«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Tamames y de Gaulle

14 de febrero de 2023

Con motivo de la posible elección de Ramón Tamames para liderar lo de la moción de censura, leo de nuevo a uno esos tres columnistas que merece la pena seguir. Comenta en Twitter la repentina obsesión liberalia por la juventud, típica del fascismo. Para rematar la jugada, aguanto estoicamente cinco minutos de un coloquio donde participan tres colaboradores en medios. Uno, periodista por el que tengo aprecio, se queja de los «matizadores» en asuntos de opinión, pero pone de ejemplo la guerra en Ucrania. Viene a decir que debe intelectualizarse menos el conflicto y las circunstancias jurídico-políticas que le son propias. Lo único que importa, según él, es armar a Zelenski. Sabemos que decir esto desde ciertas orillas sale gratis, pero equivale a apostar, no sólo por la irresponsabilidad de una escalada bélica ―que suele acabar en postureo, agua de borrajas o en el mercado negro―, sino también por la simplificación de una contienda en la que los orígenes históricos, Tratados y actores cuentan, y mucho. Entiendo que una de las tareas de aquel que aspira a crear opinión es aprender a dar importancia a los matices que la merecen. Un exceso de ellos no deja ver con claridad, es evidente, pero su ausencia nos condena al blanco y negro.

Después de atreverme con los halcones de la moderación, escucho a Pierre de Gaulle en Sud Radio. Es nieto del General y me ha recordado a Fernando del Pino. Como se espera de alguien que lleva el apellido de Gaulle, no está en el consenso político-mediático que genera lo de Ucrania. Entrevistado por André Bercoff, descubrimos a un tipo cuya idea de las relaciones internacionales se aleja de lo que leemos y oímos habitualmente en España.

Sin ambages, lamenta que se haya destruido la obra de su abuelo. Al no señalar responsables, debemos suponer que se refiere a los gobiernos que arrancan con Giscard y terminan, de momento, con Macron. En lo que toca a éste último, encargado del despiece francés, se reconoce en total desacuerdo. No podía ser de otra manera, al norte de los Pirineos dicen aquello de: «buena sangre no sabría mentir» (de tal palo, tal astilla). «Manu» es el segundo exempleado de la banca Rothschild elegido presidente durante la V República, pero es la antítesis perfecta del fundador de la misma.

Cuando una piensa en Charles de Gaulle no se le viene a la cabeza Argelia o la depuración. Culturalmente, evoca lo más iconográfico de los treinta años gloriosos. Ese momento de máxima grandeur que comienza con la versión yeyé de Claude François (1962) y termina en Saint Tropez con el verano del amor (1968). Descalzos por la Marbella gabacha, Brigitte Bardot y Gigi Rizzi son puro Mediterráneo moralEs la época, y la épica, de los «viejos canallas»: Johnny Hallyday pretendiendo retener la noche, Alain Delon en la piscina y Jacques Dutronc seduciendo, tímidamente, a Françoise Hardy. Todos guapérrimos titiriteros de aquél entonces.

En política exterior, la Francia del General se caracterizó por sus desastres coloniales, pero también por la búsqueda de la soberanía y la independencia frente a un incipiente proyecto europeo e instituciones como la OTAN. Quizá sólo él, y Mitterrand al final de su mandato, entendieron bien con quién se la jugaban fuera del Hexágono. Sabían que la amenaza a su prosperidad y supervivencia no sólo venía del este de Europa. Taimado, de Gaulle transformó su país en potencia nuclear, reconstruyó las relaciones franco-alemanas y mantuvo un entendimiento con la Unión Soviética quien, según se ha sabido recientemente, informó no estar detrás de la revuelta sesentaiochista. 

Leo que España necesita un de Gaulle, cuyo alter ego patrio sería Ramón Tamames. Todo esto según algunas esferas de influencia voxistas. La idea tiene su interés, pero es algo que disgusta a cierta derecha con criterio. Quizá porque no se ha buscado un referente histórico propio, o porque sólo se interprete al dirigente francés como un mero equilibrista entre tendencias ideológicas encontradas. Tal cosa, trasladada a Tamames, puede ser confundida por un guiño a la neomoderación.

No estoy en el secreto del Derecho político, perdón, constitucional, del Régimen. Ya habrá otros mejor preparados e informados que yo para hablar de la operación Tamames. Sin embargo, que el asunto también sea criticado por opinadores de la derecha mediática, con los que el PSOE debe disfrutar más que un puerco en una baña, acrecienta mi interés por el personaje y la moción de censura. En todo caso, la idea del gaullismo debería ser entendida en su totalidad. La independencia y soberanía de la nación española cuentan más que el consenso y el politiqueo. Nos permitirían ser dueños de nuestra propia agenda.

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