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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Saúl, conductor de Metro de Madrid: En una jornada un tren lo cogen hasta 60 maquinistas

Los conductores de Metro han bajado el ritmo pero siguen siendo el colectivo más expuesto dentro de la compañía, y esto ocurre porque en una sola jornada un tren lo cogen hasta 60 maquinistas, lo que los convierte en población de máximo riesgo.

En una entrevista Saúl García, maquinista y correturnos en el Metro de Madrid desde hace cuatro años, explica que los conductores van rotando y «los pupitres de mando» pasan por las manos de muchísimos conductores que, además, tienen que hacerse cargo de su desinfección, responsabilidad que no asume la compañía.

Hace 48 horas los conductores sacaban más trenes que antes de la pandemia y trabajaban hasta un 125 por cien para evitar la foto de la aglomeración y respetar la distancia de seguridad entre los viajeros.

Pero, una vez en vigor el decreto que paraliza las actividades no esenciales, el servicio de trenes se ha reducido al 75 por ciento en horas punta tras constatar que el pasaje caía en picado un 90 por ciento.

Aunque Metro de Madrid no da los datos desglosados por categorías, las últimas cifras que manejan los sindicatos son de 858 afectados (entre positivos, en observación por presunto contacto directo y vulnerables en baja laboral), lo que se traduce en un 18 por ciento de la plantilla.

Y ese porcentaje, los conductores presienten que alcanza a muchos de sus compañeros de cabina.

Pese al riesgo manifiesto de contagio, otro conductor Óscar Hidalgo, 44 años, 18 de ellos en Metro de Madrid, sostiene que sus colegas tienen interiorizado que son servicio esencial, como los trabajadores sanitarios, y como ellos están dispuestos «a darlo todo y más».

Hidalgo subraya que en horas punta se está autorizando el 75 por cien de los trenes porque se trata de mantener la distancia de seguridad entre los viajeros y que no vuelva a verse una foto de aglomeraciones en los andenes como ocurrió al inicio del estado de alarma.

En horas valle el escenario es distinto y, dado que hay mucha menos gente, el tráfico de trenes baja al 60 por ciento.

Pero los conductores de Metro no se contagian de los viajeros sino de otros maquinistas.

«En una jornada laboral puedo estar en contacto con 40 ó 60 compañeros diferentes, dependiendo de la longitud de la línea», insiste Saúl García, que precisa que los encuentros se dan en las áreas de descanso y en las cabeceras de los trenes donde cambian de conductor.

Pero hay más, García también denuncia la falta de material. Según dice, Metro de Madrid sólo les facilita una mascarilla y unos guantes para acceder al recinto de viajeros, al que acuden si alguien hace uso del tirador de emergencia o de los desbloqueadores.

Dado que mascarilla y guantes no son reutilizables, García comenta que los conductores sólo pueden acudir una vez al recinto de viajeros, ya que de hacerlo más veces podría exponerles a un contagio.

Y desde la cabina de los conductores, tanto García como Hidalgo observan que en los andenes la gente tiene miedo y, por eso, guarda la distancia de seguridad e interactúa mucho menos.

Pero esa falta de relación la perciben ambos entre compañeros y si hace una semana, un mando intermedio solía optar por compartir cabina con el conductor para ir de una estación a otra, hoy eso se evita y el maquinista viaja solo.

El mando intermedio prefiere el último vagón, que suele ir más vacío, evitando el contacto con el personal y con el pasaje.

Ni García ni Hidalgo dicen sentir miedo pero ambos están intranquilos y alerta, «con mil ojos» porque ninguno de ellos quiere llevar la infección a su casa.

Ambos reconocen que hay mucha psicosis entre los compañeros y la tendencia a desinfectar la suela de los zapatos y lavar todo a temperatura muy alta en cuanto llegan a su domicilio.

García, de 36 años, que vive con su mujer en Getafe, admite que, aunque no es su caso, hay maquinistas que comentan el desasosiego que les produce la pandemia y que les lleva a poner lavadoras para desinfectar la ropa nada más llegar a su casa «aunque sea a altas horas de la madrugada».

Lo que sí lamenta este conductor es que se esté funcionando a base de «parches» y que aún falten productos de desinfección.

García no quiere que el Metro cierre al cien por cien porque es un servicio esencial pero sí plantea medidas más drásticas ligadas a parar procesos productivos, y que supondría una tabla de trenes reducida.

«La gente imprescindible se tiene que mover y tenemos que seguir funcionando pero se debería restringir más la afluencia de trenes», propone.

Que ahora sólo acudan a trabajar los esenciales es algo que este conductor valora. Antes, dice, desde su cabina de mando era habitual ver en los andenes a obreros de la construcción que, en su opinión, estaban yendo a trabajar «obligados por sus empresas».

Saúl vive en Getafe y «en la medida de lo posible» intenta no coger el transporte público aunque a veces es inevitable.

Como es correturnos, cada día cambia de línea: «Sabemos dónde vamos a entrar pero no dónde vamos a salir» así que el uso de vehículo privado para ir a su trabajo se complica.

Y en esta situación insólita, reconoce que nunca jamás, «ni en sus peores pesadillas», esperó vivir algo similar.

Pero lo que sí ha percibido y le llena de satisfacción es la solidaridad que reciben de muchos viajeros por el día a día, mensajes de gratitud que le reconcilian con una profesión, dice, «denostada».

«Somos los malos de la película, muchas veces la gente nos insulta si no abrimos la puerta y pierden el tren», algo que reconoce, a lo que es difícil acceder en hora punta. «Desde la cabina vemos su enfado, ahora esa actitud ya no se da. Están más tranquilos», asegura.

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