«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Cómo opera la izquierda y a qué teme parte de aquello que es considerado derecha

Siete conclusiones en frío del 8M

La fuente de Cibeles iluminada de morado durante la por el 8M. Alberto Ortega / Europa Press

Más allá de los análisis políticos o sociológicos, atender con los ojos abiertos a los resortes que activan los mecanismos para que grandes grupos se movilicen por todo el país ayudará a comprender cómo opera la izquierda global y local, y a lo que tanto teme parte de aquello que es considerado derecha en España y en Occidente.

Movilizar efectivos poco antes de citas electorales es morir de inanición. Aun corriendo el riesgo de desgastar a parte del grupo objetivo, es importante dar la sensación de perpetuo movimiento. «Andando que es gerundio» o «se hace camino al andar» son dos frases que lo resumen. Muchas veces no es importante saber el porqué de determinados hechos, simplemente hacer que la gente se mueva. Darles un divertimento vestido de causa. Si uno se fija en determinadas declaraciones de políticos o asistentes a este tipo de manifestaciones, todas suelen girar en torno al mismo mantra: por los derechos conquistados y por los que faltan por conquistar. ¿Qué derechos tiene una mujer hoy que no tenga un hombre? La respuesta es insignificante, el hecho es que es un mensaje que invita a la acción. Acción indefinida, sí, pero acción, al fin y al cabo.

El medio es el mensaje. Controlar de alguna manera los medios de comunicación, la educación, gran parte de la sociedad civil, impregnar todos y cada uno de sus rincones de mensajes no siempre racionales es la forma en que, gota a gota, se acaba rompiendo las barreras psicológicas de aquellos que no tienen la capacidad de soportar determinados procedimientos ya estudiados por el neuromarketing.

La importancia de la épica. Para movilizar y, hasta cierto, fanatizar, conviene elevar a los propios a los altares de los héroes. En las guerras se radicaliza el nacionalismo (se observa en la invasión de Ucrania, por ejemplo, también en las guerras mundiales), el sentimiento religioso (el mundo islámico durante los últimos decenios). Ahora es una supuesta revolución para acabar con un supuesto opresor. La primera no es tal porque está financiada por los dueños del sistema, el segundo no existe o dejaría de existir una vez se aprueben las cuotas para puestos directivos. Las incongruencias obvias no importan. ¿Dónde están los límites? ¿Cuáles son los objetivos de la revolución? ¿Qué se desea conseguir? ¿Una vez conseguidos, qué es lo siguiente? Esta épica en los grupos indefinidos es compleja, porque estamos viendo que se convierte en una trampa. No tienen otra alternativa más que ir hacia adelante. La revolución feminista es imparable hasta el punto de ser eliminada por la trans que borra tanto a mujeres como hombres. Nadie mata ni muere por la democracia. Nadie se atreve a ser crucificado por el parlamentarismo. Nadie va a poner en riesgo su sustento vital por el libre mercado. Una idea, una épica, un objetivo. Un colectivo, una lucha, una victoria. En la sociedad de masas las elucubraciones complicadas no funcionan. Todavía hay gente que esto no lo entiende.

Las fronteras entre «nosotros» y «ellos» no existen. Es habiatual escuchar «nosotros no somos como ellos». ¿Acaso «ellos» –quienes sean– no dirán lo mismo de «nosotros» –quienes sean–? Esto suele demostrar incompetencia o miedo. Incompetencia porque cuando uno se da cuenta del trabajo que supone movilizar a masas de manera constante ve que la tarea es más que ardua; miedo, porque antepone su bienestar personal a la posibilidad de modificación de la realidad. Es algo humano, nadie lo niega, pero paraliza. ¿Cuántos de «los nuestros» han estado o están en posiciones de poder real y no han movido o no mueven ni un dedo? Jueces en el Tribunal Constitucional, ministros en distintos gobiernos, directivos de empresas de gran relevancia económica e institucional… Es fácil poner nombres y caras.

Si algo funciona, hay que copiarlo. Nuestras sociedades son demasiado complejas y están demasiado corrompidas para pensar que sólo la buena voluntad es suficiente. Sirva el ejemplo castrense: la orden del Estado Mayor puede ser muy clara y muy honorable, pero el que se juega el pescuezo es el soldado y es éste –y nadie más– el que hará todo lo que considere para cumplir con la misión. Si no es un ejemplo de moralidad o de falsa perfección no se lo echen en cara, es él quien se deja la piel por todos nosotros. El soldado hace malabares con sus demonios.

Dinero, dinero y dinero. Estas tres cosas son las que decía Napoleón que eran necesarias para ganar una guerra. Hace falta todo lo anterior para que el empresario o benefactor entienda a qué nos estamos enfrentando. Se puede ir de uno en uno, como francotiradores, y causar daño al adversario, pero se necesita una logística completa para ganar. De nada sirven las buenas intenciones y los grandes proyectos si no hay dinero que haga que todo se mueva. El dinero es el aceite de los motores. Los adversarios riegan sin contemplación a todos los suyos cada vez que llegan al poder. Algunos de la oposición vuelven a regar a los mismos, en vez de regar a los de su propio bando. Se trata del control de todos los recursos, de su uso para fortalecer, engrasar, movilizar. 

Inmunidad. No en un sentido biológico, sino mental. Dejar de pensar en el qué dirán, en nosotros mismos y hacerlo en los otros de nosotros. El trabajo de uno repercute en el bien común. Si se cumple con el deber, las piezas del engranaje no van a fallar y el ejemplo cundirá. Olvidémonos de los titulares de prensa, de las horas de noticias que se cubrirán por lo que toque hacer cuando toque hacerlo. «Ultracatólico», «neonazi», «fascista», «machista», «xenófobo», «racista», «neuronormativo» o «violador» son sólo algunos de los adjetivos siempre a mano de los que no soportan la libertad de conciencia. Se trata de etiquetarse antes de que lo hagan ellos. De disfrutar ante quienes juegan con el miedo de las personas a ser señaladas en público.

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