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somete al Parlamento a unos discursos de dictador cubano

Sánchez atorra al Congreso y calla sobre Marruecos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño y el ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares. Europa Press

Pedro Sánchez comparecía para dar cuenta del Consejo Europeo, de Marruecos y de Ucrania, aunque al final dio cuenta de muy poco y ocupó el tiempo en una larga digresión propagandística. Sus dos intervenciones fueron larguísimas, de dimensiones operísticas y sin relación con el orden del día. Quien hace lo que quiere, habla también de lo que quiere. Quien más quien menos se acordaba de Tamames y su recomendación escandalizada: sea breve, mienta de un modo más concreto. ¿Por qué tuvo que ser Tamames? Quizás a los noventa años el tiempo adquiere su verdadero valor y no es que España esté perdiendo años con Sánchez, es que todos estamos perdiendo el tiempo miserablemente. Sánchez somete al Parlamento a unos discursos de dictador cubano, sin el criminal gracejo. No tiene miramientos, seda al Congreso con su tonillo de estar seduciendo a una incauta y los parlamentarios se van a la cafetería, suben y bajan, miran sus móviles… No es que Sánchez mande con ramalazo de autocráta, es que ya habla como uno.

Las extensiones del sopor sanchista son enormes, pero si uno atraviesa esos latifundios de propaganda puede encontrar alguna cosa. Sánchez arrancó de la Semana Santa para encuadrar su triunfalismo. Miren qué sol, qué hoteles abarrotados. España, según él, lidera el crecimiento, el empleo, la competitividad, la reducción de la inflación… Sánchez esquematiza de un modo genialoide sus ideas. Después del Covid, nos enfrentamos a algo exógeno con un nombre muy concreto: el Impacto Económico de la Guerra de Putin en Ucrania (en adelante, el IEGPU). Entre el IEGPU y la gente, está el Gobierno de Sánchez, que tiene por misión confesa cuidar a la «mayoría social» (los que le votan) y protegerla de Godzillas o meteoritos politicos: la pandemia, el IEGPU, o el cambio climático…

Pero Sánchez no sólo presume de gestión económica. Ha añadido el logro de la paz social, y no sin razón. Si miramos cómo está Francia y luego miramos cómo está España tras una reforma laboral y de pensiones, imperturbable en el ¡otra de gambas!, cabe admitir que algo tiene este gobernante que hace lo que dice Bruselas sin que aquí proteste nadie.

Sánchez es insaciable. No sólo presume de un éxito económico mundial y de la paz social, considera además que ha dado con un nuevo modelo de alcance europeo y que explica así: la subida del salario mínimo no afecta al empleo y crea paz social y sostenibilidad fiscal (ni palabra de los excesos recaudatorios por la inflación). Junto con la ‘solución ibérica’ energética, poco menos que Sánchez ha dado al continente un «nuevo paradigma» que oponer a lo que él llamó repetidamente «las respuestas neoliberales a la crisis anterior». Normalmente, dedica varios minutos a la amenaza del fascismo, pero en esta ocasión fue el neoliberalismo. Así se ve Sánchez: en un bocadillo de ‘recetas neoliberales’ y ‘amenazas fascistas’ luchando contra los Godzillas políticos.

Pasada los tres cuartos de hora, esta propaganda empieza a narcotizar y es entonces cuando, en ese marco, Sánchez se va a lo puramente electoral, preparando el menú de ideas de los meses venideros: la vivienda como «quinto pilar del Estado de Bienestar», con la nueva ley y la promesa de 43.000 nuevas viviendas, que luego igual son plantas bajas, y Doñana y el ecologismo, que le permite hablar de sequía sin que suene a ‘pertinaz sequía’. 

¿Qué se dijo de Ucrania? Que enviará diez Leopards, «tanques con roña», en palabras de Aitor Esteban, que 200 militares son adiestrados en España y que defendió el Plan Zelenski ante Xi Jinping, momento en el que a un ministro se le escapó una sonrisilla… Y si poco dijo de Ucrania, menos de Marruecos y absolutamente nada del Sahara.

Esta fue la clave de la mañana. El cambio súbito y sin explicación en la política exterior española provoca dos actitudes: la oposición acribilla a Sánchez con preguntas que no responde y sus socios o allegados lanzan hipótesis. La de Esteban (PNV) fue la más benévola: Sánchez habría vendido el Sahara para parar la migración marroquí. Rosique (ERC) fue más allá: habría un chantaje con una información tal que no puede salir a la luz en ningún caso.

Sánchez no soltó prenda, no lo hará, y este asunto le perseguirá siempre. Es algo que pone de acuerdo a todos los partidos: desde VOX hasta Bildu. Todos lo critican. Todos están indignados por cómo ha eludido al Parlamento, pero el Parlamento no puede hacer nada. Hay, a la vez, un consenso al respecto y una absoluta impotencia. El Parlamento no controla a Sánchez, sólo lo soporta. No puede hacer otra cosa que aguantar sus ‘chapas’. Y más extraño resulta que la que se supone es ‘sede de la soberanía’ se quede ahí, en el oscuro asunto entre Rabat y Sánchez, sin pararse a preguntar qué juego de fuerzas tutela y permite el cambalache. Es tan llamativa la impotencia como la falta de indagación. El teatrillo se hace por momentos escandaloso: el Congreso se queja y no hace o no puede hacer nada.

El legislativo no sólo no controla al ejecutivo, es que además expresa la certeza de que el ejecutivo tampoco decide. Desde fuera nos ordenan, se dice, se repite, ¡y se levanta la sesión sin más!

La impotencia deja la sesión en mero hecho performativo y queda el detalle. Uno, y no pequeño, es la relación entre Sánchez y Abascal. El líder de Vox criticó, como acostumbra, la «sumisión globalista» de Sánchez, la chapita 2030 en la solapa, e hizo bromas sobre su reunión con Xi, «su homólogo chino» (en tanto autócrata), y el distinto trato que un país y otro dan a los corruptos: en uno se les dispara, en otro se les indulta. La oposición de Abascal despierta otro Sánchez. Gran parte de la réplica la dedicó a Vox y en ella su cinismo mutó en otra cosa. «Su discurso es nocivo para la salud» o «usted vive en la charca de los problemas». Su sonrisa se hiela. Su mirada se oscurece. Algo por momentos desagradable, como cuando mandó recuerdos al señor Tamames. «Es usted malvado», respondió Abascal, y además del duelo de ‘alfas’ políticos y del trasfondo ideológico entre el sumiso globalista y el único líder soberanista, se percibió por momentos una acritud hiriente, extremosa, que tras la informalidad, el sopor y la frivolidad, se obstinará en mantener a cuatro millones de españoles en un paréntesis civil. 

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