Ayer fue el tercer aniversario de un golpe como no ha habido otro —y hemos vivido unos cuantos— contra las libertades de los españoles. El Gobierno de Pedro Sánchez, acorralado por la expansión de un virus de laboratorio creado y exportado por el régimen comunista chino y negado hasta la saciedad por nuestras autoridades políticas sanitarias, recurrió a un anticonstitucional Estado de Alarma que confinó a la población y paralizó la vida económica y social de toda la nación con unos efectos desastrosos.
Hoy conocemos que aquella decisión ilegal no tuvo motivación científica alguna. El Gobierno del «no dejaremos a nadie atrás» mintió al pueblo español inventando comités de expertos, abandonó a los profesionales de un sistema sanitario que colapsó por una mezcla desigual de desprotección, irresponsabilidad en la previsión, virus y miedo; y desasistió a decenas de miles de ancianos a los que la sociedad debía un respeto que no tuvieron.
Las consecuencias económicas fueron devastadoras para las empresas del sector privado. El confinamiento destruyó una de cada seis empresas españolas, acabó con cerca de 300.000 autónomos y desbarajustó a una Administración elefantiásica que aun así no fue capaz —y todavía no lo es— de cumplir con su compromiso de servicio público.
En cualquier Estado de Derecho, la negligencia del Gobierno, su demostrada incompetencia y la ilegalidad de sus decisiones, hubiera supuesto una crisis política automática que habría acabado con la carrera política del presidente y le tendría entretenido el resto de su vida saltando de banquillo en banquillo.
En este sentido, tiene razón el presidente Sánchez cuando inventa conversaciones con votantes de derechas que dan gracias al Cielo por que fuera un Gobierno socialista el que estuviera al mando en la pandemia. Tiene razón Sánchez, pero no por lo que el autócrata, en su compulsivo narcisismo, cree; sino porque no hay votante de derechas que no tenga la completa seguridad de que la izquierda, con el concurso de sus medios amaestrados, habría incendiado España si un presidente de derechas hubiera demostrado la décima parte de incompetencia y desprecio por el Estado de Derecho que Pedro Sánchez.
A las puertas de una moción de censura, conviene no olvidar el daño eterno que Pedro Sánchez y sus falsos comités de expertos causaron a los españoles hace tres años. Que el presidente mantenga todavía su colchón en La Moncloa indica el grado de anomia que sufre una parte notable de la sociedad española que, después de décadas de adoctrinamiento y de desplazamiento del centro a la izquierda, todavía es incapaz de reclamar responsabilidades al peor de los presidentes posibles en el peor momento imaginable.