prologa la desaparición de las unidades políticas.
Que la división es un estadio degenerativo parece claro. Y no cabe duda de que es sinónimo de debilidad. Incluso en periodos ascensionales, quien se resiste a la unificación tiene las de perder frente a las unidades homogéneas. Ya lo vio el conde duque de Olivares cuando planteó su Unión de Armas en 1626, alarmado ante la amenaza de la crecientemente cohesionada Francia de Luis XIII.
Si incluso la mejor España -o, al menos, la más poderosa – sintió en sus carnes la debilidad de la fragmentación territorial, jurídica y económica, qué no podríamos decir de esta triste España del siglo XXI.
El estado de las autonomías, tal y como ha sido desarrollado, conduce al país a la destrucción. Enfatizando todo lo que nos diferencia y obviando aquello que nos une, hemos querido construir un Estado que es imposible. Pues todo Estado necesita reforzar los elementos unificadores que lo articulan. Lo contrario equivale a su suicidio; probablemente antes que después.

¿Un nacionalismo español?

Además, en España no ha habido un nacionalismo digno de ese nombre; quienes afirman lo contrario, ante la inexistencia histórica de fuerzas nacionalistas españolas, se apresuran a señalar la existencia de una especie de nacionalismo español difuso, que abarcaría a distintas organizaciones políticas, sin limitarse a ninguna en concreto. La verdad es que pueden aportarse pocos ejemplos que quepa asimilar a algo parecido a un nacionalismo español.
De hecho, apenas cabe rastrear el nacionalismo ni siquiera en las fuerzas más liberales del siglo XIX. Un simple vistazo a la política económica de esa centuria, con toda su subordinación a los intereses extranjeros, sin desarrollo de una industria propia y sin la generación de una burguesía nacional, desmiente cualquier intento de clasificar como nacionalista nada de lo que por entonces sucedió. Acaso lo más parecido a un nacionalismo español fuese la dictadura de Primo de Rivera, pero la brevedad de su duración tampoco  permite una mayor teorización.
En el siglo XX, las fuerzas más declaradamente patrióticas, falangistas y carlistas, no fueron en absoluto nacionalistas; el carlismo tradicionalista es enemigo declarado del nacionalismo, fruto de su archienemigo liberal, y se opone al Estado homogéneo, rechazando expresamente la Modernidad; mientras que José Antonio dedica al nacionalismo algunas de sus más duras palabras, concluyendo en que es “el egoísmo de los pueblos”.
Ambos, falangistas y carlistas, comparten la idea de la Hispanidad, universalista y contraria a toda concepción nacionalista.

Patriotismo y nacionalismo

El patriotismo es pre-político, es una virtud humana, no sujeta al tiempo ni al espacio, y no está limitado a una cultura determinada. Es el natural amor por lo propio, por lo más cercano, por la tierra de los padres, y no presupone el rechazo de quienes profesan idénticos ideales en otras latitudes.
El nacionalismo, en cambio, es una ideología, un producto de la Europa del XVIII-XIX, del romanticismo, y es, por tanto, inexistente antes de la edad contemporánea. Hunde sus raíces en formulaciones historicistas, y se formula a través de apelaciones emotivas; el nacionalismo no puede ser comprendido en su totalidad por la razón.
Con toda probabilidad no es casual que el rebrote nacionalista en nuestros días se haya producido en un tiempo en el que se priva a los europeos de toda dimensión colectiva nacional, y en el que se sacrifica su identidad tradicional en el altar de la impostura globalista.
España es el mejor ejemplo de que, contra la enfermedad del nacionalismo, la receta no puede ser la negación de esa identidad colectiva. España es el mejor ejemplo de que, contra la enfermedad del nacionalismo, no hay más cura que el patriotismo.
Millones de españoles lo vienen gritando desde hace meses en las calles de nuestras ciudades y en los pliegues de las enseñas que cuelgan de nuestros balcones.

TEMAS |
+ en
Fondo newsletter