No sé en otros países, pero en España la convocatoria de huelga fue una llamada a “todas” las mujeres para la consecución de unos objetivos feministas que, de conseguirse, tendrían repercusiones muy negativas en nuestra sociedad.
*Un artículo de José Antonio de la Fuente Cagigós.
Han pasado cuatro semanas desde que se celebró, el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. En España se festejó, por todo lo alto, con una “huelga” sin sentido. La calle se llenó de mujeres y hombres de todas las edades, de partidos políticos de todos los colores y de medios de comunicación de todas las tendencias. Pero eso no fue todo, porque después vino la resaca, cuando la prensa y los políticos se hicieron eco de las manifestaciones que tuvieron lugar en toda la geografía española para respaldar las peticiones del colectivo feminista, que no de las mujeres; porque todo hay que decirlo, lo que allí se lidiaba era un combate, uno de los muchos que están por llegar. Si no, que se lo pregunten al colectivo feminista.
No sé en otros países, pero en España la convocatoria de huelga fue una llamada a “todas” las mujeres para la consecución de unos objetivos feministas que, de conseguirse, tendrían repercusiones muy negativas en nuestra sociedad. Lo triste es que la gran mayoría de las mujeres, y de los hombres también, no tienen ni idea de cuál era el fin último de esa convocatoria –ni la tenían entonces ni la tienen ahora.
Lo primero que llamaba la atención del “argumentario” para la manifestación del 8 de marzo de 2018 en España –así denominó el documento la llamada “comisión de contenidos”– es que se trataba de una huelga exclusivamente feminista. En este sentido, el llamamiento del colectivo feminista a las mujeres para que se manifestasen e hicieran huelga no tenía como fin sino lograr sus objetivos últimos, que van mucho más allá de los de las propias mujeres. Para más inri, entre sus reclamos incluyeron los del colectivo LGTBIQ+… Por consiguiente, todas las personas que se manifestaron lo hicieron apoyando las demandas para este colectivo. Y es en esto en lo que me quiero centrar, porque el asunto es grave, muy grave.
Se hizo huelga para que se promueva la educación afectivo-sexual de los niños –de nuestros hijos y nietos–, fomentando en las niñas la individualidad y la sexualidad libre (pág. 5 del manifiesto).
Se hizo huelga para exigir que se introduzcan en la educación currículos feministas que inculquen en nuestros hijos y nietos los nuevos conceptos de “orientación sexual” e “identidad de género” (pág. 9 del manifiesto), contrarios per se a la naturaleza intrínseca del ser humano. Ambos conceptos fueron aprobados en Yogyakarta en 2007, donde una comisión de 29 “expertos” –no legitimados para hacerlo– redactaron un manual que contiene los 29 principios que los Estados deben imponer a sus ciudadanos de manera unilateral. Dichos principios fueron presentados ese mismo año en la sede de la ONU en Ginebra, organización que apoya dicha iniciativa.
Se hizo huelga para que, por medio de la educación, se acabe con la heterosexualidad como estereotipo y se promueva el placer sexual por encima de cualquier otro tipo de afecto (pág. 10 del manifiesto).
Se hizo huelga, en definitiva, para manipular la mente de nuestros hijos y nietos desde su más tierna infancia, algo que resulta, cuando menos, deleznable.
Se hizo huelga para que se nos impongan por ley los diferentes modelos de familia y proyectos de vida que, según ellos existen; es decir, para que quienes no piensan como ellas y como ellos –entiéndase como ellos a cuantos representa el colectivo LGTBIQ+…– tengan que hacerlo por imposición legal, coartando los derechos de todo ser humano al libre pensamiento, a la libertad de opinión y a la libertad de expresión; en definitiva, a la libertad que ellos tanto predican y a la que todos tenemos derecho.
Se hizo huelga para que la patología médica que padece el colectivo LGTBIQ+ –así lo expresan en la pág. 10 del manifiesto– deje de serlo por decretazo, porque la ciencia no tiene razón cuando de sus propios intereses se trata. A ellos y a cuantos les apoyan hay que recordarles que la disforia de género, antes conocida como desorden de identidad de género, es un desorden mental reconocido como tal por la Asociación de Psiquiatría Americana en su Diagnostic and Statistical Manual 5 (DSM-5), por ejemplo. Y así lo reconocía Magnus Hirschfeld (1868-1935) –homosexual y precursor de la ideología de género–, quien afirmaba que la homosexualidad era una deformidad congénita que debía ser clasificada entre las anomalías y perversiones sexuales.
Se hizo huelga para que los “disidentes sexuales” –así denominan al colectivo LGTBIQ+… en la pág. 10 del manifiesto (transcribo: “lesbianas, bisexuales y trans y otras personas disidentes sexuales y/o de género”)– puedan expresar libremente su identidad y sexualidad, algo que ya hacen con total descaro y naturalidad, llegando al extremo de difamar e insultar a quienes no piensan como ellos, amparándose en una libertad de expresión a la que sólo ellos y quienes piensan como ellos tienen derecho. ¡Menuda tolerancia! Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Se hizo huelga para que se despenalice el aborto, que las mujeres de 16 y 17 años puedan abortar sin el consentimiento de sus padres (pág. 10 del manifiesto) y que la sanidad pública, con el dinero de todos los españoles, financie el asesinato de seres humanos a quienes se les niega el derecho a la vida.
Se hizo huelga para que la Iglesia católica mire hacia otro lado (pág. 8 y 9 del manifiesto) mientras se reclama la imposición de un nuevo sistema de valores donde la normalidad se criminaliza y se normaliza una visión de la vida muy diferente a la realidad; para que la Iglesia católica deje de ser lo que tiene que ser y se convierta en lo que ellos quieren que sea, nada.
La manifestación fue un reclamo de los colectivos intolerantes –intolerantes, sí; porque no permiten que otros piensen de diferente forma y quieren imponer sus ideas y su pensamiento a los demás– para conseguir sus objetivos, con la ayuda de quienes tienen la responsabilidad de gobernar para todos y, sin embargo, lo están haciendo para una minoría y en contra de la mayoría. No hace falta más que ojear las Leyes 2/2016 y 3/2016 de la Comunidad de Madrid. La última permite el cambio de sexo pero sanciona el mero hecho de intentar la reversión a la situación anterior, la natural. En concreto, el Art. 7.2 dice que “…no se usarán terapias aversivas o cualquier otro procedimiento que suponga un intento de conversión, anulación o supresión de la orientación sexual o de la identidad de género autopercibida, ni se practicará cirugía alguna tendente a modificar la anatomía sexual del recién nacido intersexual, hasta que se autodetermine la identidad sexual, cuando se podrá intervenir quirúrgicamente a instancia de la persona intersexual o de sus representantes legales.” Sin embargo, considera infracción muy grave –penada con una multa de 20.001 a 45.000 euros, que puede ir acompañada de otras sanciones– “la promoción y realización de terapias de aversión o conversión con la finalidad de modificar la orientación sexual o identidad de género de una persona, aunque esta haya prestado su consentimiento para ello” (Art. 70.4.c). En definitiva, se contempla la “reorientación sexual” en un solo sentido, dificultando y penalizando la reversión al estado natural; lo que en nuestro ordenamiento jurídico se denomina “igualdad”.
Pero nada de esto debería extrañarnos, porque no debemos olvidar que el feminismo es un movimiento que tiene sus raíces más profundas en el Marxismo, en la lucha de clases preconizada por Karl Marx y Friedrich Engels, para quienes el primer antagonismo de clases era el matrimonio.
La manifestación fue una mascarada apoyada por toda una sociedad que, aletargada en un estado de bienestar aparente, no es capaz de analizar, de pensar y de razonar. De lo contrario, no habrían acudido en masa para pedir que a sus hijos y nietos se les manipule durante su más tierna infancia y se les niegue el derecho a vivir una vida plenamente feliz. ¿Qué persona en su sano juicio abogaría porque esto se llevase a cabo? Quiero pensar que ninguna, pero tengo mis dudas.
Creo que ha llegado la hora de reaccionar, que ha llegado la hora de hacerle frente a un mal que nos afecta a todos, a la sociedad en su conjunto. Si de verdad nos importan nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, hemos de reaccionar; de lo contrario, seremos cómplices de su mal.
Y sí, hemos de luchar por conseguir la igualdad de sexos, que no de géneros. A ver si al final vamos a terminar aceptando pulpo como algo más que un animal de compañía…
*Un artículo de José Antonio de la Fuente Cagigós.