El covid ayudó a legitimar instrumentos de control sobre la población. La frase no la dijo ningún conspiranoico en Twitter, sino George Soros, que reconoce algo que ignoramos al principio, sospechamos después y ahora no tenemos duda: la declaración de pandemia global fue la coartada para restringir derechos y someter a pueblos enteros.
Se han cumplido tres aƱos del ilegal estado de alarma declarado por el Gobierno de Pedro SĆ”nchez, que encerró a los espaƱoles vulnerando derechos como el de libre circulación con un estado de excepción encubierto. EspaƱa sufrió el confinamiento mĆ”s duro de Europa y, sin embargo, su población mostró una docilidad norcoreana. Apenas unas tĆmidas caceroladas a finales de la primavera de 2020 y una manifestación en vehĆculos fue toda la indignación mostrada por el pueblo espaƱol.
Las medidas arbitrarias, ademĆ”s del encierro, se sucedieron desde el principio, como la obligatoriedad de usar mascarilla al aire libre, la prohibición de celebrar velatorios o limitar a tres personas los asistentes a un entierro. Mientras, los periodistas que aplaudĆan estas medidas debatĆan alegremente sin mascarilla alrededor de una mesa.
En esta crisis polĆtico-sanitaria los medios comprendieron enseguida (eso sĆ, a muy buen precio, Ā«salimos mĆ”s fuertesĀ») su papel de anestesista al servicio del poder. AsĆ, cuando la realidad se recrudecĆa ellos administraban soma a doquier sacando a los espaƱoles a aplaudir a las ocho de la tarde mientras morĆan 1.000 personas cada dĆa.
Los voceros oficiales del rĆ©gimen quedaron retratados cuando pasaron de animar a acudir a la huelga feminista del 8 de marzo o reĆrse del coronavirus (Ā«Las mascarillas son para los sanitarios o para los que ya estĆ”n enfermos, Ā”cuidado con las mentiras!Ā», dijo Ferreras dĆas antes de que SĆ”nchez declarase el estado de alarma) a defender los encierros. Esa caĆda del caballo jamĆ”s la explicaron porque el poder se ejerce, sobre todo, para que el de abajo sepa quiĆ©n manda.
La desfachatez alcanzó cotas inimaginables con giros de guión mĆ”s propios del cine. En 48 horas los medios mutaron cual covid chino del Ā«aquĆ no pasa nadaĀ» a defender la prohibición de trabajar a millones de espaƱoles. A partir de ese momento las televisiones aterrorizaron a la población con rótulos apocalĆpticos e informaciones mĆ”s propias de la propaganda de guerra, instando a delatar al vecino que salĆa al parque sin mascarilla como si fueran japoneses en EEUU despuĆ©s de Pearl Harbour.
Luego vendrĆan disparates como el toque de queda, el pasaporte covid y los cierres perimetrales por barrios, antecedente clarĆsimo de las āciudades de 15 minutosā que ahora proponen desde Errejón al PP andaluz usando el viejo envoltorio de la sostenibilidad. La realidad, como se aprecia con Madrid Central, es que se trata de encarcelar a la gente en sus distritos prohibiendo la circulación en coche. Es el nuevo modelo de ciudad globalista.
Esta atmósfera asfixiante causada en el plano fĆsico (encierro) y el anĆmico (control mediĆ”tico) generó las condiciones idóneas para que los mayores disparates fueran aceptados sin rechistar. Salimos a dar una vuelta a la manzana a la hora que dictaba el cacique de turno, caminamos por la calle con mascarilla y entramos al restaurante con ella aunque luego estuviĆ©ramos tres o cuatro horas sentados a un metro de la mesa de al lado.
MĆ”s tarde llegaron las vacunas y la campaƱa contra el no vacunado, materializada con el pasaporte covid, que impidió la entrada de millones de personas en el bar de su barrio o en el paĆs de al lado: cuando el globalismo se pone serio las fronteras son infranqueables. ĀæA cuĆ”ntas personas conocemos que se vacunaron sólo por presión social o para viajar al extranjero?
Fuera de EspaƱa el modelo de control absoluto lo lideraron Trudeau y Macron, musas del centrismo liberal. El presidente canadiense impuso las medidas mĆ”s tirĆ”nicas de occidente aplastando a los camioneros que protestaron en Ottawa contra la vacunación obligatoria amenazĆ”ndoles con la congelación de sus cuentas bancarias. Por su parte, el francĆ©s enviaba a la PolicĆa a patrullar las terrazas para exigir a los clientes el certificado covid.
Este sometimiento -siempre por nuestra salud- nunca ha sido tan fĆ”cil de lograr como ahora. El poder, a excepción de las primeras semanas en EspaƱa donde los helicópteros perseguĆan a baƱistas en la playa, apenas ha necesitado imponerse con la virulencia, por ejemplo, del chino. Cualquiera lo dirĆa, pero someter a la población en la Ć©poca que muchos consideran paradigma del progreso, libertades, democracia, acceso al conocimiento y espĆritu crĆtico, ha sido un juego de niƱos. La gente, para regocijo del poder, ha respondido con la sumisión propia del que pide a gritos una dictadura.
Quien sufrió las iras del rebaƱo mĆ”s enfurecido fue Novak Djokovic, al que muchos pidieron encerrar en un campo de concentración cuando se presentó en el Open de Australia sin vacunar. El tenista fue recluido en un hotel hasta que el Tribunal Federal de Melbourne lo deportó imputĆ”ndole un futurible: su presencia en el paĆs podrĆa provocar disturbios civiles y reforzar al movimiento antivacunas. Eso fue en enero de 2022, pero un aƱo despuĆ©s el mismo Djokovic -sin vacunar- disputó y ganó el torneo. Pura lógica covidiana.
QuizĆ” este cambio tan abrupto tenga algo que ver con la confesión de la CEO de Pfizer, Janine Small, que admitió el 10 de octubre de 2022 lo que muchos cautos (estigmatizados como locos e insolidarios) sospechaban: la vacuna contra el covid se administró ignorando si servirĆa para detener la transmisión del virus.