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Ramón Tamames, el sabio que no quiere arrepentirse

El economista Ramón Tamames. Europa Press

Escarbar en la vida y obra de Ramón Tamames hiere de gravedad la autoestima cuando comprendes que él, en un año cualquiera de su vida, ha hecho más, ha estudiado más y ha pensado más, que la inmensa mayoría de nosotros en una vida entera. Pero conocerlo también alivia el pesimismo excitando la memoria de que hubo un tiempo en el que el servicio a España y a los españoles atrajo a los mejores. De un lado y de otro.

Hoy, por desgracia para la nación, constatamos la evidencia de que no hay rastro alguno de sofocracia —noocracia le dicen ahora— en un lado. En concreto, en ese lado en el que una vez estuvo Tamames, un niño burgués de la posguerra, nacido en Madrid en 1933, nieto de un maestro nacional zamorano que le encendió las primeras luces, las más importantes en la vida de todo hombre, hijo de un cirujano notable, huérfano temprano de madre y formado en el Liceo Francés.

A partir del momento en el que concluye su etapa colegial, un perfil canónico sobre Ramón Tamames debería repasar sus logros académicos, pero eso no sería ni la centésima parte de interesante que contar quiénes fueron sus maestros. Porque eso es lo esencial para comprender a Tamames y su bonhomía.

Su reconocida excelencia, el hecho cierto de que llegara a ser lo que ha sido, un referente de la economía y de la concordia que empapó la Transición, y lo que es hoy, un sabio, respetado y lúcido anciano sin cuentas pendientes y ninguna afición conocida por hablar demasiado mal de nadie, es el resultado de haber tenido grandes maestros.

No son tan relevantes su estudios de Derecho como que sus profesores fueran el eminente romanista Ursicino Álvarez o el civilista Antonio Hernández Gil que luego, mucho después, fue presidente de las Cortes en las que tuvo escaño, voz y pacto, el diputado del PCE Ramón Tamames. Tampoco es tan importante que pasara por el Instituto de Estudios Políticos y que estudiara económicas, sino que aprendiera de catedráticos como Fuentes Quintana, luego vicepresidente económico del Gobierno de Adolfo Suárez, o de Villar Palasí, el padre de la gran reforma educativa del franquismo; de Fueyo Álvarez, al que quizá deberíamos haber escuchado con más atención, del administrativista santanderino García de Enterría, uno de los grandes contribuyentes netos a la Constitución de 1978 o de aquel genio del humor y de la Economía que fue el olvidado Valentín Andrés Álvarez.

Esto, insisto, es lo relevante en el pensamiento político y social de Ramón Tamames. Que fue discípulo de los mejores y que con muchos de ellos, y desde posiciones distintas pero coincidentes en un sano patriotismo que hoy añoramos, supo acordar un proceso de transición de la ley a la ley y a la democracia que ahora, unos pocos, los peores de todos nosotros, con unas cuantas lecturas superficiales de Gramsci y un lenguaje desdoblado, cursi e inclusivo, tratan de destruir.

Otro hecho todavía más interesante que su formación en la London School of Economics es que sufrió cárcel. Una, como jaranero y alborotador estudiantil, otra, como pena por no pagar las multas por su participación en manifestaciones no autorizadas a favor de la amnistía. Pero igual que a su amigo Fernando Sánchez Dragó, y ahí están todos sus artículos en este mismo periódico, la cárcel no pasó por Tamames. No he logrado encontrar, y he buscado, resentimiento en él, ni siquiera impostado. Quizá porque aprovechaba la trena carabanchelera para montar seminarios de economía. Quizá porque como escribió una vez Manuel Vázquez Montalbán: «Tamames jamás se prestó a posar como idiota orgánico, individual o colectivo». O lo que es lo mismo, jamás fue comunista por mucho que su idea de libertad, quizá errada, lo empujara al PCE. A Carrillo y no al PSOE porque, ya lo dijo Tamames del partido que hoy rasga sus vestiduras como un fariseo mientras inventa un pasado antifranquista: «Cien años de honradez y cuarenta de vacaciones».

Arrepentirse de lo que no se ha hecho por comodidad o cobardía es el tormento doloroso que nos perseguirá hasta la tumba

Lo más importante de su paso por el Partido Comunista de España no es su caída del caballo (del que nunca cayó, sino del que se apeó consciente al fin de su absoluta inutilidad para echarse en los brazos del CDS del segundo Suárez, otro partido que tal). Lo esencial es que le da la autoridad para reprochar a esta nueva izquierda socialcomunista que haya roto aquel pacto de tolerancia y concordia sobre la importancia de los signos externos que aceptaba la bandera rojigualda de los vencedores y la defensa de la Monarquía Parlamentaria, la monarquía de todos.

Con esta vida casi entera, el discípulo de tantos y maestro generoso, desengañado estudiante de Medicina, apasionado de la Ciencia, jardinero fiel, amante del español, admirador de Baroja, alumno de Zubiri, amigo de Lázaro Carreter y de Dionisio Ridruejo, creador de más de cien libros y de una obra fundamental del pensamiento económico; viajero incansable, experto en Primo de Rivera (don Miguel), contertulio cortés y comedido, conservacionista scrutoniano, regeneracionista, institucionalista, tradicionalista municipalista, lector de la Biblia, conferenciante y articulista didáctico, periodista (dícese de quien escribe en periódicos), melómano, marido, padre, abuelo y… submarinista, ha aceptado el ofrecimiento de Vox para ser el candidato en la moción de censura que el partido de Santiago Abascal presentará contra el presidente Pedro Sánchez, ex alumno del Santa Cristina y dudoso doctor en Economía. El combate, auguro, no será legendario, sino desigual.

Dice el renacentista Tamames, y hay que escucharlo despacio, que acepta porque una oportunidad así sólo se presenta una vez en varias vidas y no quiere arrepentirse. Normal. Arrepentirse de lo que no se ha hecho por comodidad o cobardía es el tormento doloroso que nos perseguirá hasta la tumba, y quién sabe si más allá, a tantos que mucho decimos pero que a la hora de la verdad, cuando España exige un paso al frente, nos escondemos en la multitud para no cumplir con nuestro deber.

De Tamames, elogio vivo de la senectud, que tanto ha hecho, pensado, evolucionado y escrito por España en sus 89 años de una vida casi entera en la que tanto ha recibido de muchos de los mejores españoles, sólo podíamos esperar un penúltimo y generoso servicio a la nación. Admirable Tamames.

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